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México D.F. Domingo 4 de abril de 2004

Vilma Fuentes

Hombres terrestres

El rudo ejercicio que constituye la visita al Salón del Libro de París, la noche de su inauguración, es en definitiva más extenuante física y mentalmente que el de la visita al Salón de la Agricultura. Así, el presidente Jacques Chirac, quien es capaz de recorrer este último durante un maratón de siete horas, nalgueando vacas, acariciando puercos y borregos, deteniéndose de puesto en puesto para probar jamones, quesos, vinos, chorizos, degustar productos de cada región de Francia, saludando agricultores, acariciando niños, sin parecer sentir cansancio, parece quedar extenuado al cabo de una hora de visita al Salón del Libro. No es la lectura lo que lo cansa, puesto que no abre ni un libro -a semejanza de la mayoría del público selecto que asiste a la inauguración-, tampoco las bebidas que sirven en cada estante y que él no bebe, ni las toneladas de bocadillos que serán englutidas esa noche y que él no toca, restringiéndose al puro ejercicio mental de la caminata y la visión de las miles libros expuestos. ƑQué puede extenuarlo en tal forma para que no dedique más de una hora a la intelligentsia y a su más refinado producto, el libro, cuando se conoce su gusto por la poesía?

La respuesta es reveladora. Si los responsables políticos no pasan más de una hora en el Salón del Libro, no es porque la fatiga intelectual los agote, es un simple cálculo realista: la intelligentsia, a pesar de sus pretensiones, pesa menos electoralmente que la clase campesina. Así, una hora basta aquí mientras son necesarias siete allá. Tal es la primera lección que se deduce de la inauguración de este salón.

Segunda lección: hay cajas registradoras en todos los estantes, puesto que los visitantes pueden comprar libros. La noche de la inauguración, sin embargo, la venta aún no se abre: las elites tiene por costumbre, en tanto que personas ricas, no comprar libros, sino recibirlos gratis. La venta comienza al día siguiente. Se oye por todos lados el tintinazo de las cajas registradoras que se llenan de dinero más o menos rápido. Una especie de concurso se establece de un editor al otro: ganará el que haga sonar más seguido la campanilla de su caja semejantes a gritos de victoria. Cuestión: Ƒquién gana el concurso y realiza, pues, la mayor cifra de beneficios? Respuesta: no es un editor, ni grande ni pequeño, son los estantes de restoranes, bares y cafés, que no se vacían nunca. Queda establecida, sin duda alguna, la prueba de que los visitantes tiene más sed y hambre de alimentos terrestres (bravo a Gide) que de alimentos espirituales.

Todas estas consideraciones no impiden al Salón del Libro de París ser un éxito. Primero, por el importante número de asistentes, y esto a pesar de la inquietud general en Europa desde los recientes atentados en Madrid. En seguida, a causa de la organización y la riqueza de la exposición de los volúmenes. Sin caer en el gigantismo de la Feria de Francfort, que es verdaderamente una feria, los franceses, fieles a sus tradiciones, prefieren el término de salón. Es más elegante, y sigue siendo de talla humana.

Este año, el país invitado de honor fue China, que hizo grandes esfuerzos para presentar la mejor imagen de su producción y, puede decirse, que el resultado es impresionante. Cierto, nadie ignora que las consideraciones políticas, los intereses diplomáticos, debieron jugar un papel al menos tan importante como los objetivos puramente culturales. Es una evidencia, pero la apertura de China es otra y nadie puede menos que regocijarse.

Tarde en la noche, casi de madrugada, mientras temblaba de frío haciendo una cola de más o menos 300 personas para conseguir un taxi, no habiendo podido alcanzar el último Metro, el ambiente era de verdadero júbilo en la calle: la gente reía y aplaudía a la llegada de cada taxi, haciendo la conversación con los vecinos desconocidos, vacilando, diciéndose que era como cada año, que uno venía a sufrir caminando durante cinco horas y a esperar un taxi otras tantas, pero que el asunto valía la pena. Una comunidad, me dije, se forma cada año alrededor de ese objeto tan selecto que es una novela, un volumen de poemas, en fin, un libro.

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