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México D.F. Domingo 6 de junio de 2004

Vilma Fuentes

Michael Moore

El mejor filme del reciente festival de Cannes fue Fahrenheit 11/9. El primer premio de interpretación masculina: George ''W" -''w" que no significa el doble- Bush.

Primer premio de la interpretación femenina: Daisy Rumsfeld, aplaudida por su actuación de travesti, aunque no pudo ocultar sus miedosos temblores en tierra de Irak. El premio del mejor argumento de ficción (simple revés de los objetivos estratégicos imaginados): Dick Cheney.

Aplausos delirantes del público.

En efecto, Michael Moore no se equivoca: son mejores comediantes que el amnésico Reagan, víctima de una desmemoria (Vietnam) que parece sufrir, según los variables sondeos, la población estadunidense... la cual mejora, gracias al cielo, día tras día.

El festival de Cannes es hoy, tal vez, el encuentro mundial más rico en significados. Superior en todo caso al del G7, en el que sólo se ven los poderosos países industriales y, por tanto, con más cantidades de dólares. Este festival reúne durante una semana la industria del cine, las finanzas, los creadores, los artistas, estrellas y banqueros. Una asociación que ni Lautréamont soñó y para quien la belleza debía ser tan sorprendente como el ''encuentro sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas".

Este año, como se sabe, la atribución de la Palma de Oro al cineasta estadunidense Michael Moore estalló en el palacio del festival como una bomba al mismo tiempo de destrucción masiva y de consecuencias retardadas. Bomba a la vez cómica y sangrienta.

Los diarios franceses, tan serios de costumbre, dejaron estallar, como la bomba, sus carcajadas. Dominique Dhombres, en Le Monde, tituló su ar-tículo: ''Michael Moore es un payaso que dice la verdad". Excelente resumen, puesto que el mejor momento de la ceremonia fue cuando, al escuchar que recibía la Palma de Oro, después de un instante de asombro, logró recuperarse para agradecer a sus comediantes, de acuerdo a la tradición de todos los cineastas premiado: ''Iba a olvidar agradecer a mis actores: George W. Bush, Dick Cheney, Ronald Rumsfeld..." Carcajadas generales que permitieron a 3 mil personas, los selectos invitados, que lo aplaudieron durante 20 minutos, libro de récords asegurado, evacuar con alegría la tensión dramática de este documental en el que la piedad, de ambas partes, se halla ausente.

Pero el ridículo se ha jubilado, de lo contrario Bush habría muerto al caer de su bicicleta el día mismo de la atribución de las palmas y herirse la cara, la mano derecha con la que se jura decir
la verdad y sólo la verdad, y las rodillas, talón de Aquiles moderno. Después de caerse de un patín del diablo y asfixiarse con unas galletas, como expresó otro comentarista: ''Con una colt de cine, sería capaz de dispararse en el pie".

No se sabe si reír o llorar cuando se piensa que un tipo elegido, de manera sospechosa, si no fraudulenta, a la cabeza de un imperio, puede decidir qué botón de exterminación masiva decide apoyar. Por fortuna existen también en esa democracia personajes como Moore, capaces de hacer reír y llorar, gracias a un simple documental. Es una suerte ver que un modesto director de cine pueda interpelar al hombre tan poderoso que reina en la Casa Blanca y ofrecerle un espejos para que se mire tal cual es, sin su ''derecho" de vida o de muerte sobre el resto del mundo.

Porque el documental de Michael Moore es un verdadero y simple llamado de atención. El del bufón que dice la verdad al rey haciéndolo reír. Pero el problema es cuando el rey es el bufón como en el caso del Ubú de Jarry. Y cuando la farse se vuelve realidad, como cuando la pesadilla sigue al despertarse, las cosas son más graves. Tal es hoy el problema, la enfermedad que puede ser epidémica, que los payasos olviden la escena para ganar el poder. Ayudados por gurús y sectas que los sacan del alcoholismo o la droga, ofreciéndoles el ''trabajito" del poder, pero sin poder ayudarlos a salir de su confusión entre los monstruos imaginarios del delirium tremens y la sencilla realidad de hombres y mujeres que no desean sino vivir en paz.

Ni modo, termino en serio. Pero hay cosas de las que ya no se puede reír.

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