Angeles González Gamio

Del Centro venimos todos

El Centro Histórico de la ciudad de México es sin duda el centro de todos los mexicanos, es el espejo donde nos reflejamos. El Zócalo y sus edificios emblemáticos, particularmente la Catedral y el Palacio Nacional, nos pertenecen a todos y nos dan identidad. Por ello no es exagerado decir que Del Centro venimos todos, título de una sabrosa crónica de Eusebio Ruvalcaba que se publica en el número más reciente de la revista A pie. Crónicas de la ciudad de México, que editan trimestralmente el Consejo de la Crónica y la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal.

El tema principal de este número es precisamente el Centro Histórico, donde están pasando muchas cosas buenas: calles nuevas desde las entrañas, ya que se están sustituyendo el viejo drenaje y la red de agua y se actualiza el cableado de luz y teléfono. En la superficie se tendió un pavimento de concreto fluido con un dibujo que semeja adoquines y es fácilmente reparable. Se colocaron nuevas banquetas y mobiliario urbano y se remozaron las fachadas. Sin exagerar, hay calles que podrían estar en Roma o París, por lo bello y armónico de sus construcciones, que pintadas y arregladitas ya se pueden apreciar. Las vías que se van remozando quedan libres de vendedores ambulantes, lo que permite que se puedan caminar, disfrutar y mantener limpias y seguras.

Sobresalientes escritores, periodistas, historiadores y cronistas, todos ellos amantes y conocedores del Centro Histórico, colaboran en la publicación: Gonzalo Celorio, quien ha dedicado gran parte de su obra literaria a este lugar, nos deleita con la crónica El centro descentrado; Héctor de Mauleón nos brinda una Elegía por Tacuba, y Martha García aborda el tema de los ambulantes.

En la sección de Pasado y Presente, escriben Eduardo Matos, acerca del Templo Mayor de los aztecas, y Carlos Martínez Assad, quien nos lleva sobre las huellas de los libaneses en la ciudad de México, descubriéndonos historias fascinantes de esos inmigrantes que han enriquecido la vida capitalina en muchos aspectos, entre otros la gastronomía. Para conocer cómo surgió el concepto de Centro Histórico y las obras de rescate que se han venido llevando a cabo, aparecen entrevistas de los arquitectos Luis Ortiz Macedo y Enrique Cervantes, así como del ingeniero Antonio Dovalí, quien dirige el sistema de aguas de la ciudad.

El eterno adolescente Andrés Henestrosa, en sus primeros 97 años, habla con emoción de la calle que lleva su nombre. En Ensayo, Miguel León Portilla lanza un reto: "ƑEl Centro Histórico, en peligro de salir de la lista del patrimonio mundial?" Aquí mismo, el historiador Carlos Aguirre Anaya, quien coordinó la magnífica publicación, hace un análisis novedoso sobre el concepto de "centro". En Literatura, Carlos Monsiváis nos deleita con sus Invocaciones útiles y vanas contra el olvido, que hablan del teatro en la capital.

Esta es una síntesis de parte del rico contenido de este número de A pie, que como siempre incluye la Guía de la ciudad, que nos lleva al Colegio de las Vizcaínas, en la pluma de Esteban Sánchez de Tagle, y la sección de Tradición Oral, que coordina Edgar Tavares, ahora con valiosos testimonios y anécdotas sobre los viejos mercados, tema que también aborda Jorge Olvera, y por último, el encarte La voz de los cronistas, en el que escriben los de Tepito, Iztacalco y la colonia Merced Balbuena.

Aprovecho para invitarlos a la presentación, que se va a llevar a cabo el jueves 17 a las 5 de la tarde, en la biblioteca Sebastián Lerdo de Tejada, que ocupa el antiguo templo de San Felipe Neri, joya barroca ubicada en la calle de República de El Salvador 49. El precioso recinto, que dirige con entusiasmo y eficacia Juan Manuel Herrera, está decorado en su interior con coloridos murales del pintor Vlady, que van a ser el marco para las intervenciones de Carlos Martínez Assad, Enrique Semo, Carlos Aguirre, Enrique Cervantes y Eusebio Ruvalcaba; como moderadora, la autora de estas líneas. A pie ya se encuentra en Sanborns y librerías.

Antes puede aprovechar para conocer el nuevo restaurante Al Andalus, situado en los altos del número 69 de la avenida Madero. Lo atiende personalmente el popular Mohamed, que dejó a su hermano en sus preciosas casitas dieciochescas de Mesones 171. Las viandas, exquisitas, ya las conoce: el kepe crudo o charola, las hojas de parra, el shanklish, el falafel, la berenjena frita, y de postre los pastelillos árabes, inigualables: el graibe, con pistaches, es bajado directo del cielo de Ala. El remate: el excelente café árabe y un arak, pero solo uno, para que no se duerma en la presentación.

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