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México D.F. Lunes 5 de abril de 2004

La Nueva Viga: el puerto más grande de México

Los precios de pescados y mariscos fijados aquí son el termómetro para todo el país

MARCO RASCON

Cuando amanece en la ciudad de México, en el mercado de pescados y mariscos de La Nueva Viga ya es tarde.

Desde la madrugada, tráileres, camiones, camionetas y acentos costeños de todos los puntos del país traen cientos de toneladas a este centro de abasto, que por el volumen y la diversidad que aquí se comercializa podría llamarse "el puerto más grande de México".

A esta zona de Iztapalapa, llegando por el Eje 6 Sur o por las otras grandes vías del oriente, los visitantes y transportistas se orientan por el olor a matices del mar, salazones, pescados frescos y otros no tanto; olores que quienes acuden a diario o con frecuencia al mercado ya no perciben tan fácilmente, pero que llevan encima y los distinguen el resto del día en otras partes como miembros de esta singular comunidad que trabaja desde la madrugada hasta el amanecer.

Más de 6 mil trabajadores en 400 bodegas son acompañados de vendedores ambulantes de jugos, tacos, artículos para arreglar el pescado, coyotes que compran y revenden, cargadores, vigilantes, franeleros y pescaderos que por 3 o 4 pesos por kilo destazan y ''arreglan'' decenas de toneladas al día a puro cuchillo y machete. Estos atraen a más de 30 mil comerciantes y compradores, que se conectan a todos los mercados de la ciudad y estados del centro del país para surtir a mercados, restaurantes o a la mesa familiar de fin de semana. Mucho del pescado y marisco que se consume en los grandes hoteles de Acapulco, Veracruz y hasta Puerto Vallarta o Cancún, proviene del mercado de La Nueva Viga, donde la variedad, el precio y la frescura igualan a los centros de venta junto al mar.

Este fenómeno no es sólo de México, sucede también en España, Italia y Francia, por ejemplo, donde un mayor nivel de ingresos y la dimensión de la demanda atraen a los productores e introductores de especies marinas.

No es por alardear, dicen en este mercado, pero los productos de la costa ''aquí adquieren precio'', y por eso mucho de ese pescado y marisco primero llega al Distrito Federal y luego, en un misterioso sistema de oferta y demanda que sólo los bodegueros conocen por la actitud de los compradores, arman la red de distribución en la zona metropolitana y muchas ciudades del país.

Este pequeño Wall Street del pescado determina el precio de las especies mediante el sistema de radio bemba, en función de la entrada y velocidad de demanda de productos de mayor comercialización.

La Nueva Viga es un condominio cerrado, lo cual le da también cierta seguridad, pues ante la diversidad de cuchillos en el aire, los ladrones no se animan aquí con facilidad y raras veces se sabe de asaltos dentro del mercado, aunque uno de los males que han azotado en los últimos tiempos ha sido los secuestros de bodegueros inermes, quienes son exprimidos hasta de lo que no poseen para salvar la vida. Los secuestros pasan sin ser denunciados, y aunque corre la voz de que tal o cual bodeguero está plagiado, todo transcurre como parte de un tributo que hay que pagar.

Por otra parte, en la Nueva Viga los ladrones saben lo que significa ser aprehendido in fraganti dentro del mercado: pueden ser víctimas de escarmiento, que no por light deja de ser lastimoso, pues algunos han sido amarrados a los postes del patio central y exhibidos en una especie de rito medieval.

Con sentido del humor que transmiten los carretilleros y alineadores (los que destazan el pescado), el mercado desde la madrugada es una feria de chiflidos, coros, música de bandas y cumbias que se mezclan con los gritos de oferta de sierras, esmedregales, extraviados, petos, camarones, pulpo, almejas, mojarras, lebranchas o lisas, chernas, bacalaos, atunes, jureles, curvinas, lobinas, merluzas, brujas, cazones y marrajos (tiburones) sin aletas, pues ésas se las quitan en altamar y allá las venden a barcos con bandera extranjera. "šQué grande eres! šVamos, equipo! šOrale, barato, sierra para los sierreros!", gritan los bodegueros que animan a sus tropas para la venta, mientras cargan y descargan camionetas, reproduciendo el furor de los barcos cuando llega la red cargada de brillantes peces.

Pero aunque el trabajo dignifica, no todo es felicidad en este mercado que vive bajo las presiones del tiempo, caracterizado por el abandono de los gobiernos y los mitos de los mexicanos que van sólo por temporadas y cuando se nubla se achican y regresan conservadoramente al pollo y la carne.

Se dice que de toda la demanda de pescado, más de 70 por ciento es de huachinango y robalo, ignorando o despreciando más de 300 especies que falsamente, por ser baratas, se consideran de mala calidad o se miran con desconfianza por su aspecto y color.

Gurrubatas, roncos, papelillos, bandera, plateado, carpa, cintilla, barracuda, dorado, bruja, bonito, besugo y chopa se convierten en filete sol o platos de huachinango y robalo, pues, frente a la ignorancia, la tendencia y el deporte de los pescaderos o restauranteros es dar gato por liebre, nombrando los filetes con nombres pomposos como "blanco del Nilo", "filete sol" o "posta de robalo". La gran preocupación de la demanda mexicana es: "y ese pescado, Ƒtiene espinas?" Cuestión que lleva a una respuesta falsa: "poquitas", cuando la naturaleza dio a todos los peces casi la misma estructura.

Con severos problemas de basura, desorden de estacionamiento y falta de organización, la Nueva Viga es el símbolo de los alimentos perecederos. Aquí los infartos y derrames cerebrales de bodegueros por la tensión permanente y la amenaza de perdidas unen el auge y la bancarrota en una rueda de la fortuna, en una lotería, un juego de azar que se suma a los instintos de los marineros que atisban los buenos tiempos y las tempestades viendo al cielo. Los mayoristas de pescados y mariscos son valientes casi por naturaleza y su oficio es arriesgar, comprar un camión lleno de pescado con hielo y venderlo o ver cómo va pasando de primera a segunda o tercera calidad si no se vende a tiempo.

Los gobiernos mexicanos nunca han visto al mar, ni siquiera el de Adolfo Ruiz Cortines con su "marcha al mar", pues este eslogan no tenía que ver necesariamente con la explotación racional del mar, sino con políticas de inversión y población, fundamentalmente.

Con Echeverría en los 70, el sector pesquero se vio revitalizado con créditos y fomento del cooperativismo. Se creó Productos Pesqueros Mexicanos Tepepan, que privatizó Carlos Salinas de Gortari y significó la destrucción de la principal red "de frío" que apoyaba los centros pesqueros para vincularse con los centros de consumo.

El sector pesquero ha sido golpeado una y otra vez con políticas absurdas, como ejemplificar la lucha contra el cólera utilizando un pescado en la sartén. No obstante, la pesca mexicana y su comercialización han sobrevivido al cólera y las campañas sospechosas desde la radio y la televisión, que sin faltar anuncian durante la temporada alta "marea roja frente Acapulco", cuando este puerto no aporta ni 0.5 por ciento a la producción pesquera nacional.

El sector ha sobrevivido también a la corrupción y contaminación de Pemex, y a la más peligrosa: la privatización, pues los frigoríficos del Estado fueron rematados a los grandes supermercados en calidad de chatarra y luego de 15 años, una mínima res, casi artesanal, vincula a los centros pesqueros con los de distribución y comercialización.

Hoy, entre los sectores de altos o mejores ingresos el consumo de pescado y marisco ha dado cierto impulso a la actividad, aunado a cierta tendencia hacia la exportación, sobre todo de camarón, pulpo y algunas especies, como la merluza del Pacífico; sin embargo, en el mercado interno la situación no avanza. Se dice que de más de 3 mil pescaderías que existían en el valle de México en 1980, difícilmente ahora existen mil. Que salvo esfuerzos de los bodegueros por inventarse programas de introducción de pescado en barrios y colonias, como el establecido por el Instituto de Fomento al Consumo de Productos Pesqueros (Infocopp), con el apoyo de algunas delegaciones y la Secretaría de Desarrollo Económico, son pocas las acciones en apoyo a este sector, que podría proporcionar proteínas, las mejores y más baratas, para la dieta de los mexicanos.

En México, el consumo per cápita de pescado al año dicen que llega a ocho kilogramos, mientras en España el consumo es hasta de 30 kilos por persona y en Perú de 28. Por una razón desconocida los gobiernos y los capitales mexicanos desprecian los mares que otros países sí explotan de manera intensiva y con reglas mínimas.

La falta de visión mexicana hacia el mar hace que no se apliquen técnicas modernas ni inversión para la protección de especies que, de ser explotadas sin control, pronto serán extinguidas. En el sistema educativo nunca se dice que la nación no sólo es el territorio, sino también el mar, y que tenemos 200 millas de mar patrimonial que se extiende en el Pacífico hasta casi 600 millas por las islas Revillagigedo. No se informa que del territorio nacional, la mayor cantidad es agua, y es 1.5 veces más grande que la superficie de tierra y con grandes riquezas como la pesca, la biodiversidad y el petróleo.

México sería distinto si se hubiesen desarrollado la pesca y los ferrocarriles. Los grandes intereses económicos hicieron de la construcción carretera o la explotación avícola y ganadera actividades opuestas a la producción pesquera y ferroviaria. La ceguera e ineptitud gubernamental, por omisión o sumisión, han sido responsables del estancamiento en estas ramas de producción e infraestructura que pudo haber hecho del país una potencia alimentaria y de comunicación con el mundo, y en ello se han igualado tanto desde el viejo estatismo hasta los gobiernos con políticas privatizadoras y neoliberales.

Por eso en la Nueva Viga se clama porque el país tenga conciencia de que vive entre dos mares; que existen armas alimenticias para el futuro que garantizarían la nutrición de los mexicanos y aportarían además a la economía interna del país. En ese sentido, ya no debe hablarse solamente de los trabajadores del campo y la ciudad, sino también de los trabajadores del mar, que viven de la pesca, el empaque, la transportación, la introducción y comercialización y hasta en la gastronomía.

La otra gran tarea, se dice en el sector, es sacar la cultura del mar y sus productos como algo relacionado exclusivamente a la vigilia y la cuaresma. Sacarlo de la visión de unas cuantas especies y de los mitos sobre la conservación y la cocina. Viendo al mar México podría rencontrarse y abrir nuevos caminos.

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