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México D.F. Viernes 9 de abril de 2004

* Miguel Concha

La Pasión según Gibson

Para explicar racionalmente un misterio de fe -que Jesucristo murió por los pecados de la humanidad y resucitó para abrirle la posibilidad de hacerse agradable a Dios-, la piedad, el culto y el pensamiento cristiano echaron mano desde hace muchos siglos de imágenes humanas condicionadas social, cultural y hasta políticamente.

La teología, influida por la mentalidad griega, ve en la encarnación de Dios el punto decisivo de la redención, pues, según su metafísica, Dios es por naturaleza sinónimo de perfección y de inmortalidad; la creación, en cambio, es necesariamente imperfecta, corruptible y mortal. Según ella, esto obedece a la estructura misma del ser creado, y no constituye una fatalidad ni un pecado. Con la encarnación entonces entra en el mundo la redención, porque el Dios infinito e inmortal se encuentra con la criatura mortal y finita en Jesucristo: "Dios se hace hombre -dirá lapidariamente San Atanasio- para que el hombre se haga Dios". Redimir significa aquí elevar al mundo a la esfera de lo divino. No interesa tanto el hombre concreto Jesús de Nazaret, su itinerario personal y el conflicto que provocó desde su experiencia y visión de Dios con la situación religiosa, cultural y política de su tiempo, cuanto la humanidad universal representada por él. Y en esta perspectiva, la redención actual se efectúa al margen de la historicidad concreta del hombre, pues no se trata tanto de plasmar la redención en un modo de ser y actuar más fraterno, justo y equitativo, sino de participar subjetivamente en un acontecimiento objetivo que sucedió en el pasado y se actualiza mediante los sacramentos y el culto de la Iglesia, que divinizan al hombre. Otro tipo de teología, más propia del occidente cristiano, influido por la mentalidad ético-jurídica de los romanos, pone en la pasión y muerte de Cristo el punto decisivo de la redención. Para el pensamiento romano, el mundo es imperfecto, no sólo por el hecho ontológico de la creación, sino sobre todo por la presencia del pecado y el abuso de la libertad. El hombre ha ofendido a Dios y ha violado el recto orden de la naturaleza; debe reparar el mal causado. De ahí la necesidad de la expiación, el rescate y la satisfacción. Dios viene entonces al encuentro del hombre, envía a su propio Hijo para que repare vicariamente con su muerte la ofensa infinita perpetrada por el hombre. Cristo vino para padecer, morir y así reparar. La encarnación y la vida de Jesús sólo tienen valor en cuanto preparan y anticipan su pasión y muerte. No se trata tanto de introducir algo nuevo con la divinización, cuanto de restaurar el orden primitivo, justo y santo. En realidad aquí también se vacía de contenido la vida concreta de Jesús de Nazaret y la redención adopta igualmente un carácter extremadamente formal y abstracto. ƑAcaso para los creyentes no fue salvadora toda la vida de Jesús? ƑNo mostró él qué es la redención en su forma de vivir, en el modo de comportarse ante las más variadas situaciones y en la manera de afrontar su muerte? Este empobrecimiento en la forma de interpretar la salvación de Dios, más propio de una mentalidad tradicionalista, no se da sólo en el punto de partida (encarnación o cruz), sino también en la articulación de las imágenes empleadas para expresar y comunicar el valor universal y definitivo de la acción salvadora: el sacrificio expiatorio, la redención-rescate y la satisfacción sustitutiva, que a su vez se apoyan sobre un pilar común: el pecado contemplado en tres perspectivas diferentes. En lo que respecta a Dios, es una ofensa que exige reparación y satisfacción condigna; en lo que respecta al hombre, reclama un castigo por la transgresión y exige un sacrificio expiatorio; en lo que afecta a la relación entre Dios y el hombre significa la ruptura y la caída del hombre bajo el dominio de Satán, lo cual exige redención y el precio de un rescate. En las tres maneras el hombre aparece incapaz de reparar su pecado, es verdad, es la obra de Jesucristo, pero se elimina violentamente el elemento histórico de su vida, su muerte no aparece como consecuencia de esa vida, y falta casi por completo el acontecimiento de su Resurrección.

Estos son los paradigmas utilizados por Mel Gibson en su película sobre las últimas 12 horas de la vida de Cristo, como parecen también indicarlo sus propias palabras: "La película -declaró Gibson en la Red Católica Global- culpa colectivamente a la humanidad (...) Soy el primero en la fila de la culpabilidad. Yo lo hice. Cristo murió por todos los hombres y de todas las épocas''. Allí está su grandeza, pero también sus grandes limitaciones.

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