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México D.F. Jueves 15 de abril de 2004

Gustavo Iruegas

Las culebras no usan bra

Como la Semana Santa, sin fecha fija, pero siempre al final de la cuaresma, la consideración por la Comisión de Derechos Humanos del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas de su tema nueve es móvil en el calendario, pero ocurre al final de los trabajos. El tema nueve aborda la Violación de los Derechos Humanos en cualquier parte del mundo, asunto que, desde hace 13 años incluye la situación de las garantías individuales en Cuba y será objeto de una decisión que ya es inminente.

Oportunamente empezó a circular la edición de 2004 del informe de la titular del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Christine Chanet. El documento, como en sus dos versiones anteriores, plantea la queja respecto a que el presidente Fidel Castro no la recibe ni le contesta sus cartas. No obstante, en las consideraciones que este informe hace sobre la conducta cubana, destaca el reconocimiento de su impresionante récord en cuanto a los derechos económicos, sociales y culturales de su pueblo, y hasta admite algunos avances en el ejercicio de la libertad religiosa y de expresión. Señala los desastrosos efectos de 40 años de bloqueo en las esferas económica y social y, por consiguiente, en lo relativo a los derechos civiles y políticos.

Acertadamente, el documento atribuye a la tensión extrema entre Cuba y Estados Unidos un clima poco propicio para el desarrollo de las libertades de expresión y de reunión. Enseguida pasa a explicar que las leyes y los fondos destinados a la "edificación"(1) de la democracia en Cuba por Estados Unidos brindan la oportunidad a las autoridades cubanas de intensificar la represión de sus opositores.

Ya sin rubor ninguno, dice que la intervención de los diplomáticos estadunidenses en la política interna de Cuba fue sólo un pretexto para la detención de los disidentes cubanos. Argumenta también contra el juicio sumario y fusilamiento de tres personas que intentaron secuestrar un transbordador para huir a Estados Unidos en abril de 2003. Cabe hacer notar que no menciona que, en esa misma semana, el representante de Estados Unidos se reunió con los opositores en su propia casa y fueron secuestrados dos aviones de pasajeros, y que todo ocurrió en vísperas de la votación de ese año en Ginebra, lo que hace imposible considerar cada uno de esos actos como hechos aislados. El informe termina instando al gobierno de Cuba a que no someta a su pueblo al sufrimiento que supone la privación de los derechos humanos y las libertades fundamentales.

La estructura del informe de Chanet permite inferir que las reclamaciones más importantes que se hacen este año son las que se desprenden de los hechos ocurridos en la primera quincena de abril de 2003 y que, en su conjunto, configuraron una provocación destinada a comprometer la votación en Ginebra.

Este año el gobierno de Honduras fue seleccionado por el de Estados Unidos para que patrocine el proyecto de resolución, el cual pone el asunto en la mesa de discusiones. Era de esperarse tan obsecuente conducta de un gobierno que ha enviado a Irak a sus propios soldados, con la misión última de servir de cadáveres subrogantes de los estadunidenses.

En la presentación de su proyecto de resolución, Honduras aclara, con candor o cinismo, que su actuación en la Comisión de Derechos Humanos está despojada de prejuicios ideológicos y de intereses políticos; que Cuba es un país amigo con el cual sostiene relaciones diplomáticas normales y un alto grado de cooperación, y que el objetivo fundamental del proyecto que presenta es que el gobierno de Cuba autorice a la representante del Alto Comisionado para los Derechos Humanos a desempeñar su mandato en la isla.

Aunque es un documento que será sometido a las negociaciones propias de ese foro, es de esperarse que mantenga un texto diluido y aparentemente inofensivo, destinado a reducir las objeciones de los países miembros de la comisión y a conseguir los votos necesarios para su aprobación.

A fin de cuentas, el objetivo de Estados Unidos es que se apruebe una resolución descalificante para el gobierno revolucionario; el de Cuba es desaparecer de la lista de países de los que se ocupa la comisión en el tema nueve. El motivo de ambas partes es el mismo: un gobierno que se sustenta en la moral revolucionaria no puede admitir ser cuestionado en materia de derechos humanos.

Año con año, en el seno de la comisión se pone a prueba el poder de las diplomacias estadunidense y cubana, casi como si se tratara de un juego de pulsadores en una cantina, de unas vencidas, como decimos en México. Lamentablemente, ese ejercicio no permite argumentar que alguno de los promotores de todo este enredo esté realmente interesado en los derechos humanos del pueblo cubano, ni que la comisión sea un foro idóneo para dirimir las acusaciones de violación de esos derechos.

A lo largo de las 13 ocasiones en que se ha discutido el asunto cubano-estadunidense, México se ha abstenido de votar en 10. Lo empezó a hacer mal cuando votó en favor de Cuba y peor en las dos anteriores ocasiones, cuando lo hizo en contra.

La votación de este año es especial porque la situación internacional ha cambiado sustancialmente: las Naciones Unidas y el propio derecho internacional están en entredicho, y el mismo principio de la validez universal de los derechos humanos está sometido a durísimas pruebas en Afganistán, en Irak, en Palestina y, muy significativamente, en Guantánamo. Además, las relaciones entre México y Cuba se encuentran en un momento especialmente complicado: el episodio de Monterrey no está resuelto; la extradición de Carlos Ahumada está en el aire; la participación del presidente Castro en la Cumbre de Guadalajara en mayo próximo es, en todos sentidos, incierta; el voto en Ginebra, o no se ha decidido, o la determinación no se ha hecho pública.

Para abundar en las complicaciones, el presidente estadunidense, George W. Bush, llama por teléfono a su homólogo mexicano, Vicente Fox, y trata la decisión de la Corte Internacional de Justicia en el caso Avena y el voto de México en Ginebra y, desde Los Pinos, se anuncia la conversación pero no sus resultados ƑQuid pro quo? Esperemos que no.

Hay dos maneras de pensar en ese voto. La primera sería una que considerara las complicaciones mencionadas y que inevitablemente caería en una serie de suposiciones, hipótesis y contradicciones que impedirían cualquier decisión racional, y propiciaría el agravamiento de los desaguisados ya en curso. La segunda sería la que siguiera la vieja máxima de la diplomacia mexicana que aconseja mantener los asuntos multilaterales en los foros correspondientes y no permitir su contaminación por temas de otros foros o por asuntos bilaterales.

El gobierno de México ha hecho del tema de los derechos humanos una bandera de la actual administración y, aunque ha sufrido tropiezos en su puesta en práctica y en el reconocimiento internacional de su aplicación, todavía puede recomponer su compromiso con los derechos humanos.

Ante la evidencia de que el foro de Ginebra es un foro viciado en el que no se discuten los derechos humanos del pueblo cubano, sino solamente el diferendo entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, México debe negarse a participar en esa degradación. Votar en favor de Cuba o de Estados Unidos es igualmente la participación en un ejercicio que desvirtúa la causa de los derechos humanos.

La posición correcta y útil es la de la abstención en la votación y la denuncia del mal uso que se hace del foro que ofrece la Comisión de Derechos Humanos. De otra manera se vulnerará una línea fundamental de la política exterior de este gobierno y, nacionalmente, se perderá credibilidad y prestigio.

(1) Comillas de la autora del informe.

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