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México D.F. Viernes 9 de abril de 2004

Gilberto López y Rivas

Las cuotas

Las cuotas son la razón de ser de las facciones del PRD. Nunca llegaron a ser corrientes ideológicas porque prematuramente el debate programático y político en el interior de las filas partidistas cedió paso a la incorporación de militantes a uno u otro agrupamiento en función de la distribución de lugares de dirección y en puestos de representación popular local o nacional.

Así, la cuota deviene en la estructura misma de la institución. Se otorga siguiendo la lógica de planillas, o también el género y la edad, e incluso se propuso el criterio étnico, aunque fue abandonado en la práctica y relegado en el ámbito estatutario. En estos casos, se buscaba originalmente una política de discriminación positiva como correctivo del machismo, la gerontocracia o el racismo imperantes, pero rápidamente la sustentación subyacente dejó de tener sentido y se transformó en una fórmula hueca para que las facciones se hicieran de más espacios de poder.

Es significativo que en el último congreso y en el contexto de la peor crisis que ha sufrido ese partido por los escándalos de corrupción ya conocidos, debidamente explotados por la derecha, grupos de jóvenes y mujeres plantearan como principal reivindicación el "incremento de sus cuotas", en lugar de proponer sendos posicionamientos sobre -por ejemplo- los asesinatos de mujeres en Juárez, la situación lamentable de los jóvenes en las actuales condiciones del país, el incremento de la guerra de contrainsurgencia en Chiapas, la renuncia del actual gobierno a la soberanía de las islas Coronado, por mencionar algunos temas que debieran haber movido las inquietudes de los congresistas todos.

No importaba tanto que las o los militantes en cuestión representaran las reivindicaciones para el avance de una causa en particular y del país en general, o que los requisitos de preparación, trayectoria, entrega y honestidad personales, conocimientos de determinados temas o experiencias de gobierno fueran tomados en cuenta, sino que tanto esos jóvenes o mujeres engrosaban la presencia de las distintas fuerzas que, como afirmó Cuauhtémoc Cárdenas, se fueron adueñando del PRD.

Las cuotas influyeron determinantemente en la dinámica, funcionamiento y calidad de las bancadas parlamentarias, los gobiernos de extracción perredista, los órganos de dirección del partido: el Consejo Nacional, el Comité Ejecutivo y el propio Congreso como autoridad máxima, ya que muchos no fueron conformados por quienes tenían las cualidades para ejercer determinada tarea de gobierno, conducción o representación. De hecho, los puestos se transformaron en un botín a repartir.

En el caso de los gobiernos locales, por ejemplo, los miembros del partido esperaban ese tipo de prorrateo ya como algo natural o normal. Poco importaba el desconocimiento de los aspirantes sobre asuntos jurídicos, servicios urbanos, desarrollo social, etcétera. Se consideraba que la sola pertenencia a una de las facciones partidistas bastaba para ocupar cargos de responsabilidad en el gobierno. Esto dio pie a que muchos de quienes ingresaran al partido no lo hicieran a partir de un reclutamiento con un periodo de prueba sobre las motivaciones reales del simpatizante para solicitar la incorporación, su conocimiento probado sobre documentos, línea programática y principios del partido, sino como una vía de ascenso social y bolsa de trabajo.

El militante individual o el situado fuera de los agrupamientos poderosos no tenían posibilidades de ocupar cargo alguno, a no ser que su prestigio personal se impusiera sobre la lucha de facciones, jugara un papel de equilibro en los conflictos intergrupales o fuera una cuota para "los externos", que en la etapa final se buscaban con afanes estrictamente electoreros y mediante dudosas encuestas que suplantaban las casi siempre turbias elecciones.

Al ser una lucha por el poder, las campañas internas se convertían en verdaderas batallas en las que todo se valía: el fraude, la compra de votos, el clientelismo, el acarreo, la obtención de fondos de orígenes dudosos. El partido sufrió una metamorfosis paradójica: se trastocó en su contrario, en el monstruo que negó al momento de su fundación: la cultura política del partido de Estado subsumió su práctica real.

Por omisión o comisión todos los militantes, en el nivel que nos tocó vivir, contribuimos a crear estas deplorables condiciones. Muchos, tal vez la mayoría, criticábamos lo que ocurría, pero no hubo la fuerza ni la capacidad para cambiar a tiempo: la inercia de lo cotidiano y coyuntural, el abandono de una discusión que traspasara la denuncia estéril, pero, sobre todo, el peso de la burocracia, sus redes de amiguismo, complicidad, nepotismo y pragmatismo fueron tomando el control de los aparatos.

Cuando Cárdenas renuncia a todos sus puestos en el partido rompe las reglas del juego: casi nadie lo sigue en esa acción, pues nadie está dispuesto a dejar lo conquistado, incluso es denostado y celebrada su salida. Así, las cuotas prevalecen en razón inversamente proporcional a las posibilidades de refundación del partido, la cual, por lo que se observa, quedará postergada por el fardo de los intereses creados.

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