Leonardo García Tsao

La agenda del día: tontería y política

Cannes, Francia, 17 de mayo. Por supuesto, la gran actividad del lunes fue la proyección de la tan esperada Fahrenheit 9/11, de Michael Moore. Rodeada de escándalo desde que la compañía Disney se ha negado a distribuirla, se trata de una película de eficaz propaganda contra el gobierno de George W. Bush. Y como toda propaganda, apela más a las emociones que a los datos concretos.

Con su ya conocido estilo socarrón, Moore expone todas las corruptelas de la nueva era Bush -su fraude electoral, sus negocios con Arabia Saudita, el manejo manipulador del ataque a las Torres Gemelas, la injustificada invasión de Irak, la consecuente explotación de su reserva petrolera a cambio del sacrificio de vidas humanas- sin revelar nada nuevo. Desde luego, el cúmulo de información es muy elocuente aunque el realizador banaliza su propio discurso con los consabidos chistoretes y burlas fáciles. Ciertamente no es muy complicado hacer ver a Bush como débil mental.

La gran ventaja de Fahrenheit 9/11 es que, gracias a la popularidad de Moore como showman de las causas liberales, tendrá mucha más difusión que un documental sobre el mismo tema, realizado por un cineasta mucho más serio y riguroso. El partido demócrata de su país haría bien en asegurar su distribución masiva antes de las elecciones.

El otro par de películas en competencia la coproducción alemana-austriaca Die fetten Jahre sind vorbei (Tus días de abundancia están contados, aunque su título para el extranjero es The Edukators), del debutante Hans Weingartner, y La mujer es el futuro del hombre, del coreano Hong Sangsoo, tiene en común tratar sobre sendos triángulos amorosos y, también, poner en entredicho el criterio de selección del festival. La primera narra con ingenuidad los esfuerzos dizque subversivos de unos jóvenes berlineses contra el sistema, que acaba con el secuestro casi accidental de un magnate. Que éste resulte el personaje más simpático de la cinta no habla bien del resultado.

Pero la coreana es aún peor. Un par de machines añoran a una ex novia compartida y van en su busca, mientras conversan sobre diversas burradas sexistas. Si uno tomara la representación de Corea en el festival como fidedigno retrato del país, uno sacaría en conclusión que: a) está poblado de gente muy extraña y b) que las mujeres coreanas son increíblemente fáciles, siempre dispuestas a practicar el sexo oral.

La mezcla entre tontería y discurso político que ha caracterizado este día, fue redondeado por The assassination of Richard Nixon (El asesinato de Richard Nixon), ópera prima de Niels Mueller, que es además la primera producción de la compañía Anhelo en Estados Unidos. Si bien el crédito de productores corresponde a Alfonso Cuarón y Jorge Vergara, y el fotógrafo es Emmanuel Lubezki, esperemos que la culpa recaiga en el lado gringo del proyecto.

Basada levemente en un caso real, la película trata sobre un fracasado total llamado Sam Bicke (Sean Penn, en su registro de pobre diablo) que en 1974 intenta el magnicidio enunciado por el título, como última venganza por el ninguneo sufrido ante jefes, ex esposa y familiares.

La referencia evidente es al protagonista de Taxi driver, de Scorsese, con una diferencia importante. Si Travis Bickle era representado como un sicópata obsesionado por integrarse a la sociedad, si lograba conmovernos porque su inteligencia no le bastaba para resolver sus contradicciones. En cambio, con la cinta de Mueller uno concluye que el sistema tiene razón en nulificar a alguien tan tonto y lamentable.