El maíz se había reblandecido toda la noche en un barreño, en el agua con tequesquitl. Ahora la mujer lo molería -como Quilaztli, la germinadora, molió los huesos del padre de Quetzalcóatl- en el metatl. Bajaría con el metlapil las oleadas de nixtamal -espuma blanquísima deslizada sobre el mar negro y firme del metatl-una y otra vez, hasta la tersura, mientras la leña chisporroteaba en el tlecuil, bajo el comalli. Luego, con las pequeñas manos húmedas, cogería el testal para irlo engrandeciendo a palmadas rítmicas, adelgazando, redondeando hasta la tortilla perfecta que acostar, como a un recién nacido, sobre el comalli sostenido en alto entre tres piedras rituales por Xiuhtecuhtli, por el dios viejo del fuego.
Salvador Novo