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México D.F. Jueves 17 de junio de 2004

Olga Harmony

De Puerta de las Américas y colofón

En tanto se conocen los resultados de esta segunda edición de Puerta de las Américas, el proyecto a largo plazo para internacionalizar a nuestro teatro, y acerca del cual las opiniones del gremio están divididas, habría que hablar de dos espectáculos de otros tantos países latinoamericanos -y un tercero, que se presentó gracias a la estadía en México del grupo argentino El Patrón Vázquez- que fueron atraídos al mercado artístico del Programa, aunque no pude ver la escenificación costarricense. De Bolivia llegó Teatro de los Andes, grupo fundado en 1991 con la intención de fusionar las formas teatrales occidentales con lo propio de la cultura andina, como su música y su folclor, y dirigida por César Brie, en constante búsqueda de públicos nuevos. Los bolivianos -que trabajan en un teatro granja cerca de Sucre- trajeron Frágil, de César Brie y María Teresa Dal Pero en que se integran textos de Paola Massino, Boris Vian y Stefano Del Bianco, la historia de una niña rebelde, su familia, el amor al abuelo muerto y el funeral de su infancia, descritos en escenas que llevan un epígrafe cada una -según la edición del mismo grupo. Al final, Lucía queda como la adolescente desconcertada y llena de preguntas a la que el trayecto que le vimos la ha conducido. Tanto obra como escenificación juegan con metáforas y sobre todos los buenos actores sobresale la espléndida María Teresa Dal Pero, actriz de grandes recursos y una voz de ricas tonalidades en habla y en canto.

El Patrón Vázquez presentó la laureada La estupidez, parte de una heptalogía que Rafael Spregelburd escribe a partir de Jerónimo Bosch, el Bosco, con su Rueda de los Pecados Capitales, tablero para ser expuesto en una mesa. Como dice el gracioso periódico Revolución 1500 del Centro Cultural Helénico -que a su vez toma los datos del prólogo del propio Spregelburd a su Heptalogía de Hieronymus Bosc- así como el pintor flamenco muestra el resquebrajamiento de la era medieval, el dramaturgo argentino escribe -con gran ironía, añado yo- acerca del fin de la Modernidad y el pasmo que esto produce en todas partes, reducidos los pecados a otro tipo de categorías morales. La estupidez cuenta varias historias simultáneas en cuatro cuartos de hotel de Las Vegas representado por una misma escenografía -lo que habla de la uniformidad cultural a que se está condenado-, en el que entran y salen cinco actores (Héctor Díaz, Andrea Garrote, Mónica Raiola, el propio Rafael Spregelburd y Alberto Sánchez) encarnando a gran variedad de personajes. Con un ritmo vertiginoso, se nos cuentan los hilarantes avatares de unos ladrones de un cuadro que intentan vender a diversas personas, de un grupo de apostadores con una fórmula infalible, de tres policías corruptos, dos de ellos gay, y de un padre extorsionado por la mafia en su hijo deudor. Cuando parece que la obra se convertirá en algo profundo y metafísico acerca del tiempo y el espacio, se resuelve con una sandez, como finalmente corrupción y avaricia se convierten en pura estupidez.

Aprovechando la estancia de este grupo, el titular del Teatro Helénico, Luis Mario Moncada, lo invitó a presentar La modestia, parte de la misma Heptalogía que ya se había representado en Guadalajara. En esta se nos hace ver el pecado que podría ser la modestia, en la que los seres humanos se minimizan a sí mismos y que en realidad podría traducirse como soberbia. Dos historias, también narradas en un mismo espacio -una sala muy convencional- diferentes en tiempos y con los cuatro actores del reparto anterior -excepto el dramaturgo y director- en dos papeles cada uno, ilustran el tema. Una de ellas, la del escritor tísico y la novela nunca escrita por él, sino por su fallecido suegro y por la esposa que intenta que el médico refugiado (se supone que transcurre en la frontera de Trieste ocupada en 1945 por Yugoslavia) y su mujer, que intentan vender el manuscrito es perfectamente entendible en esta intencionalidad, con su hálito melodramático de sacrificios. En cambio, la otra, contemporánea, que muestra a un marido infiel, a su tonta mujer obsesionada por la historia de los coreanos, a una divorciada en pleito con el marido y a un joven abogado que, junto con el hombre mayor se ve envuelto en modestos negocios sucios, resulta menos clara. A menos de que los coreanos nunca vistos sean los que muestren esa pecaminosa modestia.

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