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México D.F. Lunes 10 de mayo de 2004

Sergio Ramírez

Las herramientas de todas las manos

Quizá para algunos el informe sobre la Democracia en América Latina presentado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) tenga pocas novedades, porque nos dice lo que ya sabemos: que vivimos en un estado precario de democracia, y las instituciones no son lo suficientemente fuertes como para anular el poder tantas veces arbitrario de quienes, poniéndose el ropaje democrático, esconden bajo sus pliegues la daga del autoritarismo.

Sin embargo, siempre hay novedades. Los sistemas democráticos subsisten, pese, muchas veces, a quienes son electos, y se defienden como mejor pueden frente a su misma precariedad. A estas alturas deberíamos haber aprendido que, pese a tantas dificultades, desconciertos, frustraciones y desesperanzas, no tenemos mejor manera de vivir; pero muchos de los ciudadanos consultados a lo largo del continente por los autores del informe creen que la democracia puede ser prescindible si un régimen autoritario asegura lo que ella misma no está asegurando ahora, que es el bienestar económico. Esta es la peor de sus paradojas, y una luz roja necesaria de advertir.

Es cierto que la democracia no puede ser un fin en sí mismo -el contento onanista de que votamos, luego existimos-, pero sí una herramienta en todas las manos para construir una sociedad justa, de iguales oportunidades. Es lo que venimos persiguiendo desde la fundación de nuestras repúblicas a la hora de la independencia, esa idea ciudadana de que sólo un concierto de ciudadanos libres puede crear una sociedad próspera y justa. No haberlo conseguido hasta ahora es entonces fuente de frustraciones. Pero, Ƒestamos hoy más lejos o más cerca de la meta?

No es bueno ocultar que nuestra historia, en el balance de los siglos, ha sido una historia de fracasos, tanto así que las viejas ideas libertarias, trasladadas de un confín a otro del continente a lomo de los caballos de los capitanes de la independencia, siguen pareciendo novedosas, y dignas de ser probadas cada vez de nuevo, simplemente porque no han llegado a realizarse. Pero las decepciones no deben matar los empeños.

Muchos, desde su perspectiva ciudadana, han dado a la democracia un voto de confianza, y tienen paciencia con ella, bajo aquel viejo adagio de que Roma no se hizo en un día. Otros, que apartaron o pospusieron sus viejas ideas de que sólo la mano fuerte y las cabezas iluminadas resuelven el asunto del progreso y el desarrollo, aguardan solapados a que la constante cadena de prueba y error se rompa por lo más delgado, que es el lado del error, y entonces tengan galillo suficiente para proclamar la muerte de la democracia y el nuevo advenimiento de los paraísos ideológicos.

No hay duda, tampoco, de que la democracia es un asunto de todos sin excepción, para que no corra el peligro en que siempre está, de quedarse en un asunto de pocos. Y cuando se queda en un asunto de pocos resulta malversada y maltratada de la peor manera, desde los fraudes electorales, que dichosamente no son notorios hoy día, hasta la corrupción, que es la peor de nuestras enfermedades malignas. ƑQuiénes, si no los electos por el voto popular, vienen a resultar en los más corrompidos?

Las dictaduras militares agotaron sus propias posibilidades, incapaces de gobernar, tantas veces bajo el terror, y salieron del escenario por la puerta trasera, de regreso hacia sus cuarteles, ojalá hasta la consumación de los siglos. Y el auge de la democracia desde el fin de esas dictaduras se encontró en el camino, al final de los años ochenta, con el derrumbe de los sistemas de socialismo impuesto, lo que hoy se llama en el recuerdo el socialismo real.

Esta coincidencia puso a la defensiva del silencio a los ideólogos del socialismo de una sola cara, la cara burocrática, e hizo que la participación electoral se convirtiera en un asunto ecuménico, sin más discusiones teóricas ni divisiones tajantes, como aquella tan mal recordada de democracia proletaria y democracia burguesa, tesis que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva se ha encargado de borrar, como estadista, y que Hugo Chávez ha convertido en caricatura.

En América Latina hay cada vez más ciudadanos de segunda, y de tercera, que votan, es cierto, pero quedan más lejos del gran festín del consumo y de las oportunidades de reparto de la riqueza, que la filosofía de la sociedad de mercado ha venido a amparar. Y lo que se espera de la democracia, en última instancia, es que cierre los abismos, en lugar de ensancharlos. Sólo entonces, todos con los pies sobre una sola tierra firme, habrá ciudadanos de una sola categoría, capaces de amparar a la democracia, y hacerla crecer y desarrollarse.

Dante Caputo, canciller del gobierno de Raúl Alfonsín, el primero que tuvo Argentina tras años de dictaduras militares, y quien actuó como director de este informe a la cabeza de un variado equipo de investigadores, nos dice en la introducción del documento que existe el peligro de que, al ponernos a hacer el inventario de todo lo que falta por hacer, olvidemos todo lo que hemos conquistado, y no es poco. Es cierto.

Pero el mayor peligro reside en creer que la democracia no es asunto nuestro, sino de aquellos a quienes, cada vez con mayor desconfianza, llamamos "los políticos", como casta aparte, y les abandonamos esa herramienta colosal que sólo sirve si está en manos de todos.

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