El agricultor transgénico

Mariano Cereijo Gelo

Son conocidos por todos y todas los riesgos para la salud humana que representan los alimentos transgénicos. También existen ya numerosos casos conocidos y contrastados de contaminación genética. Las falacias de las multinacionales se están derrumbando. Ni mejores cosechas, ni más beneficios, ni reducción de herbicidas, ni alimentos más sanos.

Pero, lejos de aquellas consecuencias físicas, que se pueden contar, valorar, sumar, dividir, multiplicar, chillar, ocultar, etcétera, el invento transgénico puede provocar en los agricultores otra variedad de consecuencias negativas y trágicas. Los valores morales propios del capitalismo están implícitos en la atmósfera que rodea a los transgénicos. Simplemente, porque no son un invento solidario, sino un artilugio para que unos pocos se hagan ricos a través de las patentes.

Como consecuencia inmediata de respirar estos valores puede surgir una nueva especie de humano: el "agricultor transgénico", de la familia del Homo sapiens capitalistus. No lo percibiremos en dos días. Será un proceso cultural y evolutivo más bien largo, a durar posiblemente años. Sólo el pesado yugo, que las propias multinacionales atan al cuello del agricultor, y el derrumbamiento de las supuestas ventajas de este tipo de cultivos pueden realmente sepultar este nuevo engendro.

Dos rasgos se distinguirán por encima de otros.

a. Será un humano con ideas capitalistas, porque lo único que entenderá su cabeza son los números. Números de hectáreas, de litros de herbicidas, de billetes, de cuentas corrientes; de los precios, de facturas, de cedulares, de semillas. Si al final gana igual o más dinero que antes, poco le importará el daño que puedan ejercer sus genes transgénicos en la salud de sus conciudadanos, la contaminación en la cosecha del vecino y, aun menos, que los genes que ayudó a introducir pululen a su libre albedrío por el mundo. Se convertirá en un ser egoísta.

b. Será tecnócrata. Su fe ciega por la ciencia y por la tecnología se antepondrá a la fe en sí mismo, en sus compañeros agricultores, en Dios, en la espiritualidad y en la madre naturaleza. En la televisión por cable observará los documentales de las tribus indígenas del Caribe o del Amazonas, mientras sonríe piadosamente ante lo que él denomina subdesarrollo y pobreza. Cuando vea a un chamán, sukia o sacerdote realizando un ritual, la sonrisa se volverá burlona y despreciativa.

Dice Vandana Shiva que la tecnología genética es estéril. No se equivoca. El famoso invento Terminator sostiene su afirmación. La desaparición de especies y la erosión genética ya es un fenómeno consumado y constatado que se ampliará con el cultivo masivo de transgénicos.

A la variedad y diversidad en cultivos y especies, la transgénesis propone la semilla única. Atiborrada, empachada y emborrachada de agroquímicos para hacerla funcionar. Publicitada hasta sus últimas consecuencias con promesas más que falsas.

El agricultor transgénico será pues un ser humano antiecológico. Practicará una agricultura destructiva, sucia e insostenible. Adoptará una indumentaria parecida a la utilizada por los marines en la guerra contra Irak. No dejará ni un ápice de su cuerpo al descubierto: mascarillas, equipos de protección, guantes, etcétera.

Cargará su arma de destrucción masiva. Se ubicará en un extremo del campo y se introducirá disparando química a diestra y siniestra. El nuevo Rambo acabará con todo aquello que respire, independientemente de la función ecológica que desempeñe, en vez de convivir armoniosamente y aprovecharse de las vehemencias ecológicas que ofrecen algunos seres vivos.

Será pues un humano autista. Ciego, sordo y mudo a los gritos de aquellos seres vivos que perecerán y pedirán clemencia en el campo de batalla. A esas aguas que se contaminan. A esas tierras que se deterioran. A esos árboles que se talan para ampliar la frontera agrícola. A esos restos de química que se cuelan en nuestra dieta y amenazan nuestra salud. Y a esa seguridad, soberanía y libertad alimenticias que durante tanto tiempo enarbolaron las banderas de la independencia y del humano en concordancia con el medio.

Como afirmó Altieri en entrevista (que puede consultarse en la página www.rel-uita.org "Los campesinos saben tanto o más que los universitarios". Pero el "gricultor transgénico dejará de ser profesor para convertirse en oyente y fiel acatador de las "instrucciones de uso de los transgénicos". Muchos de los conocimientos ancestrales, fruto de la praxis en el campo durante generaciones, quedarán arrinconados y olvidados frente a los nuevos paquetes tecnológicos. Le dirán: "utiliza este agroquímico, crea refugios para evitar la resistencia de las plagas, y diseña vallas genéticas para evitar la dispersión de los transgenes". Y él obedecerá. Su fe por la tecnología y la confianza ciega ante el técnico con diploma universitario lo llevarán a olvidar sus sapiencias o a dejarlas en un segundo plano. También a olvidar las consecuencias para segundos y terceros de sus nuevas y revolucionarias metodologías de trabajo. Será un agricultor sumiso.

Dejará de ser investigador y autodidacta para convertirse en un ser pasivo que recibe información de una multinacional y cumple con las instrucciones. No experimentará para mejorar sus cosechas. Ni pensará nuevos métodos de trabajo más cómodos o eficientes. Ante cualquier problema, recurrirá al técnico que le vendió el paquete. Pasará a un estado de dependencia. De comodidad y de pereza.

Afianzará el monocultivismo salvaje, industrial y depravado nacido de la primera "revolución verde"; y que no deja de ser un sistema alimentario peligroso, para cubrir las necesidades nutritivas de un mundo gobernado por monstruos que cambian sangre por petróleo y que gira alrededor de un sistema económico terrorista.

El día que plasme su firma en el contrato con la multinacional pasará a ser un humano burócrata, que deberá cumplir una serie de órdenes y cláusulas. Miedoso ante los sicarios y abogados que las multinacionales contratan para salvaguardar el nuevo orden agrícola establecido por y para bien de éstas. La desconfianza crecerá en su interior por si otro agricultor transgénico lo denuncia ante la multinacional por hacer "trampas". Si el que denuncia es él a cambio de alguna migaja o de una palmada en la espalda, pasará a ser un traidor y burdo vasallo de la multinacional que perdió, si es que alguna vez la tuvo, eso que se llama conciencia de clase.

Se comunicará menos con otros agricultores. Dejará de compartir semillas. De departir y discutir nuevas técnicas. De contrastar nuevos trucos o mejoras. El pack de la multinacional lo ofrece todo menos el perro de compañía.

Se volverá un ser individual, que lo llevará a perder grandes dosis de solidaridad. Cada finca transgénica estará separada por paredes de cemento virtuales que aislarán a cada agricultor transgénico del exterior y de sus circunstancias. El estado de incomunicación será perpetuo. Crecerá en el campo la competencia y la envidia. Aparecerán de la nada tensiones entre el agricultor transgénico y el tradicional.

ƑCultura transgénica?

No se puede hablar de una "cultura o valores transgénicos" unitarios, ya que no son nada nuevos, sino que corresponden a los rasgos propios de las sociedades occidentales. Por el contrario, se puede afirmar que los valores capitalistas se introducirán en zonas vírgenes a través de la burocracia y los métodos de producción y control que envuelven el cultivo de transgénicos, y que son dirigidos por grandes corporaciones multinacionales. Se puede hablar, por lo tanto, que la introducción de estos valores y cultura en estos lugares no se efectuará directamente por métodos convencionales como la propaganda, el consumo o la política.

Las zonas rurales agrícolas son precisamente las que más alejadas se mantienen de la moral única, ya que la distancia, la ausencia de publicidad, la falta de productos para consumir, la visión de la vida de una forma diferente, la variedad cultural, la creencia en otras estructuras administrativas propias y ancestrales permiten a las personas que habitan en estas zonas mantener una vida y unos valores diferentes a los occidentales.

Si tenemos en cuenta los dos párrafos anteriores, podemos establecer que: a) Los transgénicos introducirán los valores y la moral capitalista. b) Las zonas más afectadas por el aterrizaje de los transgénicos serán precisamente las zonas rurales que se mantienen alejadas y vacunadas de este tipo de valores.

Podemos adelantar estas conclusiones:

  1. Los cultivos transgénicos no suponen únicamente una amenaza a la salud de las personas, al medio ambiente, a los agricultores, a las relaciones económicas, culturales y sociales, etcétera. También suponen una amenaza a los valores, a la moral y a la cultura propia de cada zona, introduciendo valores y perspectivas de vida planas y simétricas, donde el consumo y el dinero son ejes centrales.
  2. El "agricultor transgénico" enterrará al agricultor tradicional y a los valores de éste. Procreará nuevos seres humanos a los cuales introducirá el nuevo orden moral. El agricultor transgénico se relacionará con otros humanos mostrando a éstos el nuevo orden moral. Por lo tanto, eliminará valores propios y contaminará con los nuevos. No sólo será el agente pasivo que los recoge, sino también el agente activo que los transmite directa o indirectamente.
  3. El agricultor transgénico aplicará sus valores a todas las facetas de su vida. Si es un ser humano antiecológico, no sólo lo será para contaminar genéticamente; sino que su desprecio por la naturaleza lo llevará a obviar y desentenderse de otras problemáticas ambientales. Por ejemplo, el cambio climático. Si es un ser humano aislado e individual, no sólo lo será para guardar silencio y cautela en el campo. También lo será, por ejemplo, ante un vecino que pasa una determinada dificultad.
  4. En definitiva, esta nueva amenaza de los transgénicos, unida a las ya conocidas y publicadas en numerosas veces y lugares, debe plantearnos una posición de lucha frente a estas nuevas tecnologías.