Entre Dios y la hormiga

(Notas sobre el origen del maíz)

Julio Glockner

Las diversas culturas mesoamericanas han dado cuenta del origen del maíz a través de relatos míticos. Un mito nahua refiere cómo Quetzalcóatl, después de haber traído desde el inframundo los "huesos preciosos" con los que fueron creados los hombres en Tamoanchan, puso en un predicamento a los dioses que ahora se preguntaban qué cosa comerían estas criaturas. Una hormiga roja había ido a traer maíz del interior del Tonacatépetl o Cerro de los Mantenimientos cuando la encontró Quetzalcóatl y le preguntó de dónde había sacado esos granos. La hormiga se resistía a responder pero ante la insistencia del dios finalmente señaló el lugar. Entonces Quetzalcóatl se convirtió en hormiga negra y acompañó a la colorada hasta el enorme depósito. Entre ambas acarrearon mucho grano a Tamoanchan. Fue así como los dioses masticaron el maíz y lo pusieron en boca de los humanos para alimentarlos. Pero en seguida los dioses se preguntaron ƑQué haremos con el Tonacatépetl? La respuesta la dieron Oxomoco y Cipactonal, la pareja primigenia, en un acto de adivinación en el que emplearon también semillas de maíz. Aquellos chamanes revelaron que el buboso Nanahuatl desgranaría a palos el Cerro de los Mantenimientos. Entonces se previno a las deidades de la lluvia, los tlaloque azules, blancos, amarillos y rojos, de lo que iba a suceder y Nanahuatl desgranó el maíz a palos. Los tlaloque recogieron el maíz esparcido ya en estos cuatro colores y todo el demás alimento que se regó al apalear el Tonacatépetl. Es notable en este mito no sólo el origen divino del maíz y su aparición ante los humanos en cuatro colores, también lo es el origen divino de su preparación para comerlo, pues antes de darlo a los hombres los dioses lo muelen en sus bocas. La molienda y la cocción, el metate y el comal, son dos pasos imprescindibles en su elaboración como alimento. El relato da cuenta, además, del vínculo ritual que mantendrán los hombres con las deidades de la lluvia como proveedoras de alimento, y de la función oracular que tienen las semillas de maíz en rituales adivinatorios y terapéuticos.

Hasta ahora ha sido el valle de Tehuacan, en Puebla, la región donde se han encontrado los restos más antiguos de maíz, con una edad máxima calculada en siete mil años.

Cuando un campesino le encomienda a dios sus sembradíos, quienquiera que éste sea y cualquier cosa que signifique, está llevando a cabo un acto de noble generosidad que los habitantes de la ciudad simplemente no advertimos, pero la gente del campo está plenamente consciente de que con el producto de su trabajo nos alimentamos aquí, en las grandes ciudades. El maíz ha sido una de esas entidades simples, elementales, imprescindibles en la vida de los pueblos, como el agua, la madera o la piedra. La domesticación del maíz no sólo permitió el desarrollo de los pueblos que lo cultivaron, sino que pasó a formar parte de sus características esenciales. México es impensable sin la presencia del maíz. Esto ocurrió desde épocas muy tempranas, cuando el hombre concebía su existencia y su relación con el mundo como algo sagrado. Todo lo que le rodeaba, las estrellas, los insectos, las flores, poseían un ánima, una fuerza vital no exenta de voluntad. En el vasto mundo vegetal el maíz fue distinguido como símbolo del sustento humano y se estableció con él una relación ritual que lo elevó a la condición divina. La planta apareció al lado de los grandes personajes olmecas esculpidos en piedra, en las manos, la vestimenta y el tocado de las deidades de la lluvia, la fertilidad y los mantenimientos. Las mazorcas adquirieron rostros humanos en los sembradíos pintados en los murales del Templo Rojo de Cacaxtla. La planta alcanzó una fisonomía sacra en las figuras de Xilonen e Ilmatecuhtli, deidades del maíz tierno y maduro, pero sobre todo en la presencia de Chicomecóatl, la diosa Siete Serpiente, y de Centéotl-Xochipilli, el joven Príncipe de las flores, el canto, la danza y el maíz. "Centli", le llamaron los antiguos mexicanos, pero ya los primeros navegantes de finales del siglo xv habían recogido en las islas del Caribe la voz taína "maíz", que acabó predominando durante el largo proceso de aculturación colonial. En el siglo xviii el naturalista sueco Carlos Linneo le dio el nombre botánico Zea mays con el que hoy se conoce. Los españoles llevaron a Europa la planta pero sólo se utilizó como forraje para el ganado, únicamente los italianos le otorgaron un espacio en su mesa elaborando la polenta. En la dieta del Viejo Mundo continuó predominando el trigo.

Mientras tanto, el maíz dejaba de ser una deidad en las grandes ciudades virreinales de la Nueva España. Sin embargo, se elaboraría con él una pasta para dar forma a los cuerpos de Cristo, Vírgenes y santos que serían consagrados en los alteres de las iglesias. En un curioso giro de la historia los términos se invierten: según el Popol Vuh los dioses crearon a los hombres con masa de maíz. Con el paso de los siglos, los descendientes de esos hombres crean a sus dioses moldeando sus cuerpos con una pasta elaborada de maíz.

Códice Chimalpopoca, Anales de Cuauhtitlán y leyenda de los Soles, unam, México, 1992.

El maíz, Museo Nacional de Culturas Populares, sep, García Valadés.

Editores, México, 1984. Coordinado por Guillermo Bonfil.