La vendedora de rosas y la “justicia” para los desechables

Amalia Rivera

La tasa de homicidios en Medellín es 22 veces mayor que la de Estados Unidos, que ya son palabras mayores. Esta ciudad del noroccidente de Colombia se ha ganado a bala y fuego el sobrenombre de metrallo , dado el extendido uso de metralletas. Tampoco hay que olvidar que en los años ochenta perecieron en las calles de Colombia 50 mil niños: “toda una generación se extinguió sin que nadie advirtiera su ausencia”: son “los desechables”. Apesadumbrado, el cineasta Víctor Gaviria fue madurando esta realidad que volcó de un golpazo en 1998 en La vendedora de rosas, una película descarnada que deja al rojo vivo la gran llaga de Colombia: los niños y niñas de la calle. Leidy Tabares, quien se interpreta a sí misma en el multipremiado filme, obtuvo el reconocimiento de la crítica, vivió por unas horas el glamour de las estrellas y fue objeto de múltiples entrevistas, pero su historia no es la de la Cenicienta ni terminó con el happy end de las películas de Hollywood.

Leydi Tabares es hija de una alcohólica que engendró siete hijos de siete padres diferentes. Cuando su madre descubrió que estaba embarazada en 1981, influenciada por la boda de Lady Di, decidió bautizarla con ese nombre. A los cinco años, Leidy Tabares salió de su casa huyendo de los golpes e insultos para perderse en la calles de Medellín. Jamás fue a la escuela y su único refugio era el solvente, dormía en las calles y a veces, cuando tenía dinero, producto de la venta de rosas en bares, podía alquilar un tugurio. Así vivió siempre hasta que a los 13 años, Gaviria la encontró para ofrecerle el papel de Mónica.

La película triunfa, es aclamada en Cannes y Leydi es designada mejor actriz, lo que de inmediato la convierte en el centro de las miradas y de las entrevistas: “por primera vez me sentí respetada. A través de nosotros y de la película, los niños de la calle de Medellín encontraron una dignidad que nunca se les había otorgado”, dijo a El País Semanal (25/01/04).

La película sólo le dejó mil euros y algo que nunca se le acabará: la satisfacción de sentirse reina por un día y tan poderosa que habló de fundar una corporación para ayudar a niños de la calle y a jóvenes prostitutas. Pero en cuanto se apagaron los reflectores que la siguieron en los festivales de cine de La Habana, San Sebastián, Bratislava... volvió a la calle a vender rosas. Cuando algunos periodistas conocieron su situación, una cadena televisiva recaudó dinero entre los espectadores para ayudarla a comprar la casucha miserable llena de humedad en la que vivía. Poco después se enamoró de otro hijo de la calle, pero el idilio acabó en tragedia: ella y su hijo presenciaron el asesinato de su compañero en su propia casa.

Más tarde vino un ofrecimiento para un pequeño papel en una telenovela. Seis meses después fue arrestada, acusada de haber pagado a un pistolero por el asesinato, el 26 de agosto de 2002, de Oscar Galvis, un taxista de 44 años, que Tabares asegura no conocer, y de robar el vehículo que conducía. Quien la inculpó aseguró que ella proporcionó los cuchillos a los adolescentes que lo llevaron a cabo, aunque el fiscal sostuvo que la víctima murió baleada.

A sus 21 años Leidy, madre de dos hijos, declaró tras su arresto domiciliario: “¿Por qué hizo eso el juez? Para dar ejemplo. Siempre llama a estos niños de la calle los desechables. La sociedad les teme y les odia. Así que ¿qué mejor forma forma de vengarse de ellos que castigar a la mujer que los simboliza, que con la película les devolvió la dignidad? ( El País Semanal, Ibid).

A pesar de que el proceso estuvo plagado de contradicciones y que la sentencia fue apelada, el Juzgado Segundo Penal del Cicuito de Bello la halló culpable de homicidio agravado y hurto calificado agravado y reiteró su condena: 26 años de prisión. Además de que deberá pagar una multa por perjuicios materiales.