La Jornada Semanal,   domingo 2 de mayo  de 2004        núm. 478
Angélica Abelleyra
entrevista con Esther Seligson

Simiente, un escrito de tormenta

Luego de tres años y medio lejos de México, Esther Seligson (DF, 1941) vuelve a estar entre nosotros. Y trae consigo su más reciente libro, Simiente (Ediciones sin Nombre), una suma de poemas, cartas y viñetas en memoria de Adrián Joskowicz Seligson, que marca un parteaguas en la bibliografía de la poeta, traductora y ensayista. El mar israelí de Ashkelón le ayudó a gestarlo. Un Mediterráneo furioso que le hizo catarsis para sacar su propio dolor y dejar entrever la luz. Esa luz que ahora emana en su calidad de peregrina agradecida con la vida.

-¿Por qué Simiente surgió frente al mar de Ashkelón?

–Necesitaba estar a solas, en silencio. Y siempre tuve la ilusión del mar. Mi mar es el de las vacaciones en Acapulco durante los años cuarenta pero ahora me tocó una experiencia diferente; un mar de invierno con tres días y tres noches de tormenta furiosa donde volvieron Conrad y Moby Dick, ese mundo literario de los mares, las marinas de los cuadros, el Neptuno saliendo con su tridente a mover las olas. Todo ello hizo un contacto literario dentro de mí y empecé a escribir poemas como sketches del mar, como si fuera un pintor con palabras. Ahí se gestó Simiente aunque lo empecé a escribir un año después. Pero sin ese mar furioso no hubiera nacido. Hay una furia debajo de la superficie que es tu propia furia, tu propio dolor y tu propia rabia que no te permite echar fuera esta sociedad tan bien portada. En el mar te hace catarsis; recuerdo que me paraba en el malecón a gritar como loquita sin que nadie me escuchara. El aire y el frío se sumaban a mi grito. Fue un año espantoso, acabé de mar hasta la madre, pero me dio una sensación de infinitum donde pierdes la dimensión de ti misma como entidad aparte.

–¿Estilísticamente qué te dejó Simiente?

–Simiente es sui generis. No tiene nada que ver con lo que había hecho. Supongo que alguien que conozca lo que escribo podría reconocerme; para mí es un parteaguas definitivo y por supuesto no habrá otro ni parecido ni cercano. Lo escribí en un estado de mediumnidad y alucinación de seis semanas. Era como un dictado. Supongo que hay muchas obras de este estilo, con toda la humildad que no tengo, como pudo haber escrito Rimbaud Una estancia en el infierno. Es algo que no tiene que ver con tu ego ni contigo como persona, en el sentido griego de la palabra y en el sentido jungiano. Tú eres un canal sobre el cual se está vertiendo algo que tiene la urgencia de ser expresado. Y que se vierte a borbotones frente al mar. ¿Qué puedes entender entre una ola y otra? Es un escrito de tormenta donde no hay pausa pero sí respiración. Y el mar sí se queda callado en algún momento.

–¿Luego de esa tormenta llegó la calma?

– Si estoy aquí es porque después del caos viene la luz. No la calma chicha, que no existe. Como decía Rilke, ¿para qué quiero yo una vida consolada? Hay en mí un reanudar con la vida, une joie de vivre. Al regresar a México sentí que volví a anudar mi compromiso de estar viva con alegría. No sé qué me va a pasar cuando regrese a Jerusalén pero allá hay otra intensidad de vida. Si aquí la vida no vale nada allá vale demasiado. Allá me siento libre pero acá, feliz, por lo pronto.

– ¿Venías con temor?

–Con temor de que me avasallaría la nostalgia y no, ha surgido como borbotones de fuente una sorpresa casi infantil ante todo. Necesitaba que me apapacharan a la mexicana porque el portugués (viví en Lisboa un año) es triste y pachorrudo, mientras que el israelí (vivo en Jerusalén) tiene púas por todas partes, es solidario cuando lo necesitas pero no demuestran su afecto. Y en México te apapacha la gente, algunos piropos, la comida, los olores y hasta los charcos de lluvia que me he salido a chapotear.

–¿Por qué es Simiente?

– Una simiente es la semilla que siembras, la simiente espermática, es origen, génesis. Nunca le pongo nombre a mis libros pero en este caso el título fue espontáneo y surgió porque es un libro luminoso. Es simiente de luz y también de caos. El caos está lleno de semillas, simiente de la creación. Y es libro de luz porque, aunque suene paradójico, la muerte es la otra forma de la vida, la verdadera simiente, la luz.

–En una parte del libro hablas de un niño en perpetuo azoro. ¿También vives esa condición o dejaste de hacerlo?

–Todos somos niños en perpetuo azoro. He vuelto a conectar con la niña que siempre fui. Es lo que Simiente me dio. Dejé de ser niña un tiempo porque el dolor te mata, te oscurece. Y el niño es luz. No estoy haciendo una idealización; he visto niños en la pobreza absoluta, en la India pululan los niños en andrajos pero los ves a los ojos y son la pureza del alma. Después empezamos a vestirla pero hay algo en el ser humano incorruptible, una simiente incorruptible que es el alma, una chispa divina. Y eso es lo que la muerte rescata. En cualquier circunstancia que se dé la muerte, esa semilla incorruptible es lo que se rescata, la simiente de luz, lo que somos en realidad. Si no, ¿qué sentido tiene ser Hombre?

–¿Te sueñas, pájaro, árbol o rama?

–Como pájaro. Pero el pájaro necesita un árbol a huevo si no, ¿dónde se posa? Es un pájaro con raíces, y eso es lo que más trabajo me ha costado. ¿Qué me dio contacto con la tierra? Mis sesiones de bipasana en el desierto y mi estancia en Jerusalén. Digamos que México es acuático y Jerusalén es la roca, es la tierra que le hace falta al pájaro. Lo que me da raíces ahora es el desierto, esa ciudad que está en el umbral del desierto. Quizás en algún momento de otra de mis vidas pude haber sido beduino, pero no podría vivir sólo de arena como ahora sé que no podría ser sólo de mar. La raíz del pájaro está en el roquedal de Jerusalén, por algo la Intifada es con piedras.

–¿Piensas regresar a México por temporadas más largas?

–De lo que me acusaba mi madre es de que siempre hacía lo que me daba la gana. Y quiero sentir que me puedo mover a donde me dé la gana. No quiero nada que me amarre, quiero sentirme de ningún sitio y prefiero tener casa en todas partes. Es bueno ser errante y peregrino. Sentirte extranjero en cada ciudad en la que vives te permite un contacto más emotivo. Cuando empiezas a familiarizarte pierdes toda la capacidad de sorpresa. Muchos dirán que es inestabilidad pero la fugacidad me gusta. Es lo que me da Jerusalén, me niega la posibilidad de familiarizarme con nada, estar alerta y de cara a la sorpresa.

Esther Seligson comenzó a publicar a los veinticuatro años en Cuadernos del viento dirigido por Huberto Batís. Luego lo hizo en El Heraldo cultural a cargo de Luis Spota. Tras casi cuarenta años de escribir ensayo, poesía y traducciones, se siente igual de pasmada ante la hoja en blanco. Nunca ha sido de rutina pero lleva un diario, lee mucho, medita, y le fascina su calidad de peregrina. Uno de sus sueños dorados era venir de turista al df y hospedarse en un hotelito pequeño en la colonia Roma. Ahora lo hace y está agradecida.