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México D.F. Jueves 17 de junio de 2004

Soledad Loaeza

Víctimas

Muchas víctimas ha habido a lo largo de la historia de México. Muchas víctimas sigue habiendo todos los días. Pero hay de víctimas a víctimas: no es lo mismo ser blanco de ataque de un adversario político, condición enteramente natural entre los participantes en la lucha por el poder, que ser sometido a la impotencia a punta de pistola y morir asesinado a manos de un asaltante. Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador pretende minimizar la gravedad de los crímenes que se cometen en la ciudad de México y descalificar a quienes los denuncian, como si la vida de los habitantes del Distrito Federal fuera un asunto menor ante lo que para él parece ser un pecado de gran enormidad: la movilización de la protesta contra la incompetencia de su gobierno en materia de seguridad pública.

Existe una diferencia crucial entre un político que se dice víctima de la maldad de sus enemigos, y ciudadanos que como Lizbeth Salinas o Vicente y Sebastián Gutiérrez Moreno mueren asesinados por asaltantes. López Obrador está mucho mejor preparado para defenderse que estas recientes víctimas de la violencia en la ciudad, jóvenes que como muchos otros ciudadanos sufren inermes agravios traumatizantes, y no simples cuchufletas como de las que se queja ahora el jefe de Gobierno.

López Obrador se ha presentado ante la opinión como una víctima, pero a diferencia de las víctimas de a de veras, olvida que está en una posición de poder, que cuenta con el apoyo de su partido, de simpatizantes, de periodistas, de clientelas que moviliza cuando lo necesita para proteger sus ambiciones personales. Tiene recursos y dineros para defenderse y los utiliza. No está manco y tampoco lo hemos visto reducido a la inmovilidad que produce el terror, no se le ve en la impotencia a la que son sometidos los ciudadanos comunes y silvestres que salen a trabajar todos los días y que enfrentan asaltantes violentos, sin más armas para defender su vida que sus ruegos o sus oraciones.

Supongamos que efectivamente "las fuerzas oscuras de la derecha" se reunieron para conspirar en contra de Andrés Manuel López Obrador, con el propósito de desacreditarlo y frenar su ascendente carrera hacia el poder federal. El jefe de Gobierno tendría que reconocer que la corrupción en la administración capitalina y la inseguridad que se vive en la ciudad de México le proporcionaron a los supuestos conspiradores armas poderosísimas en contra de su víctima, el pobre Andrés Manuel, pero ellos no construyeron esas armas, ni siquiera las diseñaron. En todo caso las utilizaron, porque estaban a disposición del mejor postor y porque de eso se trata la competencia por el poder: de exhibir los errores y las debilidades del contrincante. No obstante, disculpe usted, ése no es un problema de interés nacional, ni siquiera debería afectar la vida cotidiana de los capitalinos, a menos de que la mentada conspiración estuviera detrás de los crímenes que en las últimas semanas han cimbrado la conciencia de los habitantes de la ciudad. Hasta allí no hemos llegado; pero poco falta para que una persona tan razonable como Alejandro Encinas, lo era hasta hace unos días, identifique a los asesinos de Lizbeth Salinas y de los hermanos Gutiérrez Moreno con una filiación política de oposición.

Supongamos otra vez que la conspiración de las fuerzas oscuras de la derecha en contra de Andrés Manuel López Obrador existe. De ser así, se trata de un asunto con el que tienen que lidiar López Obrador y su partido, pero ése no es el problema político fundamental del Distrito Federal, mucho menos del país. En cambio, la seguridad pública nos afecta a todos y puede convertirse en un problema de amplias y graves repercusiones si no se resuelve. En lugar de atender los asuntos más urgentes de una ciudad cuyos equilibrios urbanos son tan frágiles, en vez de diseñar mecanismos y soluciones para atacar el problema de la seguridad, mejorar el sistema de iluminación -una de las primeras medidas de Giuliani en Nueva York-, barrer las calles -una de las segundas medidas de Giuliani en Nueva York-, ampliar las líneas del metro, o destruir las horrorosas pirámides de la Reforma, estamos ocupadísimos discutiendo las penas de López Obrador. Subordinamos lo de más, nuestra seguridad, a lo de menos, su carrera política.

La historia enseña que el orden y la seguridad públicas son temas que galvanizan a la derecha y a la extrema derecha; pero la responsabilidad de la radicalización y el crecimiento de estas fuerzas recae siempre en los gobiernos que por oportunismo o por temor no aplicaron la ley y permitieron que el monopolio legítimo de la violencia se les escapara de las manos. Cuando algo así ocurre, el número de víctimas en una sociedad se multiplica en forma exponencial, pero ni siquiera así serían todas iguales.

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