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México D.F. Jueves 6 de mayo de 2004

Martí Batres Guadarrama

Pánico, no principios

No es cuestión de principios. No es un diferendo diplomático. El gobierno mexicano no está ni puede estar enojado de que otro país intervenga en sus asuntos internos. Sus funcionarios no creen en el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos. Desde que llegaron proclamaron la ruptura con la tradicional política exterior mexicana, que tildaron de anacrónica. Dijeron que era una monserga y se rehusaron a aplicarla, a pesar de los constantes llamados del Con-greso de la Unión para ceñirse a ella. Las consecuencias están a la vista. Están hechos bolas y han provocado el mayor desastre diplomático de la historia moderna de México. No entendieron la sabiduría de nuestra historia. El principio de no intervención, tan sencillo, pero tan profundo como es, nos hubiera ahorrado todos los problemas en política exterior que hemos tenido en este sexenio.

Pero, insisto, no es cuestión de principios. Al gobierno mexicano no le preocupa que otros gobiernos  intervengan en sus asuntos. Si un funcionario de tercera de la Casa Blanca anuncia cómo votará México en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, ése no es problema para el gobierno mexicano. Si los órganos de inteligencia policiaca de Estados Unidos toman por asalto el aeropuerto mexicano, eso no es problema para ellos. Si una unidad de soldados británicos realiza tareas de entrenamiento en las grutas y cuevas de nuestro país, ése tampoco es un gran problema para el gobierno mexicano. Si viene un gobernante de Europa y dice a los legisladores mexicanos que se apresuren a aprobar las reformas estructurales, ése tampoco es un problema. Si el Banco Mundial, el FMI, las calificadoras de inversión, el Banco Interamericano de Desarrollo y otros organismos financieros internacionales dicen al gobierno mexicano cuál debe ser su nueva política económica, ése tampoco es un problema.

Incluso el primer secretario de Relaciones Exteriores del actual gobierno pretendió teorizar su nueva política exterior, afirmando, por ejemplo, que 舠en el mundo de hoy unos países intervienen en los asuntos de otros países y esto forma parte de la vida normal en la globalización舡. Y cuando se empezó a calificar la política de derechos humanos de otros países ese mismo 舠ideólogo舡 afirmó que 舠así como nosotros opinamos sobre su política de derechos humanos, ellos también pueden opinar sobre la política de derechos humanos de nuestro país舡. Literalmente invitó a otros gobiernos a intervenir en los asuntos internos de México.

De acuerdo con su 舠nueva doctrina舡 el gobierno mexicano, en su primera visita oficial a Cuba, sostuvo reuniones con la disidencia de ese país, en la propia embajada de México, aun sin el aval del gobierno cubano y fuera del programa aprobado por el Congreso mexicano.

No, el gobierno mexicano no se molestó, no se irritó ni se desesperó porque otro gobierno interviniera en sus asuntos internos, si acaso eso fuera cierto en relación con las recientes declaraciones del gobierno caribeño.

La reacción del gobierno mexicano se debe principalmente a otra razón: al temor de que salgan a la luz las tenebras del complot que tanto negó. Puede ser que en su peregrinar  por el Caribe los protagonistas del complot contra el gobierno de la ciudad de México hayan dejado demasiadas huellas, demasiadas evidencias, obvios contactos, numerosos intercambios de información, y que todo ello demuestre el juego sucio de 舠personajes de la política nacional舡. No lo sé de cierto, pero puede ser.

Por eso la voz de alarma, por eso el macartismo trasnochado, por eso la urgencia de la PGR por llevarse a Ahumada a un hospital de cinco estrellas, por eso el inexplicable retorno al discurso de la no intervención. Por eso repentinamente recularon.

El gobierno mexicano convirtió un asunto del fuero común en un problema nacional y después en un conflicto internacional. Metió a Estados Unidos, indebidamente, no al solicitar la información que era correcto solicitar, sino al filtrar la información confidencial que Estados Unidos le entregó, información destinada a la investigación judicial, no a la lucha política partidista y publicitaria. El gobierno mexicano metió a Cuba indebidamente al permitir, y tal vez alentar, la fuga de un grupo de personajes vinculados a un caso de corrupción hacia el Caribe.

Ahora imploran que el problema no se litigue en los medios de comunicación, cuando ellos, los funcionarios del gobierno de México, filtraron el asunto a los medios de comunicación.

El gobierno mexicano sólo puede salir de su enredo con dos fórmulas muy sencillas: primero, respetando a las instituciones nacionales para que trabajen sin actitudes facciosas, al servicio del Estado y de todos los mexicanos; y segundo, respetando el principio de no intervención en los asuntos de otros países.

Esperamos que así lo entienda y no se enrede más en sus pretensiones de convertir los órganos del Estado en defensoría de oficio de presuntos delincuentes o en agencia persecutora de sus opositores.

Termino con una bella frase del presidente Vicente Fox pronunciada el 1º de diciembre de 2000: 舠Para gobernar y preservar la seguridad política del Estado no es válido usar aparatos de espionaje, de vigilancia o intimidación en contra de partidos, sindicatos, organizaciones sociales, personajes políticos o líderes de opinión. Un gobierno que espía para saber lo que la gente está pensando es porque no está escuchando... Mi gobierno no distraerá a los órganos de seguridad para disuadir a sus críticos o para neutralizar a sus opositores mientras que el Estado carece de información indispensable para la seguridad nacional舡.

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