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México D.F. Domingo 6 de junio de 2004

Rolando Cordera Campos

Proyecto hay, pero no combustible

El Presidente se pregunta por qué hay quienes dicen que no hay proyecto cuando para él todo está claro. México debe ser una sociedad liberal, moderna, democrática, con una economía de mercado con responsabilidad social y es en eso en lo que su gobierno está empeñado, como lo dijo en su Plan Nacional de Desarrollo y lo dice a diario. Y sin embargo, diría un Galileo desvelado, la cosa no se mueve y es ahí donde está el detalle: México es un país que no para, que vive casi o más allá del frenesí, pero que al mismo tiempo no encuentra en la economía más que parálisis y en la distribución de los frutos del esfuerzo social una implacable desigualdad.

Para superar el estancamiento no basta amarrarse al ciclo americano. Este, a más de esquivo, se ha mostrado renuente a jalar a la economía mexicana como lo hizo en el pasado, a finales del siglo xx. La fascinación china se vuelve para nosotros síndrome fatídico que nos pone frente al fantasma de la incompetencia, nacional e internacional. Pensar que con la recuperación en curso esos espectros harán mutis, es contribuir a la creación de expectativas que de antemano se saben incumplibles. Pero en eso parece estar empeñado el Presidente con sus discursos enérgicos, pero repetitivos, y en lo esencial, carentes de sentido.

Cuando el discurso se vuelve reiteración uno tiene todo el derecho a pensar que la dirección nacional carece de rumbo. Cuando los que gobiernan se desgañitan insistiendo en que rumbo hay y que el timón está en buenas manos, muchos se ven impelidos a pensar lo contrario, que no hay compás y que la nave tiene tripulación pero no concierto. Y esa la situación que hoy se vive en amplios campos de la política y la economía mexicanas, la sensación de que cualquier cosa puede pasar.

Recurrir como si se tratara de un salmo al estado de derecho o a la democracia no nos saca de apuros como el actual. El estado de derecho se construye y sustenta en un pacto de largo alcance entre las fuerzas sociales y políticas o se vuelve un lugar común del desorden real y la antesala a un estado de naturaleza donde la única ley es la fuerza. La democracia se prueba todos los días y no sólo en las urnas trienales, y una de sus pruebas de ácido es el tipo de gobierno a que da o pueda dar lugar. Si la democracia sólo se muestra capaz de engendrar formas de gobierno inertes, sometidas al azar y el intercambio mercantil, la democracia se pone en cuestión y no por falta de pan sino por falta de compromiso de los gobernantes con la sociedad. Los ciudadanos no son meros clientes que demandan bienes públicos, sino individuos atormentados por la incertidumbre respecto del futuro inmediato y acosados por la certeza indeseable de que es poco, muy poco, lo que se puede hacer por mejorar su situación inmediata.

Pedir que la democracia produzca gobiernos responsables con su circunstancia y atentos al devenir mundial no es pedirle demasiado, como ahora sugieren algunos demócratas reconfigurados en liberales adánicos. Es en esos gobiernos, dispuestos a apoyar y a defender a sus empresarios en la competencia interna y externa, y comprometidos con el logro de mínimos civilizados de equidad social y protección de los débiles, donde reside la fuerza y las virtudes de la democracia moderna, que es la única que puede dar a la globalización un rostro humano.

Es dentro de estas coordenadas que los proyectos para México deben construirse y someterse a prueba. En las urnas, desde luego, pero también en el llano de la movilización social y los foros de la deliberación política. Es eso lo que esperamos del gobierno y su Presidente, pero también de unos partidos que parecen más bien dedicados a cavar sus propias tumbas.

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