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México D.F. Jueves 15 de abril de 2004

Octavio Rodríguez Araujo

Elecciones, movimientos y partidos de izquierda

El reconocido intelectual inglés Alex Callinicos ha escrito una interpretación, a mi juicio, muy interesante sobre el papel de la extrema izquierda en las pasadas elecciones en Francia, tanto en los comicios regionales de marzo de este año como en los presidenciales de 2002 (véase su artículo "Don't duck the politics", Socialist Worker 3/4/04). Esta interpretación se empata con una idea de Enrique Semo en un libro reciente en México (La búsqueda, 2003), quien señaló que el ascenso de las luchas populares de los años ochenta del siglo pasado no se reflejó en los votos por la izquierda considerada radical en aquella época.

Lo mismo ha ocurrido en Francia. En ese país Lucha Obrera y la Liga Comunista Revolucionaria (ambas organizaciones pertenecientes a dos diferentes corrientes trotskistas) han sido reconocidas como partidos muy significativos en las luchas y huelgas de los trabajadores franceses (el año pasado) contra las políticas gubernamentales referidas a las jubilaciones, pero tal reconocimiento, sin embargo, no se ha visto reflejado en las recientes elecciones regionales en las que inclusive vieron bajar su votación por comparación con la primera vuelta de las presidenciales del 21 de abril de 2002 (la votación por ambos partidos disminuyó de 10 por ciento a la mitad).

De esta reflexión coincidente en Francia y en México, que podríamos ampliar a Argentina con la elección de Kirchner (2003), y quizá a Ecuador y Brasil, me surge una hipótesis que quisiera compartir con mis lectores.

La beligerancia de los movimientos sociales, incluso sus momentos de ascenso, no se expresa en las urnas electorales, entre otras razones porque ambos fenómenos obedecen a dos lógicas distintas: la lógica de los movimientos sociales, sobre todo de tipo reivindicativo o defensivo, se dirige a conseguir algo concreto (mejores condiciones de trabajo y de salario, empleo, jubilaciones, tierra, seguridad, etcétera) con posiciones a veces extremas para negociar (demando 100 para que me des 20), en tanto que la lógica de las elecciones se desarrolla en el ámbito de lo posible, apostando a la más alta probabilidad de éxito (lo que suele llamarse voto útil, en México muy criticado -según yo- por incomprensión de lo que significan las elecciones).

La gente común, incluso la que participa en movimientos muy beligerantes, pero que no milita en un partido, tiende a votar por el candidato y el partido que le significan una pequeña esperanza a sus aspiraciones, pero que, a la vez, tienen probabilidades de triunfo. A este voto es al que le llamo útil, útil porque hay probabilidades de ganar, en tanto que el voto por un partido sin probabilidades es un voto no útil (que no quiero llamar inútil, aunque sean sinónimos). ƑY qué partidos tienen mayores probabilidades de triunfo? Aquéllos con posiciones plurales que en política se acercan al centro (al centro-derecha o al centro- izquierda), puesto que las mayorías de una sociedad, plural por definición, son las que le dan el triunfo a un partido o a otro.

Un partido de posiciones extremas, sea de derecha o de izquierda, excluye por definición a quienes no comparten su extremismo, que salvo momentos de aguda crisis son la mayoría. Es por esto que los partidos que aspiran a ganar una elección tienden a ubicarse en posiciones intermedias, entre los extremos de derecha e izquierda: para atraer a las mayorías, no a las minorías (obviamente). Los éxitos en Europa de los partidos socialdemócratas no se deben tanto a sus políticas en el gobierno (a veces poco diferenciadas de las políticas de la derecha), sino a que son una opción viable y competitiva para castigar a la derecha. El voto de castigo, que es otra manera de llamar a lo anterior, es una realidad de la que se han ocupado pocos analistas objetivos. Pero el voto de castigo suele ir de la mano del voto útil al que apuestan las mayorías -frecuentemente conservadoras salvo en momentos, quiero insistir, de crisis agudas.

De aquí yo desprendería una propuesta: los partidos de izquierda radical, por ejemplo socialistas y anticapitalistas (como la recientemente formada Alianza Socialista en México), que en algunos países existen, no necesariamente tendrían que concentrar, por ahora, sus esfuerzos en la participación electoral, sino en los movimientos sociales (acompañándolos o dirigiéndolos, según las circunstancias), y en tratar de incidir en la sociedad mayoritaria. Mientras tanto, la izquierda radical, en la medida de lo posible, intentará influir en el partido de centro izquierda más cercano (que en México parece haber fracasado) sin enajenarse a él o buscará los medios adecuados para participar en la formación de frentes electorales, como el Frente Amplio de Uruguay, que ha tenido importantes logros.

Lo que es un hecho, demostrado por el desarrollo del PRD y su aguda crisis, es que en México, como bien señala Hernández Navarro (La Jornada, 6/4/04), sus 60 millones de pobres necesitan un verdadero partido de izquierda. Y no existe aún, ni de izquierda radical, que difícilmente sería competitivo electoralmente, ni de centro-izquierda con el cual pudiera formarse un frente amplio que derrotara a los partidos de centro-derecha y de derecha. ƑQué hacer entonces?

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