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México D.F. Viernes 21 de mayo de 2004

Jorge Camil

Irak: la debacle

Para George W. Bush las cosas en Irak van definitivamente de mal en peor. Además de la feroz rebelión del fundamentalista chiíta Moqtada Sadr, de los secuestros y las mortíferas bombas y emboscadas con los que la resistencia iraquí acecha diariamente todos los caminos, ahora surge el escándalo de las torturas y muertes de prisioneros en la fatídica prisión de Abu Ghraib.

Las fotos que han dado la vuelta al mundo son difíciles de creer, porque muestran el trabajo de enfermos o débiles mentales. Soldados estadunidenses, aparentemente azuzados por Lynndie England, una pueblerina de 22 años originaria de los Apalaches, y Sabrina Harman, ex empleada de una pizzería, aparecen con los pulgares en alto y enormes sonrisas denigrando prisioneros iraquíes. England, con un eterno cigarrillo colgando de la comisura de los labios, aparece en varias instantáneas burlándose de las partes nobles de soldados desnudos y encapuchados, mientras Sabrina, descrita por un ex prisionero iraquí como "la mujer más hermosa que he visto", no se queda atrás y aparece jugando a las escondidillas tras una enorme pirámide de prisioneros desnudos y amontonados en el suelo en poses vulgares y sugestivas. (En una de las fotos más denigrantes, England arrastra por los pasillos de Abu Ghraib a un prisionero desnudo tirando de una correa amarrada al cuello de la víctima.)

Aún hay más, admitió Donald Rumsfeld en su comparecencia ante el Congreso estadunidense, y en días pasados el Pentágono, en un esfuerzo por desviar la atención del problema, exhibió ante el Congreso fotos y videos supuestamente originales en los que aparecen violaciones, actos sexuales degradantes y tal vez la muerte de un prisionero. Rumsfeld, sin embargo, no fue sincero en su comparecencia. Hoy sabemos, gracias al explosivo artículo del periodista Seymour Hersh (The New Yorker 15/05/04), que Rumsfeld, frustrado por la ineficiencia de la CIA, autorizó una operación ultra secreta para extraer información sobre la insurgencia iraquí mediante tortura física y humillación sexual.

Un ingenioso caricaturista resumió la situación mostrando la infame prisión utilizada por Saddam Hussein para torturar prisioneros políticos y enemigos del régimen con un letrero que lee: "Abu Ghraib: hoy orgullosamente bajo nueva administración".

En el colmo de la maldad, prisioneros desnudos y encapuchados eran encaramados en enclenques bancos de madera amenazados de que al perder el equilibrio morirían electrocutados; hombres y mujeres iraquíes eran obligados a ejecutar actos sexuales depravados frente a la cámara, y prisioneros desnudos, inermes, con las manos atadas a la pared, se exponían a feroces pastores alemanes que amenazaban con arrancarles las partes nobles.

Ante la amenaza de nuevas fotos y videos el gobierno de Bush debería reconocer a tiempo y con honradez sus verdaderas intenciones: la de Irak no fue jamás una guerra provocada por las supuestas armas de destrucción masiva, ni por el deseo de derrocar a Hussein para instalar un gobierno democrático en una sociedad que muestra signos inequívocos de convertirse en una república teocrática a la manera de Irán.

Tarde o temprano su administración deberá comparecer ante el juicio de la historia para reconocer que la invasión de Irak obedeció a la decisión geopolítica de apoderarse de las inagotables reservas petroleras de Irak.

El deseo incontenible de buscar cualquier motivo para la invasión fue confirmado recientemente por Richard Clarke (Against all enemies: Contra todos los enemigos). El antiguo encargado de contraterrorismo reveló que horas después de la tragedia del 11 de septiembre de 2001, Bush, deambulando solitario por los pasillos vacíos de la Casa Blanca, lo acorraló y pretendió obligarlo a reconocer que el ataque había sido instigado por Hussein. Clarke, indignado, explotó: "señor presidente, šno tenemos la menor idea de quién está detrás de esto!"

El trato a los prisioneros en Abu Ghraib nos hace temer por los recluidos en Guantánamo, a quienes el gobierno declaró arbitrariamente "enemigos combatientes" sin derecho a la protección de la Convención de Ginebra.

Los medios, que en su mayoría parecen confabulados con la Casa Blanca, han achacado los excesos a deficiencias en la cadena de mando, ignorancia, sobrepoblación carcelaria y peligrosidad de los reos. Pero la verdadera razón es el efecto que tiene la rienda suelta auspiciada por el Pentágono sobre efectivos militares sin preparación, que participan en una operación sin propósito defensivo, objetivos claros o enemigo identificable.

Hussein no poseía armas apocalípticas ni era una amenaza inminente para Estados Unidos. Era, simplemente, un tirano sentado en un mar de petróleo. En el pecado llevan la penitencia: las compañías representadas por Cheney no han podido explotar el petróleo iraquí ni "reconstruir" el país en medio de la debacle, y el excesivo celo de Rumsfeld (el fin justifica los medios) amenaza descarrilar la relección de Bush en noviembre.

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