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México D.F. Jueves 1 de abril de 2004

Sergio Zermeño

Las amargas lágrimas de Leonel Godoy

Yo entiendo la decepción del presidente del PRD. El fin de la videoborrachera y la apertura del octavo congreso daban esperanzas hacia una recomposición, nuevos consensos y nuevas orientaciones para transitar por los borrascosos tiempos que se avecinan. Dirigir el PRD nacional no es de enchílame otra. Este partido, a diferencia de la dedocracia priísta o del elitismo panista, tiene que lidiar con lo que constituye su marca de origen: la elección abierta de sus representantes en todos los niveles, desde las candidaturas de barrio hasta las de gobernador, pasando por todos los peldaños partidistas. En un país tanto tiempo estancado, en caída libre de su nivel de vida, con crecientes agregados en la precariedad y la masificación, la política se vuelve una estrategia de supervivencia y se vuelve un ejercicio de disciplina y de subordinación al colectivo, no a las ideas ni a las ideologías, sino a la defensa y la continuidad del grupo. ƑCon quién nos aliamos para ser menos vulnerables? Es la pregunta cotidiana para permanecer, para ascender.

En un partido de tal manera abierto, las mayorías son las más precarias y con sus votos pueden colocar a sus líderes en las legislaturas, en el propio partido o en los gobiernos que van siendo ganados para la causa. La conformación de corrientes o tribus no es entonces una invención de este o aquel líder, sino que constituye el funcionamiento esencial de un organismo político semejante. Por ello se puede decretar la disolución de una corriente, pero, como dijo Juan Guerra, su composición molecular la recompone en el instante que sigue. Es tan fuerte esa composición y tan refractaria a los principios y a las ideas, que termina desconfiando de los intelectuales que son conservados como en vitrina, gracias a las candidaturas plurinominales, o hacen rabietas cuando son convocados a los eventos sólo como invitados especiales. Se ha desatado incluso un antintelectualismo que ha expulsado, en los hechos, a los cuadros mejor formados en torno a los postulados de la democracia ciudadana. Se han ido a colocar entonces en la esquina del México Posible y de la Democracia Social o en la soledad de las candidaturas personales o independientes.

En consecuencia, sólo los líderes morales o históricos parecen capaces de poner orden y límites al accionar desenfrenado de las tribus, en un organismo político como el sol azteca. Pero sucede que Cuauhtémoc Cárdenas, en lugar de invertir toda su autoridad en esa dirección, con unas estadísticas en sus narices que le otorgan un voto por cada ocho de Andrés Manuel López Obrador, insiste en ser candidato por cuarta vez a la Presidencia de la República. Solicita entonces la renuncia del Comité Ejecutivo de su partido, lo que logra en parte pero, como no le hacen caso en el instante mismo, renuncia a todos sus cargos, debilitando aún más a la dirección del partido, y se va a su casa a sabiendas de que irán a buscarlo en repetidas ocasiones en los meses que siguen, para que vuelva y, de haber imprevistos, para que vuelva triunfante.

Pero ahí no terminan todas las desgracias, y algo que nos puede hacer pasar de los sollozos a los berridos es la actitud del otro líder moral del PRD: resulta que Andrés Manuel no quiere pelar a nadie del partido, parece no necesitar de bules para nadar; la casi totalidad de sus líderes se quejan del poco caso que les hace. Y es que el obrismo tiene su propia mecánica de articulación con la sociedad, con el pueblo en realidad, como quedó más que claro el pasado domingo 14, cuando salió seis veces al balcón para agradecer el apoyo masivo de sus seguidores. Las corrientes se empeñan en organizarle comités electorales desde ahora, y él desautoriza esos esfuerzos a sabiendas que desde los aparatos de gobierno y los programas de ayuda a la gente él puede articular dichos apoyos. Es más, muchos en el partido, en la administración y en la opinión pública dudan de que realmente se lleven a cabo las elecciones de comités vecinales programadas para agosto. Muchos otros pensamos que la legislación favorecerá la figura de asamblea vecinal más dependiente de los animadores políticos y reunida esporádicamente, frente a la de asociación territorial de comités vecinales, con más trabajo sistemático de los ciudadanos y más autonomía. Esa fobia al fortalecimiento de los andamiajes de intermediación del partido, pero principalmente de los ciudadanos, y su proclividad hacia la relación directa del líder con la masa, puede colocar al obrismo mucho más cerca del chavismo (enfrentando a la sociedad integrada contra las masas movilizadas), que de las figuras de Lula o de Mitterrand (de consensos más estables, aunque precarios).

Este tema, más que las corruptelas y las chamaqueadas, sí puede convertirse en un verdadero talón de Aquiles del obrismo y pide a gritos una revisión. Pero en lo que aquí nos ocupa, bastante sobrio se comportó Leonel Godoy con tal desastre ante sus ojos.

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