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México D.F. Domingo 4 de abril de 2004

Carlos Bonfil

Visconti en la Cineteca

Luego de tres años de recorrido por Europa, la retrospectiva que reúne la filmografía completa del realizador Luchino Visconti, en copias nuevas, sometidas a un minucioso trabajo de restauración de 10 años, llega al fin a México y se presenta del primero al 20 de abril en la Cineteca Nacional.

El llamado "Proyecto Visconti", impulsado por la Escuela Nacional de Cine de Italia, ha permitido el rescate de obras cuyo acceso se volvía muy difícil por existir sólo copias dañadas o raramente proyectadas en pantalla grande. La proliferación del video, y en particular del dvd cultural, habían permitido redescubrir a cuentagotas algunas cintas maestras de Visconti, en particular Obsesión, Rocco y sus hermanos y Muerte en Venecia, pero títulos como El gatopardo o la versión completa de Ludwig, la pasión de un rey, seguían siendo rarezas.

La retrospectiva que actualmente ofrece la Cineteca Nacional permite, de modo irrepetible, disfrutar copias impecables de aquellas películas que por largos años sólo fueron accesibles por la televisión cultural o en copias de video, y apreciar trabajos tan portentosos como La tierra tiembla, de 1948, sobria aproximación a la vida cotidiana de los pescadores de un pueblo siciliano, quienes resisten los embates de mayoristas que intentan explotarlos. Una película sin actores profesionales, rodada en escenarios naturales, con un tratamiento visual muy lírico que rápidamente trasciende su primera vocación de denuncia social.

Otro trabajo desconocido: Días de gloria, de 1945, crónica de la resistencia antifascista, es un documento elocuente del compromiso político del cineasta comunista, quien a un año de la caída de Mussolini reúne los testimonios de la lucha partisana y su avance triunfal al lado de los aliados.

El rescate fundamental de este periodo es, sin embargo, Obsesión, de 1942, adaptación del clásico negro de James M. Cain, El cartero siempre llama dos veces, que resultó muy perturbadora para la censura fascista por su manejo elegante y ambiguo de la pasión amorosa en las vertientes del adulterio y de la tentación homoerótica, con una fotografía estupenda, y una protagonista de gran complejidad expresiva, Clara Calamai, y un magnético Massimo Girotti, como Gino Costa, prefiguración del Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo. Lamentablemente, esta cinta se presentó por única vez en una función reservada, una "ceremonia de inauguración, entrada sólo con invitación", sin poder ofrecer una función alternativa para todo el público no invitado. El colmo del festejo institucional: casi media sala queda vacía al desalentarse en los medios una asistencia general. En cada gran retrospectiva se repite, incomprensiblemente, este mismo desatino.

Este domingo es posible disfrutar otra cinta clave, Bellísima, de 1951, con la mítica Anna Magnani en uno de sus mejores papeles, con un guión formidable inspirado en un relato de Cesare Zavattini, muy a la altura de los dramas neorrealistas de ese periodo, Milagro en Milán o Umberto D, de Vittorio de Sica. En Bellísima, la vigorosa Maddalena (Magnani) lleva a su pequeña hija María hasta los estudios Cinecittá, donde el realizador Blasetti busca una protagonista infantil para su próxima cinta. La película de Visconti se vuelve una sátira de la influencia del cine hollywoodense en la renovada industria de cine italiano, y del fervor de muchas madres que deseaban ver en sus hijas la posible versión local de alguna Shirley Temple, forzando talentos y habilidades inexistentes, fatigando la paciencia de otros familiares, y exponiéndose a frustraciones en ocasiones mayúsculas. Una mirada irónica, cargada de generosidad y humorismo, a la devoción materna y a su enorme capacidad de autoengaño.

La retrospectiva prosigue a lo largo de dos semanas más con algunos títulos ineludibles, Livia (Senso), de 1954, fastuoso melodrama histórico con fondo operístico (Il trovatore, de Verdi), y con Alida Valli y Farley Granger envueltos en intrigas políticas y amorosas en vísperas de la unificación italiana. O Las noches blancas, adaptación de un relato de Dostoievski. O la restauración muy esperada de El gatopardo, Palma de Oro en Cannes en 1963, donde Burt Lancaster ofrece una interpretación portentosa como príncipe Salina, aristócrata consciente del colapso inevitable, en 1860, del orden social que representa -a la vez retrato oblicuo del propio cineasta, con sus veleidades políticas de izquierda y la visión moral sulfurosa que irá acentuándose en sus películas siguientes, particularmente en Los malditos, en Ludwig, la pasión de un rey, o en Violencia y pasión. Un cineasta excepcional, una retrospectiva irrepetible.

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