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México D.F. Viernes 7 de mayo de 2004

ECONOMIA MORAL

Julio Boltvinik

La economía moral es convocada a existir como resistencia a la economía del "libre mercado": el alza del precio del pan puede equilibrar la oferta y la demanda de pan, pero no resuelve el hambre de la gente

La izquierda hoy

Florecimiento humano, su valor fundamental

Todos somos reformistas es el título que Pablo Gómez ha imaginado para el libro en el que trabaja desde hace mucho. Ese título es fiel retrato de la izquierda de hoy. Ser de izquierda hoy ya no es postular el camino de la revolución armada para tomar el poder e implantar la dictadura del proletariado. Pero si la derecha es también reformista, Ƒcuál es la diferencia? Desde luego, la diferencia principal está en la jerarquía de principios y valores.

Para quienes somos de izquierda, el valor más importante es el florecimiento (desarrollo de las potencialidades individuales) de todos los seres humanos. Juzgamos los méritos de una sociedad por el grado en que estimula y produce el florecimiento de las personas. Para los derechistas, los valores fundamentales son la propiedad privada y el orden que la protege. Aunque, siguiendo a Marx, en la izquierda constatamos la notable eficacia del capitalismo para desarrollar capacidades tecnológicas y científicas de la humanidad, ampliando enormemente la riqueza potencial y real, criticamos severamente la lógica perversa con la que esto se produce: la búsqueda insaciable de la ganancia privada (la codicia sin límites, alabada magistral y cínicamente, como virtud principal en nuestras sociedades, en un discurso que pronuncia Danny de Vito en la película Wall Street).1 Esta razón irracional para lograr lo que logra contamina de esa misma irracionalidad toda la sociedad. Hemos asimilado de las corrientes críticas de pensamiento de los siglos XIX y XX, marxistas y no marxistas, el triste panorama humano que se da al mismo tiempo que se producen esas oleadas periódicas de revolución científica y tecnológica. Sabemos que la apropiación privada de los beneficios de ese inmenso progreso tecnológico, fuertemente concentrada en pocas manos, tiene otra cara: la pobreza de la mayor parte de la humanidad. La pobreza degrada y destruye, moral, social y biológicamente, al más grande milagro cósmico: la vida humana. Pero sabemos también que la inmensa mayoría de los no pobres viven vidas humanamente miserables, sumidos en la doble enajenación de trabajos monótonos o con propósitos distorsionados, y del consumismo voraz en el que buscan, inútilmente, llenar el gran vacío que les deja un trabajo no creativo. La creciente drogadicción es apenas un síntoma del mal más profundo que corroe las entrañas de la sociedad capitalista que hoy cubre casi todo el globo.

Sabemos que el dinero compra, degrada y corrompe todo. Los valores fundamentales pasan a ser meras fórmulas declarativas, ya que en los hechos las personas son admiradas y respetadas por su dinero, lo que lleva a todos a buscar como meta en la vida ganar más, tener más. La influencia perniciosa del dinero impregna de igual manera la política: como el que gana las elecciones es, casi siempre, el que gasta más en su campaña, el dinero termina comprando los puestos políticos. Si quienes financian las campañas son los hombres de dinero, entonces el gobernante tiene las manos atadas.

Aceptamos que ser de izquierda hoy es también creer en los caminos institucionales de la lucha política, en los partidos políticos, en las elecciones, en la lucha por el poder mediante las elecciones, en la democracia que antes, despectivamente, llamábamos "burguesa". Pero sabemos, y constatamos continuamente, que el aparato del Estado, en México y en casi todo el mundo, está (con matices) al servicio del capital privado. Por eso en la izquierda queremos modificar a fondo la mecánica democrática, moderando este brutal sesgo para que el aparato del Estado pueda estar al servicio de toda la sociedad. Por eso queremos que el financiamiento de las campañas sea casi totalmente público, para que nadie compre candidatos; donde ser rico no sea ventaja decisiva para aspirar a un puesto de elección popular; donde los espacios en radio y televisión para las campañas electorales no sean comprados, sino que formen parte de los tiempos oficiales. Donde los espots, que convierten la política en mercadotecnia, sean sustituidos por espacios para la exposición razonada de ideas y el debate.

En un sistema productor de mercancías prevalece otro principio fundamental: cambio de equivalentes o quid pro quo: "lo que doy debe ser equivalente a lo que recibo". Cuando un político financia una campaña, espera recibir algo equivalente a lo que invirtió (más la ganancia y los intereses). Por eso Ahumada reclamaba a Imaz, según relató éste, "págame, güey". El poder corruptor del dinero en la política no sólo se da en las campañas. El funcionario puede tomar decisiones discrecionales y los empresarios lo saben. Su sed insaciable de ganancias los lleva a ofrecer sobornos al funcionario que los favorezca. Como no son ángeles, sino seres humanos que viven en una sociedad donde el dinero lo es todo, caen con frecuencia en las garras de la corrupción. La vacuna contra la corrupción del gobernante es más difícil de diseñar que la del político en campaña. La izquierda que gobierna debe ser muy cuidadosa en la materia. Por ejemplo, los bajos sueldos a los altos funcionarios, aunque transmiten la imagen de medianía republicana, quizá no son buen blindaje contra la corrupción. La transparencia y la contraloría social son algunas de las medidas útiles al respecto.

En la izquierda queremos ir mucho más allá de la democracia representativa liberada del dinero electoral -en la cual el ciudadano no tiene nada que ver con las cuestiones públicas y no puede hacer nada cuando se percata que eligió a la persona equivocada- incorporando mecanismos de democracia participativa, como referéndum, plebiscito, revocación de mandato y, sobre todo a nivel local, participación efectiva de la ciudadanía en la definición de presupuestos, programas y proyectos.

Dado que la izquierda adopta como valor más alto el florecimiento de todos los seres humanos, no tolera los obstáculos (susceptibles de ser removidos) que impiden a la mayoría llegar a esos niveles. El más brutal de todos los obstáculos es la pobreza que, como dijimos, degrada y destruye al ser humano. La superación de la pobreza a escala mundial se convierte en precondición necesaria (aunque no suficiente) para que todos y todas tengan oportunidad de florecer. Mientras la izquierda cree que es posible superar totalmente la pobreza y lucha por orientar las políticas hacia esa meta, la derecha piensa (aunque no lo diga) que la pobreza es socialmente necesaria2, no desea superarla, sino mitigarla, administrarla.

Como principio fundamental para la erradicación de la pobreza, sostenemos que las necesidades humanas deben garantizarse mediante derechos sociales efectivamente vigentes, exigibles. Esping- Andersen dice que "cuando los mercados se vuelven universales y hegemónicos, el bienestar de los individuos pasa a depender del nexo monetario. La introducción de los derechos sociales implica liberar a las personas del estatus de mercancía pura. La desmercantilización ocurre cuando un servicio es prestado como un derecho y cuando una persona puede sustentarse sin depender del mercado"3. La desmercantilización radical consiste, según ese autor, en hacer que la fuerza de trabajo no sea una mercancía de venta forzosa en el mercado de trabajo para la subsistencia del individuo. Cuando esto ocurre, los estados de bienestar han logrado la desmercantilización avanzada de la vida social.

La escuela primaria, publica y gratuita es en México un servicio desmercantilizado que se ha sacado de la esfera del mercado, que ha dejado de ser una mercancía y se ha convertido en valor de uso social (colectivo). Con ello, el disfrute de las ventajas de la educación lo puede tener el niño independientemente de la capacidad de pago de sus padres. En la izquierda luchamos por la desmercantilización, justo el opuesto de la tesis neoliberal de privatización, ampliación del espacio del mercado, que significa mercantilización.

Aunque en la izquierda, golpeados por el desmoronamiento, primero moral y luego económico y político del "socialismo realmente existente", no sabemos por ahora qué sistema social (hemos perdido la certidumbre del futuro socialista y/o comunista) tendrá la humanidad en el fu-turo, mantenemos la convicción que el sistema capitalista tendrá que ser sustituido tarde o temprano. Quienes estudiamos las obras económicas fundamentales de Marx entendemos el secreto del capitalismo (producción de mercancías por medio de mercancías, le llamó Piero Sraffa)4 y, por tanto, vemos los claroscuros de este sistema social. Sabemos que no es el único posible para el futuro y, por tanto, no somos sus fanáticos promotores, sino más bien somos sus observadores escépticos. En contraste, quienes carecen de esta visión con frecuencia no pueden sacudirse el velo conceptual que les impide ver la esencia de este sistema social, lo admiran sin reservas y piensan que es el único posible. A pesar de esta profunda convicción, sabemos que, por lo pronto, tenemos que trabajar en los límites del modo de producción capitalista.

Enmarcados en esos limites y actuando por los caminos de la democracia realmente existente, quienes somos de izquierda peleamos batallas no sólo en el frente de la política electoral (antes comentada), sino también de la reforma del Estado en sentido más amplio, y en las políticas económica y social. Nuestra formación nos hace escépticos de los discursos en boga que defienden la mano invisible del mercado y atacan la mano visible del Estado. Sabemos, y lo constatamos con frecuencia, que el funcionamiento irrestricto del llamado mercado, que no es otra cosa que un eufemismo para el funcionamiento no regulado de las leyes básicas del capitalismo, lleva inevitablemente a la concentración del ingreso y la riqueza, a la pauperización de los trabajadores y a las crisis económicas recurrentes con sus caudas de desempleo, caídas salariales, etcétera. Sabemos que la legislación que hoy modera en todo el mundo (aunque en grados desiguales) este funcionamiento salvaje no resultó de concesiones gratuitas de los poderosos, sino de luchas sangrientas de los trabajadores. En la izquierda seguimos creyendo en la fuerza de las huelgas, las movilizaciones y en el peso de la representación (auténtica, no charra) de los asalariados (y de otros estratos desfavorecidos) en el Congreso y otras instancias de la política. Es la correlación de fuerzas la única que puede modificar las reglas para moderar la codicia capitalista.

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1 La codicia no resulta de una tendencia perversa del carácter de los empresarios. La codicia es una de las características intrínsecas del capital: "En su condición de vehículo consciente de ese movimiento, dice Marx, el poseedor de dinero se transforma en capitalista. Su persona, o más precisamente su bolsillo, es el punto de partida y de retorno del dinero. El contenido objetivo de esa circulación -la valorización del valor- es su fin subjetivo, y sólo en la medida en que la creciente apropiación de la riqueza abstracta es el único motivo impulsor de sus operaciones, funciona él como capitalista, o sea como capital personificado, dotado de conciencia y voluntad. Nunca, pues, debe considerarse el valor de uso como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada, sino el movimiento infatigable de la obtención de ganancias" (El Capital, Siglo XXI editores, Tomo I, pp. 186-187).

2 Peter Townsend (Poverty in the United Kingdom, Penguin Books, 1979, p. 85), quizá el más importante estudioso de la pobreza en el mundo (sociólogo), cita un trabajo de H. Gans (también sociólogo) en el cual éste enumera 15 funciones de la pobreza que benefician a algunos grupos, entre las cuales menciona que la pobreza ayuda a asegurar que el trabajo sucio, peligroso, servil, indigno, se lleve a cabo.

3 Gosta Esping-Andersen, The Three Worlds of Welfare Capitalism, Polity Press, Cambridge, Gran Bretaña, 1990, pp.21-22. Al comienzo de los años ochenta acuñé el concepto de desmercantilización en el sentido limitado de acceso a un servicio como expresión de un derecho y propuse convertirlo en el eje central de la política social. Véase Julio Boltvinik, "Satisfacción desigual de las necesidades esenciales en México", en Carlos Tello y Rolando Cordera (eds.), La Desigualdad en México. Siglo XXI editores, México, 1984, pp. 17-64. Segunda edición, 1986.

4 Cuando la capacidad humana de trabajo se convierte en mercancía (algo útil que se adquiere comprando) todo el proceso social puede caracterizarse como "producción de mercancías por medio de mercancías" que es el título del famoso libro de Sraffa.  

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