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México D.F. Lunes 31 de mayo de 2004

León Bendesky

Mercado interno

Se ha convertido el concepto de mercado interno en una expresión carente de contenido; se repite tanto y en contextos tan diferentes que ha perdido sentido como referencia concreta del modo en que opera la economía mexicana. Sin embargo, las condiciones que definen el funcionamiento del mercado interno tienen un lugar prominente en la teoría económica: se refieren de modo directo a las fuerzas que determinan la demanda agregada, siendo así parte esencial de la dinámica de la producción y distribución del ingreso. Por ello requiere una consideración específica y acciones concretas de la política económica.

Los países con mayor capacidad de crecimiento de la producción, junto con altos niveles de bienestar, tienen un sustento sólido en su mercado interno. Incluso las plataformas de exportación más duraderas se basan en la demanda interna. Los gobiernos no eluden su papel en la conformación de ese ámbito de las relaciones sociales y no lo dejan a las omnipotentes fuerzas del mercado.

En el curso de varias décadas el patrón de crecimiento en México ha pasado por distintas orientaciones: primero hacia fuera, basado en la exportación de bienes primarios; luego hacia adentro, con la sustitución de importaciones y la expansión del mercado interno, periodo en el que se creó buena parte de la capacidad industrial del país y de su infraestructura física. Recientemente, el vuelco ha sido de nuevo hacia afuera, esta vez con base en la exportación manufacturera, pero sólo con débiles vínculos con la demanda interna.

Esta tercera fase se ha configurado luego de dos décadas de aplicar un conjunto de políticas que han abierto la economía prácticamente de modo indiscriminado a las corrientes comerciales y financieras, y sin ningún tipo de medidas compensatorias. Estas medidas son indispensables para preparar a las empresas para la competencia externa y mantener la articulación entre los sectores productivos y, así, no debilitar la capacidad de generar valor, sostener la rentabilidad de las inversiones no especulativas y aumentar los niveles de empleo y de ingreso.

Eso fue lo que hicieron los países europeos en su esquema de integración, creando una convergencia efectiva entre las economías más grandes y las más pequeñas. Durante un largo periodo se hicieron amplias y constantes transferencias de recursos y se gestaron y consolidaron importantes proyectos de inversión. Sin ello, España no estaría en las condiciones actuales y Portugal o Grecia habrían quedado más relegados.

En México la apertura fue abrupta, la integración regional en América del Norte muy rápida y en condiciones que no pusieron de manifiesto las enormes diferencias que existen entre esta economía y la de Estados Unidos. Luego de 10 años de operación el TLCAN no se han generado bases para un crecimiento alto y sostenido del producto y, en cambio, se advierte una gran desarticulación productiva y debilidad del mercado interno.

La demanda interna se asocia con el gasto en inversión, pero desde principios de la década de 1980 la proporción del producto que se destina a invertir se ha reducido de modo permanente, lo que nos aproxima a la situación de las economías más atrasadas del mundo y no a la de aquellas con las que pretendemos competir globalmente. Este es un rasgo de índole estructural que suele confundirse con los ocasionales registros de aumento de la inversión que no logran modificar la tendencia a largo plazo.

El análisis del gobierno sobre las condiciones económicas recientes se basa en datos coyunturales, cuando el problema de esta economía es estructural y ahí está el conflicto que entraña el modelo de crecimiento que se sigue promoviendo. Por eso las constantes políticas de ajuste y estabilización no acaban de crear un entorno de crecimiento sostenible. En cambio, se ha provocado creciente fragilidad económica y financiera, incapaz de reordenar el mercado interno.

A ello debe sumarse un hecho sobre el que no se repara de manera suficiente. Esta sociedad se ha pasado 20 años transfiriendo recursos al exterior que han mermado de modo definitivo su capacidad de inversión. Sólo entre 1983 y 1988 se transfirieron al exterior cada año por concepto del servicio de la deuda externa entre 6 y 7 por ciento del producto interno bruto. Luego de la crisis de 1995 se han transferido, también año tras año, enormes montos de recursos fiscales a los bancos privados, ahora ya casi por completo propiedad de empresas extranjeras. Este año el pago de intereses a los bancos puede llegar a 0.5 por ciento del producto interno bruto, casi igual que el déficit fiscal y el costo del rescate bancario que estima en 11 por ciento del producto.

Esta es una hipoteca que merma las posibilidades de crecimiento y desarrollo del país, y no hay una sola consideración al respecto en la visión del gobierno sobre la gestión de la economía. Así tampoco hay forma de reconstruir el mercado interno.

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