333 ° DOMINGO  9 DE MAYO DE  2004
Objeto de devoción de políticos, presidiarios y fieles comunes
La Santa
de los desesperados

TEXTO: LAURA CASTELLANOS/FOTOGRAFIAS: JOSE CARLO GONZALEZ

Es la santa de los ladrones y los asesinos, cierto, pero también de muchísima gente común que le pide el milagro de hallar un empleo. La santa de aquellos que se cansaron de rogarle a San Judas Tadeo. En épocas de crisis y violencia, de desesperanza e incertidumbre, hay que tener de qué agarrase. Por eso los devotos de la Santa Muerte se han multiplicado con rapidez.
Las investigadoras más serias sobre el tema sostienen que el culto nació en los cincuenta y que no tiene ninguna raíz prehispánica


En el Santuario Nacional de la Santa Muerte

Katia Perdigón despliega un cartel de La Santa Muerte. La imagen no viste taparrabo, calza huaraches ni trae ornamentos a la usanza prehispánica. La Santa luce descalza, con un manto y una túnica, que son, dice, “totalmente griegas”. Además, trae elementos del dios griego Kronos, “que corta el tiempo con su guadaña o trae su reloj de arena”.

Perdigón, de 35 años y maestra en antropología social, es una apasionada del tema. Ha rascado las raíces de la Santa Muerte en archivos e iconografía de la Colonia y ha viajado a diversos estados del país y a España, Italia y Chile. Su conocimiento la hace rechazar versiones como la del escritor Homero Aridjis, que en su novela Santa Muerte refiere un sincretismo prehispánico y colonial.

Ella –quien asesora al padre David Romo, del Santuario Nacional de la Santa Muerte– se enfada por la forma en que, por ignorancia, el culto ha sido presentado en algunos medios de comunicación como hermanado con la santería o lo satánico, cuando se trata de una expresión religiosa “popular” que ha crecido por la desesperación y el miedo con el que vive la gente en la ciudad de México.

Contra el mexicanismo tipo ‘Adelita, venceremos’

No hay tal origen prehispánico de la Santa Muerte, dice Perdigón. Es una falsedad perpetrada por quienes enarbolan un “mexicanismo tipo ‘Adelita, venceremos’. La investigadora sostiene que el culto prehispánico a los muertos nadie lo conoce porque las pandemias mataron al 80% de los indígenas, y los sobrevivientes fueron diezmados por los caciques al grado de que de los ritos de la muerte que ellos practicaban sólo quedan reminiscencias.

La antropóloga ha documentado que, a la llegada de los españoles, se instauró el primero de noviembre como día de la “Adoración del Hueso”, ceremonia en la que sacaban los huesos de los santos y mártires de sus criptas para hacerles misa y rezar, y de lo que hay muestras pictóricas en Taxco, Zacatecas y Toluca. Durante la Colonia, en Viernes Santo, “la escultura de la Santa Muerte o Buena Muerte era la que abría la procesión. En Sevilla todavía lo celebra la Hermandad del Santo Entierro”.

Si Perdigón suena provocadora, su copartícipe en la investigación, Elsa Malvido, titular del Taller de Estudios sobre la Muerte en la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), después de 35 años de estudio y análisis, suelta una bomba: desmitifica totalmente la conmemoración del 2 de noviembre, Día de los Muertos, y cuestiona la visión de Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad de un pueblo “patológicamente” obsesionado con la muerte.

Malvido asegura que el Día de los Muertos no tiene raíz prehispánica, sino que es una invención cultural que conjuga costumbres católicas y romanas, además de expresiones estadunidenses e irlandesas, que fue redescubierta en el gobierno de Lázaro Cárdenas por intelectuales, comunistas, anticlericales y masones que querían subrayar la identidad prehispánica de los mexicanos.

La estampita de la Santa

Las celebraciones públicas del antecedente colonial de la Santa Muerte perdieron continuidad debido a hechos históricos como las Leyes de Reforma y, más tarde, la política anticlerical de Plutarco Elías Calles.

El fenómeno, como se le conoce ahora, surge en la década de los cincuenta a través de estampas que de manera casi clandestina se vendían en el mercado de Sonora, en el centro de la capital. Ella no sabe quién las sacó, lo que sí afirma es que fue en la ciudad de México “con gente que estaba muy cerca de la muerte, como policías, basureros y sexoservidoras”. Se le rezaba con cualquier oración católica y se le ponía un altar con un vaso de agua, flores y una veladora.

La crisis económica al final del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, la inseguridad pública que ésta conllevó, y el declive de la religión católica, provocaron un sentimiento de vulnerabilidad y la necesidad de una protección más poderosa. Ahí creció la demanda de la Santa Muerte.

Así, desde hace cinco años, “el ingenio de los vendedores” la convirtió en figuras de bulto. Como la demanda fue mayor, se diversificaron los artículos: veladoras, escapularios, amuletos, oraciones para pedir favores materiales, hasta convertirse en el principal artículo esotérico de consumo del mercado de Sonora.

La proliferación en serie se debió a que la Iglesia Católica Apostólica Tradicional, que fundó el Santuario Nacional de la Santa Muerte en el centro de la ciudad hace dos años, retomó el culto antiguo católico a la Santa Muerte y le dio una renovación cristiana. Esto, añade la investigadora, provocó la furia de la jerarquía católica romana que desconoce los rituales antiguos de su propia religión.

Luego vino la multiplicación de altares en la ciudad (hay 20) desde hace año y medio, y la extensión del culto a otros estados. Ella ha encontrado figuras de la Santa en Tijuana, Monterrey, Campeche, Puebla, Queretaro, y el fenómeno, “le guste o no le guste a muchos”, finaliza Perdigón, continuará su expansión mientras haya la necesidad de rendirle devoción.

Los irredentos devotos de la Jefa del Reclusorio

La Santa Muerte tiene muchos fieles entre los presos. En el Reclusorio Norte, el de mayor población del Distrito Federal, los reclusos jóvenes la han elegido como "madrina" protectora por encontrarse en un lugar "lleno de pecados", desesperanza y riesgos. La imagen, para muchos espantosa, paulatinamente sustituye a la popular Virgen de Guadalupe

“La Jefa me salvó”, dice casi en un quejido El Vaquero. Muestra la herida aún cicatrizante de su espalda, en forma de “H”, provocada por la furia de una punta, levemente arriba del riñón derecho. La cicatriz parece el pedestal de un tatuaje de la Santa Muerte, de unos veinte centímetros de largo.

Al Vaquero lo picaron hace un par de semanas. El está recluido en el área de máxima seguridad del Reclusorio Norte, sentenciado por homicidio. Es la cárcel dentro de la cárcel. Ajuste de cuentas, dice. “Si hubiera sido más arriba, me muero”. Pero –comenta este joven flaco y de mirada de acero–, para su fortuna estaba “encomendado” a la Santísima Muerte. Y vivió.

Los muros del Reclusorio Norte segan la libertad de 8 mil 300 hombres, en su mayoría menores de 30 años. Ellos no pueden salir. Con restricciones, sí se puede entrar, y sin pasar aduana alguna, lo hizo la Santa Muerte.

Don Fernando de Nova Luján es celador del Reclusorio Norte desde hace 22 años. El constató cómo desde hace 15 años, tímidamente, se pintaba la imagen de la muerte en la pared de alguna celda. Pero desde hace tres se dio “un auge terrible con los altares; la mayoría ya la tiene tatuada y es una devoción igual o más grande que la Guadalupana”, platica alarmado.

El celador, profundamente católico, considera que este auge va ligado al incremento de la violencia, sobre todo entre los jóvenes: “Cada vez es más peor, y lo que pasa afuera pasa adentro. Por eso aquí la utilizan para protección”.

La directora del reclusorio, Marcela Briseño López, tiene 20 años de experiencia en trabajo carcelario. Ella ha respetado las diversas creencias religiosas de los internos y considera que los reclusos recurren a dos figuras femeninas, la Virgen de Guadalupe y la Santa Muerte, “porque es una forma de hacerse compañía de la figura materna: aquí se sienten desvalidos”.

Fuera del área de máxima seguridad, el reclusorio parece balneario. Pero no hay un ambiente festivo, sino áspero. Oleadas de hombres vestidos de beige deambulan con rostros diversos: infantiles, de piedra, ceniza, que escurren tristeza, o escupen ansias por salir. Es la vida en la cárcel. Si la Guadalupana, dicen muchos, no les hizo el milagro de una vida mejor, aquí adentro su devoción por la Santa Muerte les ayudará a que por lo menos no sea peor.

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El Paisa, compañero de celda de El Vaquero, fue alertado por La Jefa o la Madrina de la tragedia que está por ocurrir. Soñó que lo picaban a él y que la Santa Muerte le decía: “Vengo el viernes”.

El no fue picado, sino El Vaquero, pero el mensaje de que ella estaría ahí para protegerlos se cumplió. En su celda hay un altar a la Santísima desde hace cuatro años. Hay una réplica en negro para la protección contra los enemigos, en rojo para que les brinde armonía, blanca para la paz y la salud, y morada “para la libertad”. Una veladora roja, una manzana y muchos dulces son la ofrenda para tenerla “contenta”.

Los altares a la Santa Muerte se multiplican en las celdas del reclu, sobre todo en los del llamado dormitorio seis, que parece un muladar. Ahí están recluidos, según diversas opiniones carcelarias, los más jóvenes, peleoneros, desmadrosos y cochinos. Hay 550 corregendos, es decir, quienes pasaron por alguna correccional de menores, y están repartidos en 48 celdas: casi una docena en un espacio destinado para seis personas, de tres metros cuadrados.

Los corregendos son los responsables de la limpieza de sus instalaciones, pero les vale. En cambio, presumen sus tatuajes de la Santísima en sus torsos, antebrazos, pantorrillas, y, no sin ciertas reticencias, los altares en sus celdas. En la celda de Juan Carlos, en donde duermen 10 internos... y tres gatos (Toña, Felisa y Chubis) está el más grande. En el reducido espacio, lleno de colchones de hule espuma, cobijas, tenis y gorras de béisbol, la parte superior de una litera fue destinada, íntegra, para el altar.

Una docena de figuras de bulto, el retrato de la actriz Miroslava, velas y dulces, sobre un paño negro, son acompañados, a un lado del altar, por el cartel de una rubia desnuda de senos desbocados. No todos en la celda le profesan culto a la Jefa.

A la entrada hay un altar minúsculo para la Virgen de Guadalupe.

Juan Carlos dice que a la Santa le tiene más fe “sobre todo aquí, en donde hay muchos pecados. Le digo ‘cuídame’, porque en cualquier momento puedo encontrar la muerte. Ya he visto varios compañeros que han muerto. Ella es mi protectora”, dice, mientras se santigua frente a su altar y los gatos observan sin inmutarse.

            

El Señor de los Anillos, guardián de la Santa Muerte

David Romo es la figura más popular del boom de la Santa Muerte, sobre todo entre la gente joven. Es el arzobispo primado de la Iglesia Católica Apostólica Tradicional México-USA que le profesa culto en su santuario de la capital mexicana. El polémico religioso, con un pasado militar, lo mismo casó a la actirz Niurka que es solicitado por priístas por sus sainetes en el Congreso, y enfrenta a la jerarquía católica apostólica y romana por estar casado, promover el uso de anticonceptivos y "no ser pedófilo"

En el santuario le llaman monseñor Romo. También podría ser llamado “El Señor de los anillos”. Sus manos morenas lucen un anillo con una alejandrina, otro con la estrella de David, y dos más, uno de oro y otro de plata, con calaveras caladas que podrían ser la envidia de cualquier darketo.

David Romo Guillén también sería la envidia de cualquier párroco: su feligresía aumenta paulatinamente, sobre todo entre la gente joven.

En sus misas del Santuario Nacional de la Santa Muerte, en Bravo número 35, en un barrio popular de la Venustiano Carranza es común ver los rostros frescos y esperanzados de una juventud que, en contraste, carga figuras mortuorias para ser bendecidas.

Como si hubiera sido un presagio, Romo lo recuerda, sólo dos jóvenes asistieron a la primera misa que realizó en el lugar dos años atrás. Ahora acude un promedio de 200 a 300 personas en cada misa, y el primero y 15 de cada mes la asistencia puede llegar al millar, una buena parte muchachas y muchachos arreglados como para una fiesta.

En la calle es más común ver a jóvenes luciendo escapularios con la Santa Muerte. No es simple moda, dice Romo, “es devoción”. Su principal petición en el santuario es la de conseguir trabajo, pero también acuden para “romper con tabúes y trabas que la misma religión católica romana” les impone. El, con desenfado, promueve el uso del condón femenino y masculino, el de la píldora del día después, acepta el aborto en casos de violación y se manifiesta en contra del mito de la virginidad. 

Además, abrió las puertas de su iglesia a homosexuales y trasvestis: “Nosotros los respetamos y queremos, aquí pueden venir como quieran”, dice. Sin embargo, la apertura de su iglesia es inobjetable en un punto: el rechazo a la posibilidad de que una mujer sea ordenada: 

“No hay el fundamento ni la disposición del pueblo para aceptarlo”.

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Romo saltó a la fama por Niurka. El casó a la actriz cubana con su amante Bobby, luego de que ella exhibiera en cadena nacional a su entonces esposo, el productor Juan Osorio, de no ponerle con candela. Cuando los programas de espectáculos supieron que Romo no tenía la bendición del Vaticano y de su culto a la Santa Muerte, lo tacharon de padre hechizo y le hicieron un escándalo. El amenazó con demandarlos porque cuenta con registro ante la Secretaría de Gobernación, y como respuesta, fue invitado a programas de espectáculos de Televisa, Telemundo y Univisión.

Romo precisa que su culto tiene origen en la religión católica antigua y que nada tiene que ver con las prácticas esotéricas que recurren al uso de colores u oraciones para pedir cosas materiales, saldar venganzas o conseguir amores: “Aquí el ritual consiste en bendecir la imagen y ya (...) la devoción a la Santa Muerte es de oración y reflexión, porque la muerte es vida”.

Romo dice haber recibido muchos ataques de sacerdotes y obispos católicos romanos. Lanza retador: “No somos pedófilos, preferimos un buen sacerdote con su familia que vivir la pena de matar la inocencia de un niño”. Romo tiene esposa y cinco hijos, de entre siete y 12 años, lo que según él le ha ayudado a comprender más las vicisitudes de sus feligreses.

De su pasado comenta poco. Cuenta que nació en la Ciudad de México, tiene 47 años y perteneció a la Fuerza Aérea Mexicana, en donde “sólo era un administrativo”. No dice más.

También ejerce su culto en 7 altares al norte del DF y está por abrir 3 o más, además de 3 santuarios. La demanda está por llevarlo a Los Angeles y Nueva York. Por eso impartirá un curso de 4 años a una veintena de hombres de entre 15 y 40 años para ordenarlos como sacerdotes o “laicos comprometidos”. Romo sabe que está en la cresta de la ola. Sus amigos políticos –también devotos de la Santa Muerte– van en aumento, aunque se reserva sus nombres.