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México D.F. Jueves 17 de junio de 2004

Adolfo Sánchez Rebolledo

Una señal para todos

Tras la victoria de los Pumas, la afición, el país, vuelven a la normalidad, es decir, al tedio causado por tantos disparates políticos. No haré sociología de transistores, pero los más sorprendente del fenómeno mediático del domingo es el azoro de los analistas (entre los que me incluyo) ante el frenesí de las masas inmersas en el espectáculo. Nadie se esperaba algo semejante en cuanto a niveles de audiencia, pues fueron de los más altos en la historia de la televisión; tampoco podía imaginarse el entusiasmo en torno al equipo universitario. ƑAmor al deporte o manipulación mediática, o ambas? Dicen que dicha explosión sirvió como una especie de válvula de seguridad para los dañinos vapores acumulados en la atmósfera nacional en los meses recientes. Puede ser, pues la sociedad global prefiere buscar en los giros del balón ciertas emociones que la realidad cotidiana le niega, un escape indoloro e instantáneo al temor al futuro, la violencia y la inseguridad. Y, desde luego, está el gusto por el juego, esa dimensión lúdica que se extingue de nuestras vidas posmodernas y trata de huir de la manipulación de que es objeto.

Como quiera que sea, la final del futbol mexicano envió una señal de alerta a la clase política y sus socios empresariales para despertarlos del ensimismamiento en el que viven.

Al cabo de tres largos y complicados años de alternancia, la población -comenzando por las clases medias que dieron su voto al foxismo- se mueven entre el desencanto y la irritación. En cierta forma, las esperanzas depositadas en el cambio de gobernantes se han frustrado y, lo peor, este malestar se extiende hacia la democracia como tal.

Una lección: la democracia es necesaria, pero no suficiente, sobre todo cuando se trata de una realidad social como la nuestra, tan desgastada por años de crisis. Y no me refiero, por supuesto, a la economía, a las consecuencias sin saldar del ajuste estructural y la reinserción en el mercado global, sino también al desastre educativo y cultural que reduce al mínimo las potencialidades de una población en ascenso, pero sin empleo, con escasa capacitación laboral, pero moldeable a la necesidades del mercado político local del que los medios sacan significativa tajada. Este retraso en la formación de una cultura política democrática no se define exclusivamente por el predominio de las actitudes autoritarias del pasado, que no volverá, sino por la ausencia de un entramado solvente de creencias e instituciones acorde con las necesidades actuales.

En las circunstancias de México, dada la polarización y la desigualdad, es imposible apelar al funcionamiento, por así decir, espontáneo del sistema político. Se requieren reformas al régimen, desde luego, pero hace falta que al frente del Estado esté un gobierno con visión estratégica, de conjunto, capaz de discernir entre los pequeños conflictos de intereses que se dan todos los días y las cuestiones de fondo sobre las cuales los mandatarios no deben improvisar. Todavía en la actualidad, los partidos políticos actúan como si su misión no fuera otra que destruir a sus adversarios. Todas las previsiones políticas se toman pensando en la victorias absolutas, aunque la realidad demuestre que eso será imposible por un buen rato. Ese es el verdadero fondo de la crisis de los videos y la corrupción: el deseo de quitar de en medio, mediante un descontón, al adversario.

Un gobierno democrático no permitiría que en nombre de la aplicación del derecho en asuntos importantes, pero de poca monta, se rompiera el acuerdo virtual entre las principales fuerzas políticas, con grave riesgo para la estabilidad. Al menos se impondría la tarea de dialogar con los más renuentes o contrarios a sus dictados, es decir, haría un esfuerzo supremo para evitar que las cosas volvieran al cauce contaminado de otros tiempos. Pero eso no ocurre. En vez de eso, impera la filosofía del "y yo por qué", la apuesta mediática, la política por encuestas, la lectura interesada de la ley, el formalismo de creer que un candado jurídico puede anular o suprimir a fuerzas que son reales, cuya existencia no depende del gobierno en turno..

Es verdad que existe una responsabilidad compartida por todos los actores políticos, pero dadas nuestras tradiciones y el funcionamiento institucional, es al Presidente de la República a quien toca llevar la batuta, aunque no sea suya la música que los demás ejecuten. Pero en la superficie no se ven más que torpezas y descalificaciones mutuas, la crispación in crescendo de la ciudadanía.

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