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México D.F. Lunes 19 de abril de 2004

León Bendesky

Imperio

La invasión de Irak pareció seguir durante varios meses el libreto de una producción de cine. Así, más que con un plan derivado de una estrategia militar, política y diplomática, fue prefigurada por el grupo de los llamados neoconservadores que ejercieron, y aún lo hacen, gran influencia en la visión del gobierno de Bush II sobre el predominio de su país en el mundo. Los escenarios, los personajes, las reacciones habían sido cuidadosamente preparados por los responsables del guión, los más duros del establishment de la defensa que operan en el Pentágono y en los centros de investigación más radicales de la derecha estadunidense.

Los nombres de los más destacados miembros de ese grupo se volvieron muy conocidos, sobre todo luego del 11 de septiembre de 2001 por sus demandas de combatir el terrorismo y derrocar al régimen de Irak. Entre ellos figuraban de modo prominente: Richard Perle, quien hasta hace poco dirigió la junta de política de defensa; Paul Wolfowitz, reconocido forjador de la política hacia Irak, y Douglas Feith, ambos subsecretarios del Departamento de la Defensa. Junto con ellos había otros experimentados funcionarios del área de seguridad como James Woolsey, que fue director de la Agencia Central de Inteligencia en el gobierno de Clinton, y Lewis Libby, jefe de gabinete del vicepresidente Cheney; John Bolton, encargado del control de armas, y Stephen Hadley, asesor de asuntos de seguridad internacional. Por supuesto que Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa, y el mismo Cheney apoyaban y promovían activamente las visiones extremas de ese grupo.

Incluso en las propuestas públicas que filtraban las concepciones políticas administrativas que se fraguaban para la guerra, se daba la imagen de que poseían una capacidad completa para establecer de modo decisivo el poderío estadunidense en el mundo para salvaguardar su integridad, su seguridad y sus intereses.

Robert Kaplan, quien ha ido articulando esa propuesta de tipo imperial, incluso elaboró un conjunto de reglas para ejercer el dominio (ver, por ejemplo, ''Supremacy by stealth'', The Atlantic Monthly, julio 2003). Señala que ya es un cliché decir que Estados Unidos posee un imperio global, pero que es momento de ir más allá de proclamar lo obvio y establecer el modo en que debe operarse en el plano táctico para administrar un mundo en desorden.

Entre esas reglas pueden destacarse las siguientes: 1. Mantener la movilidad militar a manera de evitar ser detenidos en ningún lugar y tener acceso a todas partes. 2. Economía de fuerzas como imperativo para hacer más con menos en las acciones militares, diplomáticas y de inteligencia. 3. Usar al ejército para promover la democracia a partir de las redes militares y de los servicios de inteligencia. Digno de las mejores novelas de espionaje, sostiene que los políticos civiles en las democracias débiles van y vienen, pero los jefes militares y de los aparatos de seguridad permanecen con su influencia tras bambalinas. 4. Regresar a las viejas prácticas (antes de Vietnam) en las que pequeños grupos de especialistas actuaban para estabilizar o desestabilizar un régimen, dependiendo de las circunstancias y las necesidades de Estados Unidos. 5. Entender que la misión es todo y no puede ser comprometida por consideraciones diplomáticas.

Cuando menos debe agradecerse la transparencia de este planteamiento y usarlo para observar los hechos, analizar lo que ocurre y pensar en consecuencia, pues en ese imperio global todo está comprometido. La noción de democracia es clara para los neoconservadores con sus implicaciones internas y para el resto del mundo.

En estas reglas puede reconocerse buena parte de la táctica usada en la "lucha contra el terrorismo", primero en Afganistán y luego en Irak. Pero también pueden verse los límites a los que se está acercando. Políticamente y en el plano interno está el efecto de no haber encontrado las armas de destrucción masiva que habrían sido razón para la guerra; militarmente el costo de la invasión pareció bajo, pero resulta que la resistencia ha sido mucho mayor después, como muestra la extendida insurrección que se ha dado en semanas recientes. Ahora los grandes contratos para la reconstrucción, que no fueron elemento menor de la guerra, están en cuestionamiento. En términos de seguridad la guerra no ofrece garantías, como se sabe luego del ataque terrorista en Madrid. Ahora Bin Laden puede hasta advertir que ese fue un castigo por el apoyo del gobierno español a la guerra. En los terrenos del mal no hay dónde escoger y la única opción es la barbarie.

El gobierno de Bush II está en mayores aprietos que el de Bush I. Salirse de esta guerra va a ser mucho más difícil que dejar Kuwait, y los costos políticos y diplomáticos serán más grandes. Y luego, la economía tampoco va a ayudar mucho, ni la recuperación productiva ni el empleo o la estabilidad financiera y el equilibrio fiscal serán un apoyo decisivo para la relección en noviembre. La dinastía heredó el poder y el gobierno; puede heredar igualmente la derrota y por causas muy similares: la guerra y la economía.

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