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México D.F. Lunes 24 de mayo de 2004

El cascarón de Insurgentes Norte

A pasos agigantados el PRI transita del esplendor a la precariedad. En la sede nacional del partido cada vez son menos las manos que sostienen el cascarón en que se han transformado desde 2000 los tres edificios de la sede nacional que alguna vez albergaron a la aristocracia tricolor, escenarios en los que se fraguaron candidaturas, se decidieron procesos electorales y hasta los que llegaban las organizaciones sindicales para rendir tributo al líder en turno.

Desde julio de 2000, cuando Francisco Labastida utilizó el escenario dispuesto en la gran explanada de la sede de Insurgentes Norte no para festejar un triunfo, sino para escenificar la más amarga derrota de un partido de Estado, las cosas han ido cuesta abajo.

De golpe se terminaron los estímulos a la alta militancia, disfrazados de viajes, becas, casas y apoyos para una futura candidatura. Las decenas de hombres y mujeres que conformaban el primer círculo del dirigente en turno no suman ahora más de diez, desaparecieron con ellos las promesas de espacios en un gabinete que ya no les pertenece. Para algunos, este nuevo escenario despertó al tricolor del sueño en el que de las nubes llovía miel para enfrentarlo a la orfandad del poder y el dinero.

Aquella frase que empleaba Carlos Hank González, figura señera del éxito personal a partir de un "intenso trabajo" en favor del partido y del presidente de la República para definir a los políticos, se ajusta perfectamente al PRI de hoy: "Un político pobre es un pobre político".

A tres años de esa derrota y con una multa de mil millones de pesos, ya nadie se pregunta dónde quedaron aquellas grandes concentraciones en la sede nacional para vitorear el triunfo de la Revolución, encarnada en el presidente de la República, cuando se escuchaba tronante la voz del líder para recordar a todos de dónde venían y hasta dónde podía llevarlos su fidelidad, mientras en lo más alto del escenario relucían los trajes de diseñador y en las inmediaciones aguardaban los autos último modelo con choferes y guardaespaldas.

La nostalgia de los que quedan en las oficinas del complejo de Insurgentes Norte por los tiempos de bonanza se va nublando con el paso del tiempo. Detrás de los cristales sucios, en los que se ven las manchas de huevazos con que la disidencia magisterial dio la bienvenida el año pasado a la secretaria general del partido, Elba Esther Gordillo, la burocracia tricolor cuenta los días para recibir la mermada quincena, reducida hasta 50 por ciento para quienes ganaban más de 10 mil pesos.

En la sede nacional casi la mitad de las oficinas que se ubican en los tres edificios están vacías, luego de que el año pasado el dirigente partidista, Roberto Madrazo, se vio obligado a reducir una plantilla de trabajadores superior a mil 200 empleados para dejarla en unos 700. No se aprecian ya los grupos de empleados que depar-tían en la explanada con aquel diputado o senador que tenía alguna posibilidad en el futuro cercano; ahora son pocos los que se aventuran más allá de sus cubículos.

El edificio 1, del que en los días de calor se desprende un olor a huevo podrido, está hipotecado al Banco Interacciones. La flotilla de aviones y autos que alguna vez tuvo el partido fue declarada chatarra, cada jefe de oficina o los mismos empleados deben pagar por el agua o el café que ofrecen a los escasos visitantes y, a pesar del esfuerzo de las afanadoras, las alfombras y las cortinas siguen acumulando polvo, los canceles de las ventanas se oxidan y los baños abiertos al público conservan un hedor ya imperceptible para quienes laboran cerca de ellos.

Bueno, ni la maestra Gordillo, secretaria general del PRI, ha puesto un pie en las decrépitas instalaciones, luego de que la relevaran de la coordinación parlamentaria en San Lázaro. Sus necesidades de bienestar la obligan a seguir despachando desde Polanco y sus alrededores.

CIRO PEREZ SILVA

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