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México D.F. Jueves 15 de abril de 2004

Olga Harmony

Me cago en dios

Estrenado en Domingo de Ramos, me inhibí de escribir en la semana santa acerca de este unipersonal del autor español, que estuvo en dicho estreno, Iñigo Ramírez de Haro, por ese extraño respeto que los no creyentes tenemos por la gente religiosa (así lo sea ''a su manera" y pase estos días de luto en alegre reventón en todos los destinos vacacionales) aunque la mayoría de la jerarquía eclesiástica -y las consabidas organizaciones de extrema derecha que lo acompañan- no sean respetuosas con nosotros: tal parece que nos toca siempre poner la otra mejilla. El dramaturgo añade a los programas de mano un violento ''Manifiesto de las víctimas de las religiones", seguramente por haber sido educado en la España franquista y como rechazo a la educación religiosa en las escuelas. Nosotros aún no hemos llegado a eso, a pesar de la embestida clerical, pero el reciente Congreso mundial de familias, realizado en nuestro país por las fuerzas más retrógradas y avalado por alguna funcionaria, que trata de imponer los dictados de una creencia particular en un país que se supone laico, es un llamado de alerta.

Ramírez de Haro juega con las dos acepciones del término escatología, la que trata de los excrementos y la más reciente, la que habla de lo que existe al término de la vida, para confundir la carga culposa que infunden las religiones, aunque por su origen es notorio que se está refiriendo al catolicismo, con el estreñimiento del cuerpo. Como un chiste adicional, el autor identifica la culpa del protagonista con ese juego que practican muchos niños (me retrotrajo a mi ya lejana infancia y los mosaicos de la cocina de la casa paterna) y no pocos maniacos obsesivos, que consiste en no pisar las líneas que separan mosaicos o losetas -aquí serían las del baño- para no atraer la mala suerte. El personaje se desdobla en un dios iracundo que no le perdonará no seguir las reglas y a partir de allí, y de su inmenso arrepentimiento, es llevado a su lejana infancia cuando sufrió toqueteos de un cura pederasta, también encarnado por él, y a la búsqueda de algún santo ejemplo.

Este será Santa Catalina de Siena, en una nueva incorporación, y el asqueroso relato de sus prácticas con los leprosos, compartidas con San Francisco de Asís. Santa Catalina en su ensimismamiento recita a San Juan de la Cruz y aquí sí resulta difícil ser eco del autor, porque el misticismo del poeta ha dado lugar a algunos de los más bellos pasajes de la literatura en nuestra lengua. Como sea, ese lado oscuro de la religiosidad, la que sufre culpas y sólo conoce paz con los castigos corporales y actos repugnantes, en donde no existe la alegría y en donde se expulsa o se tortura al otro, aquí es tratado con feroz ironía. Más allá del nombre con que se designe a la divinidad, el fundamentalismo renacido en nuestros tiempos infunde pavor y el final del estreñimiento de nuestro protagonista, confundida culpa con excrementos, es también su liberación de los aberrantes códigos de conducta -aunque hay que reconocer que no todos lo son- impuestos por cualquier credo, limpio de cuerpo y de alma. Se nos da un final esperanzador de que ya no haya hábitos culposos y aunque los incrédulos no acostumbramos blasfemar (Ƒen qué dios podríamos cagarnos?) el título de la obra es extremadamente sugerente.

José Luis Saldaña es un teatrista muy joven, del que no tenía mayores referencias. Dirige, se encarga de la sonorización y junto a su actor, Omar Medina, diseña la escenografía, siendo la iluminación de Alejandro Ainslie. Ambos conservan la gracia, un tanto brutal, del texto. En un recuadro que es parte de un baño, un excusado antiguo, de los de cadena, una percha de la que pende papel de baño y un bote de basura -que en un momento dado que no especifico para no destruir el efecto en el posible espectador- muestra las letras INRI, el actor se dirige al público y el unipersonal empieza de manera hilarante. Despojado de traje y zapatos, con un añadido a la camisa que la convierte en batón, el personaje es él mismo y un dios tonante y poco caritativo. Son muy buenos los recursos que se utilizan tanto para incorporar al cura pederasta como a la santa y los dos responsables, actor y director, muestran mucho profesionalismo e inventiva. Me alegra verlos en escena.

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