La Jornada Semanal,   domingo 6 de junio  de 2004        núm. 483
Carlos Alfieri
entrevista con Alain de Botton

La ansiedad
por el status

Si alguna vez la persecución del éxito significó para Alain de Botton una presión angustiante, los hechos parecen indicar que consiguió apaciguarla desde muy joven. Este autor nacido en Zurich en 1969, educado en Suiza y en Gran Bretaña, donde se licenció en Historia en la Universidad de Cambridge, obtuvo renombre a sus veinticuatro años de edad años a raíz de la publicación de su obra Del amor, en la que convergían la novela y el ensayo filosófico. Su indiscutible habilidad para presentar de forma amena y sencilla una temática que oscila entre la literatura, la sociología y la filosofía convirtieron sus libros en envidiables bestsellers: Cómo cambiar tu vida con Proust (1998), Las consolaciones de la filosofía (2001) –que vendió más de medio millón de ejemplares sólo en el Reino Unido y fue la base de un programa de televisión que alcanzó enorme repercusión–, El arte de viajar (2002), entre otros. Recientemente ha aparecido en España su última obra, Ansiedad por el estatus (Taurus), en la que despliega sus armas reflexivas acerca de la angustia devoradora que desata en millones de seres humanos la búsqueda de la posición social más encumbrada, como medio para que el mundo se ponga a sus pies. En la siguiente entrevista, De Botton aborda algunos de los núcleos de este libro.

–En Ansiedad por el estatus usted señala que toda vida adulta tiene dos grandes historias de amor: la primera narra la búsqueda del amor sexual; la segunda, la del amor del mundo. ¿Cuál es más poderosa?

–Las dos son igualmente fuertes, pero la primera es, sin duda, la que dejó huellas más profundas en todas las manifestaciones de nuestra cultura, y muy particularmente a partir del romanticismo. En cambio, la búsqueda del amor del mundo es una historia casi secreta, que apenas cuenta con testimonios literarios o artísticos. No solemos hablar de ella, nos da un poco de vergüenza decir que también buscamos afecto por parte de la sociedad, respeto, incluso admiración. Confesarlo no está bien visto por nuestra cultura.

–Llevada a su máxima intensidad, ¿una búsqueda termina desbaratando a la otra?

–Me parece una idea interesante… En fin, existe un cierto grado de incompatibilidad entre ambos deseos; es raro, si no imposible, conseguir la plena satisfacción en los dos ámbitos. Lo ideal es poder combinar el amor individual con el amor de los otros.

–No me convence su interpretación de que la ansiedad por el status (entendido como la acumulación de riqueza) es la búsqueda del amor del mundo. ¿No sería más adecuado decir que lo que se persigue es el sometimiento del mundo?

–Lo que preguntaría es qué significa dominar. La mayoría de las veces lo que buscamos del sometido es no sólo el ejercicio del poder, el predominio de nuestra voluntad sobre la de él, sino también su amor. No buscamos el amor para tener poder: es exactamente al revés. Siempre es conmovedor comprobar cómo grandes y poderosos hombres, personajes temidos, en el fondo sólo buscan algo perfectamente básico: amor, respeto, ser tenidos en cuenta.

–Queda claro en su libro que los modelos sociales envidiables varían según las épocas, ambientes y culturas, pero habría que distinguir las diferentes clases de status. ¿Son equiparables la aspiración al máximo status científico o artístico y la persecución de la más alta posición económico-social?

–En cualquier sociedad no hay una idea clara de quién se merece mayor status. Para algunas personas las merecedoras son las mujeres embarazadas, para otras los artistas, o los científicos, o los deportistas. Sin embargo, creo que siempre hay un status que prevalece. En nuestra sociedad ese status lo otorga el dinero. Eso no significa que un poeta no pueda gozar de una posición relevante si ha escrito un libro extraordinario. Pero el status dominante es el económico.

–¿La ansiedad por el status es propiciada por unas sociedades más que por otras?

–Sí. Hay razones para pensar por qué la sociedad occidental moderna favorece mucho más que otras la ansiedad. Se debe a que promete que todos pueden alcanzar el éxito. Entonces, hasta cierto punto somos víctimas de las expectativas exageradas. Además, creemos que nuestras sociedades son justas y equitativas, con lo cual si fracasamos tendemos a pensar que es pura y exclusivamente por nuestra culpa. Antes siempre se podía echar la culpa a la Iglesia, a los padres, al rey, a cualquier poder real o imaginario. Ahora es muy difícil endosar la responsabilidad a otros o incluso invocar la mala suerte. Nos sentimos los únicos autores de nuestro éxito o de nuestro fracaso, lo que no significa que esa percepción sea correcta.

–¿La búsqueda del éxito social es en nuestra época el mecanismo de protección más utilizado contra la propia inseguridad?

–Quienes se sienten más vulnerables a la opinión de los otros son quienes más tienden a buscar el éxito para defenderse. Cuanta más confianza se siente por uno mismo menos importa lo que piensan los demás acerca de nosotros. Pero no debe constituir un problema escuchar lo que piensan los demás de uno; lo pernicioso es que se convierta en una obsesión.

–¿La publicidad es una de las actividades que más se alimentan de esa ansiedad por el status?

–Ciertamente. La labor verdadera de la publicidad es crear deseos. La función de un anuncio es recordarnos que nos falta algo, que no podemos sentirnos completos, que no podemos ser felices con lo que tenemos. La publicidad se considera verdaderamente eficaz sólo cuando consigue generarnos ansiedad por poseer el objeto o el servicio que promueve.

–O sea que la forma predominante de canalización de esa ansiedad es hoy el consumismo.

–Yo relativizaría la importancia que se asigna al consumismo en el cuadro de la ansiedad por el status. Actualmente una persona es respetada más por su ocupación profesional que por lo que tiene. Lo que predomina en la consideración de alguien es el lugar que ocupa en el ámbito económico, cuál es su trabajo. En algunos periodos de la historia lo primero que se le preguntaba a una persona recién conocida era por sus padres, para indagar la posición de éstos en la escala jerarquizada de la sociedad, que según sus normas se la transmitía a sus hijos. Hoy se le pregunta a qué se dedica. Porque podría tratarse de una persona extravagante que pese a su status elevadísimo no se caracterizara por el consumo de objetos presuntamente prestigiosos. Y eso no mermaría para nada el que fuera considerada un modelo admirable. Es más: por esnobismo, podría acrecentar su atracción.

–¿El arte y la literatura han sido con frecuencia subversivos al desenmascarar la banalidad de los criterios de éxito social o de objeto distinguido?

–Sí. Hay personajes de la ficción literaria que tienen en ella un alto status, pero que fuera de esa determinada novela, por ejemplo, ocuparían una posición muy baja –y hasta despreciable– en la sociedad. Al postularlos el escritor –o el pintor, o el director de cine– como modelos centrales de una historia, incita al receptor de su obra a que los mire de manera más desprejuiciada, a que descubra los aspectos que normalmente no se tienen en cuenta en la vida social. Así, una obra artística puede, modestamente, ayudarnos a cambiar los basamentos sobre los que, suponemos, se asienta el status. Es mérito del escritor, del artista en general, revelar la importancia de personas o de cosas que en la sociedad no son apreciadas. Y de esta manera pone en cuestión cuáles son los valores que determinan el prestigio social.