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México D.F. Miércoles 5 de mayo de 2004

Horacio Labastida

La sinrazón del rompimiento con Cuba

En 1961 trabajaba con Javier Barros Sierra en la Secretaría de Obras Públicas. Barros Sierra había sido director de la Facultad de Ingeniería en la UNAM, y con este motivo hicimos una cercana amistad por causas obvias: yo había fundado en la Universidad la Dirección de Servicios Sociales y él se mostraba interesado en las estrategias adoptadas para resolver graves cuestiones de tipo social, que afectaban la vida docente y también escudriñaba en cómo entrelazar la docencia científica con las humanidades, porque siempre me expresó que ciencia sin moral es fuente del mal común. En esos años Gustavo Díaz Ordaz era el titular de la Secretaría de Gobernación y ocurrió un hecho que cimbró al subcontinente. El 3 de enero de aquel año, Estados Unidos rompió sus relaciones diplomáticas con Cuba después de una serie de acciones hostiles contra la isla caribeña; La Habana solicitó a Washington reducir a 11 el número de funcionarios de su embajada, pues ostensiblemente algunos realizaban actividades contra el régimen socialista. No se olvide que en el siguiente abril se registró la invasión de Bahía Cochinos por un grupo anticastrista entrenado por la CIA. La agresión fracasó y Kennedy reconoció su responsabilidad en la empresa.

Aunque de ideas políticas distintas, Díaz Ordaz y yo cultivábamos amistad, y por esto lo visité para preguntarle sobre la reacción de México ante la grosera actitud estadunidense, pues se rumoraba que López Mateos podría distanciarse también de Cuba. Con cierta energía en la voz me contestó diciendo que ya había conversado con López Mateos y que a pesar de fuertes presiones estadunidenses, el entonces presidente acataría los principios en materia de Relaciones Exteriores; de ninguna manera, me dijo, se doblegaría al extranjero. Y agregó: Horacio, no olvides que para nosotros las enseñanzas de Morelos en 1813, Juárez en 1867, Carranza frente a la invasión encabezada  por Pershing y Genaro Estrada y la no intervención, son la doctrina que López Mateos y yo sostuvimos siempre en el Senado. Y así sucedió. México fue el único país que en América Latina no rompió relaciones con Cuba cuando las presiones de la Casa Blanca consiguieron expulsarla de la OEA, hacia 1962, asegurándome Díaz Ordaz que las fotografías que se tomaban en el aeropuerto a viajeros con destino a Cuba no se entregaban a la embajada estadunidense.

Traigo a cuento esta memoria porque, a pesar de lo hecho por esos gobernantes, se guardaba la dignidad de México frente a las demandas imperiales de nuestro vecino del norte, contrastando así Adolfo López Mateos con el presidencialismo autoritario que inauguró Santa Anna con el golpe de Estado de 1834 y las felonías a la patria de La Angostura y Cerro Gordo, durante la guerra yanqui de 1846-48. Por su parte, Porfirio Díaz entregó a las subsidiarias extranjeras los recursos mexicanos sin exceptuar enormes latifundios norteños, y la consecuencia fue el nacionalismo revolucionario sancionado en el artículo 27 de nuestra Constitución vigente.

El nacionalismo de los países desarrollados cuida sus intereses y los impone a los demás; en cambio, el nacionalismo de los subdesarrollados busca impedir su creciente dependencia a fin de mantener íntegra la soberanía y la autodeterminación. Esta es la doctrina central de nuestra Constitución.

En la actualidad el imperialismo busca sobre todo aprovechar los recursos económicos y la fuerza de trabajo de los otros para incrementar sus ganancias, y al efecto propicia gobiernos subordinados que impongan en el interior de sus países las reglas imperiales. Esta es, en el fondo, la contradicción de Estados Unidos con Cuba; y en la medida en que la isla muestra al mundo que su régimen socialista es verdaderamente liberador del hombre, porque lo educa y le otorga libertad de la economía como derecho humano esencial, la Casa Blanca intenta destruirla, puesto que otorgar al hombre libertad de sus necesidades básicas supone la negación radical del actual capitalismo imperial del Tío Sam.

El rompimiento de Fox con Cuba sin el consentimiento del pueblo es ahora aplaudido por Bush, porque ubica a México en el lado imperialista. El gobierno tendrá que comprender que Fidel Castro es presidente de Cuba porque representa y encarna la voluntad revolucionaria de su pueblo. Pretender, como ha sugerido el secretario de Gobernación, que el conflicto actual es con Castro y no con Cuba es una falacia. Cuba, Castro y Sierra Maestra son una y la misma cosa. Por esto, los mexicanos protestamos y rechazamos el rompimiento de las relaciones de México con Cuba, que el presidente Fox anunció la noche del pasado domingo.

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