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México D.F. Jueves 15 de abril de 2004

Miguel Marín Bosch *

Ruanda

El pasado 7 de abril fue el décimo aniversario del inicio del genocidio en Ruanda. En Kigali el presidente Paul Kagame encabezó una ceremonia a la que asistieron 70 mil personas, incluyendo a muchos sobrevivientes de la masacre. En la sede de Naciones Unidas, en Nueva York, otra sobreviviente recordó cómo durante 100 días perecieron más de 800 mil seres humanos en lo que sin duda fue la peor ola de barbarie de la historia. Recordó también que la ONU no hizo nada para prevenirla. En Ginebra, Kofi Annan, el secretario general de la organización, participó en otro acto para instaurar lo que ahora se conocerá como el día internacional de reflexión sobre el genocidio de 1994 en Ruanda. Annan anunció un plan para prevenir futuros genocidios y alertó sobre la peligrosa situación en la región de Darfur, en el Sudán.

En Kigali se dieron cita media docena de jefes de Estado africanos y un solo dirigente europeo, Guy Verhofstadt, primer ministro de Bélgica, la antigua potencia colonial. Francia, que hace años remplazó a Bélgica como el principal acreedor de Ruanda, envió a un funcionario de segundo nivel que no tardó en retirarse de la ceremonia tras escuchar al presidente ruandés repetir la acusación de que el gobierno francés había entrenado y armado a las milicias hutus que cometieron esas atrocidades.

Lo cierto es que hace 10 años nadie hizo nada para prevenir esa tragedia. Ni la ONU ni ningún gobierno ni los medios de comunicación hicieron caso de lo que ocurría en Ruanda, pese a que en todo el mundo se transmitieron por televisión imágenes de esa matanza. Lo triste es que hoy tampoco hay mucho interés en lo que ocurre o deja de ocurrir en Ruanda y otros lugares parecidos. ƑA quién le puede interesar un país de unos 8 millones de habitantes, divididos entre una mayoría hutu y una minoría tutsi, con un territorio del tamaño de Nayarit, perdido en Africa oriental y con escasos recursos naturales? La respuesta es a casi nadie, como demuestran las primeras planas de nuestros periódicos de hace ocho días.

Ruanda se independizó de Bélgica en 1962. Tres años antes la mayoría hutu había depuesto al rey tutsi y enviado al exilio a más de 150 mil miembros de esa minoría. Los hijos de esos exiliados crea-ron el Frente Patriótico Ruandés (FPR) y en 1990 estalló una guerra civil.

Se sabe que a finales de 1993 un grupo extremista dentro del gobierno hutu del presidente Juvenal Habyarimana quería aterrorizar a los tutsis y a aquellos hutus que consideraba demasiado moderados. Se oponía también al acuerdo de paz firmado en Arusha, Tanzania, en agosto de ese año. Para esas fechas la ONU ya había despachado una modesta fuerza militar, la UNAMIR, de menos de 3 mil efectivos, para tratar de mantener la paz. Había también un contingente belga.

El detonador de la masacre fue el asesinato del presidente Habyarimana, el 6 de abril de 1994. Su avión, en el que viajaba también el presidente de Burundi, fue derribado y los extremistas hutus encontraron la excusa que buscaban para em-prender la matanza. Durante los siguientes 100 días habrían de perecer 800 mil seres humanos, casi la mitad niños.

Entre los que asistieron a la ceremonia en Kigali la semana pasada se encontraba Romeo Dallaire, el general canadiense que había dirigido la UNAMIR. Acusó a Estados Unidos, Francia y el Reino Unido de indiferencia ante los actos de genocidio de hace una década. En efecto, por esas fechas la Casa Blanca, a sugerencia de Richard Clarke (el mismo que hace poco denunció la inacción inicial del presidente Bush en contra del terrorismo internacional), y a pesar de la opinión contraria de Madeleine Albright, la embajadora ante la ONU, decidió pedir el retiro inmediato de la UNAMIR. ƑPor qué? Porque los hutus habían asesinado a 10 mil soldados belgas y Bruselas quería retirar el resto de sus tropas, pero quería compañía en su huida. Washington accedió y pidió que el Consejo de Seguridad redujera a menos de 300 el número de efectivos de UNAMIR. Y así se hizo. En Estados Unidos algunos han argumentado que la experiencia en Somalia aconsejaba abstenerse de intervenir en Ruanda. Es más, no querían seguir aumentando los presupuestos de las operaciones de mantenimiento de paz de Naciones Unidas. Lo cierto es que no había nadie en los corredores del poder en Washington a quien le interesara lo que acontecía en Ruanda.

Desde Kigali, Dallaire pedía refuerzos. Es más, en enero había enviado a la ONU un mensaje urgente en el que manifestó su preocupación por el entrenamiento de milicias hutus y la acumulación de armas, incluyendo machetes. El mensaje llegó a la oficina de Kofi Annan, a la sazón subsecretario para operaciones de mantenimiento de paz, pero fue ignorado. Cuando Dallaire pidió autorización para registrar los lugares donde los hutus escondían sus armas, Annan se la negó.

En julio de 1994 el FPR, con Paul Kagame a la cabeza, entró en Kigali y puso fin a la masacre y a más de 30 años de gobiernos hutus. Huyeron de Ruanda más de 2 millones de hutus y poco después se estableció el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, que entró en funciones en 1996.

Sólo Bélgica y Sudáfrica han pedido perdón por su inacción ante el genocidio en Ruanda. "Todos fracasamos en nuestra misión -dijo el primer ministro Verhofstadt-: en vez de quedarnos y asumir nuestra responsabilidad, preferimos ignorar el horror. Incumplimos nuestro más elemental deber de humanidad."

* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Univer-sidad Iberoamericana

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