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México D.F. Miércoles 16 de junio de 2004

Luis Linares Zapata

Manipuleo social

De nueva cuenta la sociedad ha quedado atrapada en una tupida red de intereses de sus dirigentes, presentados, a la vieja usanza retórica, como los de ella misma. Ya sea porque tales sujetos pretenden adueñarse de mayores recursos pensionarios para fortalecer, aún más, sus instituciones financieras o porque riñen, con el uso y desuso de las leyes, para derrotar por anticipado a los rivales que les parecen incómodos para 2006. En el intervalo de esos forcejeos han alentado una intensa campaña que lleva a niveles de histeria colectiva un problema que aqueja y golpea a un grupo específico de la población: el secuestro.

Los medios electrónicos han recogido la señal de alerta y repercuten, con ánimo ejemplar, todas y cada una de esas problemáticas yéndose hasta el ínfimo detalle, ya sea porque los asuntos entran en la esfera de las preocupaciones de los concesionarios o, también, porque los conductores se les unen en su afán, dicen y sostienen con ciertos argumentos, de responder a las pulsaciones de la misma sociedad. Al menos, puede alegarse a favor de estos últimos lo que algunos pueden extraer de ellas. No se excluyen, claro está, otras motivaciones un tanto menos rigurosas y sí más íntimas como la imitación, la competencia, la rivalidad o, más aún, la complicidad, la soterrada coincidencia ideológica que no se confiesa, las debilidades, la falta de información o la franca tontería. Cierto es que la fallida intervención del secretario de Gobierno del Distrito Federal, Alejandro Encinas, dio pábulo para la crítica razonada sobre el sectarismo implícito en su denuncia e interpretación sesgada de hechos, pero de ahí se pasó con extrema facilidad al abuso, el traslado conceptual indebido y la franca burla.

Encinas habló, en preciso, de una campaña de opositores partidarios que, aprovechando un fenómeno real de delincuencia, pretendían canalizarlo, en particular, contra el jefe de Gobierno de la ciudad para mermar su capacidad como futuro candidato. Pero entre agrandar la denuncia de una campaña de opositores partidarios a conceptos tales como conspiración o complot hay un enorme trecho que huele a manipulación, al menos en el terreno de la lingüística, pues Encinas nunca mencionó tales términos. La reincidencia cotidiana, cansina, de un supuesto complot como eje de las críticas que hacen numerosos medios, que dicen sentirse ofendidos por el maldicho de Encinas, refleja un ánimo inquisitorial, soberbio, casi inapelable, que se confunde y entremezcla con las intenciones arriba denunciadas de dirigentes económicos y políticos. Tal actitud de los medios en esto implicados no es gratuita ni alejada por completo de lo que sucede en la actualidad del país, sino inmersa en ese deseado, rico, profundo, agitado océano que es la lucha por el poder.

Hay, en efecto, una repetida denuncia, que parte del mismo López Obrador, sobre la existencia de un complot en su contra que mezcla a personas e instituciones de distinto pelaje. Ello ha quedado más que dibujado en las andanzas del sobornador Ahumada y sus conexiones ya tan conocidas como documentadas. Pero lo más sorprendente, para nada azaroso, es la cadena de sucesos que se han desencadenado y sucedido, y que, como referente común, han tenido al jefe de Gobierno del Distrito Federal.

Los recientes pormenores del caso El Encino ponen en evidencia que la oficiosa y tergiversada intervención de la PGR, la cual culmina con la solicitud de desafuero, es muestra palpable de la conspiración que intenta sacar a López Obrador de la contienda por la Presidencia utilizando los vericuetos y las interpretaciones sesgadas de la ley.

Pero quizá la pieza que mayores intereses conjuga sea la que se viene fraguando, después de aterrorizar al país durante el tiempo necesario para doblar su voluntad e imponer su interesada visión de verdad, y que tiene que ver con el caótico sistema de pensiones para el retiro en ciertos segmentos del sector público. Para ello se predicen quiebras inminentes, catástrofes financieras a la vuelta de la esquina, anunciadas por aquellos sedicentes preocupados por los compromisos que adquirieron gobiernos anteriores con (según sus dichos) sindicatos venales, irresponsables, ignorantes y abusivos; han hecho bien las cuentas y contabilizan pasivos enormes para darles solución inmediata. Llegan a mencionar cantidades estratosféricas: 125 por ciento del PIB, ocho Fobaproas, registrados como compromisos ya adquiridos, inescapables.

La salida, dicen insuflados de sabiduría, está a la mano y no hay que desesperarse. Con sólo cambiar las leyes y luego depositar tan pesada encomienda en los amplios, eficientes hombros de los banqueros extranjeros, y los pocos nacionales que andan por allí, para que administren, ahora en su provecho también, los fondos para el retiro de todos los trabajadores mexicanos, está la solución a tan complejo problema. Mientras, se regodean en continuar con pronósticos de tragedias, necedades ininteligibles e intransigencias de líderes. Tal como aquellas que anunciara el ínclito y atildado Luis Téllez, entonces preferido secretario de Zedillo que pronosticaba, con datos inflados y cínico desparpajo, que habría para 2000 un caos eléctrico de no entregar el sector a las trasnacionales de la energía. Ahora tal ex funcionario es un empleado de empresa extranjera, una de las que hubieran sido beneficiarias directas de la ansiada reforma eléctrica.

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