.
Primera y Contraportada
Editorial
Opinión
El Correo Ilustrado
Política
Economía
Mundo
Estados
Migración
Capital
Sociedad y Justicia
Cultura
Espectáculos
Deportes
Fotografía
Cartones
CineGuía
Suplementos
Perfiles
La Jornada en tu PALM
La Jornada sin Fronteras
La Jornada de Oriente
La Jornada Morelos
Librería
Correo electrónico
Búsquedas
Suscripciones
C U L T U R A
..

México D.F. Domingo 13 de junio de 2004

Bárbara Jacobs

Felices los huérfanos

La forma en que Natalia Ginzburg ideó su autobiografía no deja de ser original y eficaz. Léxico familiar se edifica a partir de las frases que decían y repetían los padres, los amigos, los sirvientes, la gente de circunstancia. En su presentación Natalia asegura que, aparte de que todos los nombres y hechos que constituirán su libro son reales y están, en mayor o menor medida, relacionados con su familia y con ella misma, ella no hablará de sí misma, cosa que es una aspiración nacida sin duda de la modestia pero afortunadamente inalcanzable. Si de cualquier forma el autor/narrador habla de otros, y si estos otros fueron quienes rodearon su vida, es más que natural que al hacerlo represente lo que lo vincula con los demás.

Me sorprende el tono maestro desapegado con que la narración transcurre de principio a fin a pesar de estar básicamente situada en los años de la Segunda Guerra Mundial. Al final, Ginzburg habla de cómo el miedo que experimentaron quienes vivieron la guerra debió haber concluido tras el armisticio y el triunfo de los aliados, pero que esto no fue así, sino que aumentó, porque la gente había aprendido lo que podrían volver a padecer. La guerra los enfrentó a un horror que antes de los hechos no creían posible, y que después de ellos no los abandonaría y los haría sucumbir a él ante la menor amenaza.

El relato tiene lugar en Italia, país tan dotado de buen aire que sigo creyendo que Mussolini no fue sino un engañado que se desengañó demasiado tarde. La familia de Natalia Ginzburg, Levi de nacimiento, era lo que hoy se llama mixta o intercultural, pues el padre, científico de prestigio, era judío; mientras que la madre, la mamma italiana inconfundible, era católica. Tanto los padres como los hijos, dos mujeres y tres hombres, eran de izquierda y llevaron una vida familiar normal, rodeada de científicos que visitaban al padre y luego a los hijos; "normal" como se entendería en el ambiente mediterráneo: puertas abiertas; pleitos constantes e invariablemente intrascendentes. La vida y la guerra separa a la familia y llega el momento en que, cuando la madre o el padre o alguno de los hijos ve a otro de ellos, en otra ciudad, en otro ambiente, y le pregunta por qué, cuando entre ellos se ven, ya casi no se hablan, contestan: "Ya no tenemos nada que decirnos".

El padre, algunos de los amigos, el esposo de Natalia, Leone Ginzburg, pasan temporadas en "confinamiento", en cárceles, en la clandestinidad. Unos son más activos que otros; Leone muere en prisión. Antes hicieron alpinismo; idearon "poemas"; repitieron las frases que los caracterizarían. El ejemplo que más me divierte en este sentido es el del tío al que llamaban El Demente porque era siquiatra y solía decir: "Felices los huérfanos", pues según él muchos locos lo están por culpa de sus padres.

Natalia, que entró a trabajar en Einaudi, con Leone y con Pavese, llega a compenetrarse a tal grado con la gente de la editorial, con los cafés en los que se reunían, que cuando, muerto Leone y ella vuelta a casar, se va a Roma con sus hijos Ginzburg, encuentra intolerable trabajar en la casa Einaudi de Roma. A diferencia de Pavese, al que todo le "importaba un bledo", Natalia estaba apegada a su pasado.

Natalia Ginzburg se proponía ser buena ama de casa. Para demostrárselo, apartaba en un cesto la ropa que debía coser; pero no tardaba en dejar de lado el asunto "para más tarde". "ƑPara qué te vas a Roma si no sabes coser?", argumentaba su madre, con quien Natalia y sus niños, muerto Leone, habían vuelto a vivir. La madre le reclamaba que se llevara a los niños. "Me dejas sin mis hijos"; suplicaba; "Tus nietos", la corregía Natalia.

Un momento glorioso de la familia tuvo lugar cuando los comunistas invitaron al padre a que interviniera en un mitin del Frente Popular, y él, científico al fin, no bien tomó la palabra ante un tupido auditorio cuando empezó a hablar de ciencia, "que es la búsqueda de la verdad". Refirió, por enésima vez, la ocasión en que se metió en el cráneo de una ballena en busca de sus ganglios cerebroespinales, aventura de la que salió defraudado, la ropa hediendo a sangre del mamífero. La sala, en completo silencio, se notaba inquieta y desconcertada. Y no fue hasta que el orador comparó a Mussolini con un "asno" que el público en pleno se vino abajo en aplausos.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año
La Jornada
en tu palm
La Jornada
Coordinación de Sistemas
Av. Cuauhtémoc 1236
Col. Santa Cruz Atoyac
delegación Benito Juárez
México D.F. C.P. 03310
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Email
La Jornada
Coordinación de Publicidad
Av. Cuauhtémoc 1236 Col. Santa Cruz Atoyac
México D.F. C.P. 03310

Informes y Ventas:
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Extensiones 4329 y 4110
Email