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México D.F. Sábado 19 de junio de 2004

Mentiría quien diga que no le gusta robar, afirma ante su esposa y le pide perdón

"Quiero ver a Salinas en el banquillo de los acusados", clama La Quina

FABIOLA MARTINEZ ENVIADA

Ciudad Madero, Tamps., 18 de junio. Al fondo del pequeño auditorio municipal Américo Villarreal, el ex dirigente petrolero Joaquín Hernández Galicia, La Quina, habla frente a unos 300 jubilados de la sección 1 de este gremio, bastión del poder político y económico que ejerció hasta el 10 de enero de 1989, día en que fue encarcelado por orden del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.

A 15 años del quinazo, informa que "por fin" se ha iniciado un proceso en contra del ex mandatario en la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp). "Quiero ver a ese hombre sentado en el banquillo de los acusados", apunta.

Para La Quina llegó el momento de las demandas -"sin odio, venganza ni rencor"-, pero también es tiempo de los recuentos. Como quien trata de expiar todas sus culpas, afirma que en el transcurso de las décadas en que acumuló, desde la cúpula sindical, poder sin límites, fue un "constructor", pero admite: "tuve líderes a mi lado con vicios y pasiones criminales".

Repite: "Es tiempo de dominar mis pasiones y defectos (...) de aceptar que sólo Dios es perfecto". Ya encarrerado, ante la concurrencia, pide también perdón a su esposa, Carmelita, siempre a su lado. "Mal haría quien diga que no tiene vicios, mentiría quien diga que no le gusta robar o que no le gustan las mujeres. Ante ti reconozco que he cometido muchos errores. Te pido perdón".

Luego, como si su declive y encarcelamiento de nueve años en el Reclusorio Oriente (acusado de homicidio calificado y acopio de armas de uso exclusivo del Ejército) y posterior arraigo de casi tres años en Cuernavaca no hubieran ocurrido, este hombre se planta, habla alto frente a los suyos; manotea, grita y emite un largo discurso de casi dos horas, lapso en el que los petroleros más viejos no se mueven de su lugar, todos escuchan atentos cada una de las instrucciones de su "líder", quien lo mismo se da tiempo para arengar a sus favoritos en la contienda política local que machaca el recuento de todo lo que hizo por el gremio.

Un "rebelde"

Sin pudor, habla en primera persona; refuerza las anécdotas del viejo priísmo: "Yo era un rebelde dentro del PRI. Nunca acepté a Manuel Cavazos Lerma ni a Salinas de Gortari. Yo, con la fuerza sindical, vetaba a los que no me agradaban. Me negué a dar mi aval para que expulsaran a Cuauhtémoc Cárdenas y a Porfirio Muñoz Ledo. Yo, cuando consideraba que el dedazo del Presidente o del gobernador no era el correcto, lo rechazaba tajantemente. Yo me pelié con los presidentes, por eso fueron los pleitos..."

Quien fuera ejemplo del cacicazgo sindical, "el todopoderoso" al mando de 350 mil trabajadores y uno de los principales contratistas de Petróleos Mexicanos (Pemex), su patrón, es ahora un hombre de 82 años al que sólo le queda luchar por su honor. "Sería hipócrita si dijera que ya perdoné", afirma después, en entrevista. "Ahora me mueve la indignación y no descansaré hasta que ese señor -así llama a Salinas de Gortari- responda por todo lo que hizo a los petroleros".

En la argumentación de la demanda, interpuesta ante la Femospp, de la Procuraduría General de la República (PGR), el pasado 12 de mayo, repite la lista de lo que él y sus allegados asumen como virtudes. Detalla aprisa, pero con un discurso que pareciera aprendido exactamente de memoria, palabra por palabra, idea por idea, la forma en que logró el enriquecimiento del sindicato petrolero -una de las principales organizaciones obreras del país- a partir de una política "nacionalista y humanista".

"¿Por qué digo que nuestras ideas eran nacionalistas? Porque como miembros de un sindicato nos constituimos en fieles guardianes para cuidar el patrimonio de todos los mexicanos, que es el petróleo."

Va más allá: "Nos mueve el deseo de demostrar a todo el pueblo de México que Joaquín Hernández Galicia y su grupo fueron perseguidos como delincuentes. No es justo que muramos con la vergüenza de aparecer como responsables de delitos que nunca cometimos y que gracias a la miseria humana y la avaricia de quienes detentaban el poder, fuimos ferozmente exterminados como grupo social".

Con este último argumento él y su abogado Roberto Olguín Pérez sustentan la demanda ante la fiscalía: genocidio, privación ilegal de la libertad en contra de 40 personas. No hubo -según comprobó en su proceso- juicio previo ante juez competente; tampoco existió orden de aprehensión ni de cateo. En cambio, sí existió ese 10 de enero de 1989 "uso brutal de la fuerza pública, por medio de elementos del Ejército Mexicano".

En nuestro perjuicio, subraya, se cometieron graves delitos como abuso de autoridad, tortura, falsedad en declaraciones judiciales y fuimos perseguidos "no por haber sido delincuentes, sino para exterminar nuestras ideas revolucionarias y nacionalistas que profesábamos en esa época".

Por lo pronto, Hernández Galicia, colocado al frente de la Coalición Nacional de Trabajadores Petroleros, dice confiar en la imparcialidad de la PGR.

"¡Tengo que confiar! ¡No fui consignado por rata ni por matón!", expresa ante el júbilo desbordado de los que, parece, serán sus seguidores hasta el último de sus días. "¡Arriba La Quina y doña Carmelita!", grita una mujer desde las gradas del auditorio.

El agradece. Aprovecha para repetir que fue constructor de grandes obras: "¡Se las quitaba a esos rateros pendejos para dárselas a ustedes, el pueblo! (...) Ahora no tengo ni un mísero terreno, más que mi Pulguita (rancho a las afueras de este municipio) y la casa de San Luis 106 (la misma del quinazo)". Ese inmueble es ahora de una de sus hijas. La heredó en vida pensando que sólo muerto saldría del reclusorio. Ahí ocupa, junto con su esposa, dos cuartos atiborrados de fotografías y recuerdos familiares.

-¿De qué vive ahora, señor?

-De la venta de un terreno que compré en los años 50. Por el último pedazo que vendí me dieron 8 millones de pesos. De ahí me mantiene mi mujer -responde.

La asamblea de jubilados sigue. Mañana será elegido el nuevo representante del "grupo". La Quina sigue hablando. Arenga como en los multitudinarios actos que describe en sus memorias. Sólo que ahora es ante algunas decenas de petroleros retirados, en un galerón en el que ocho ventiladores son insuficientes para apaciguar el bochorno del intenso verano tamaulipeco.

Fluyen las anécdotas. "Yo le dije a Miguel de la Madrid que si se hundía Pemex se hundía él y nos hundíamos todos... Yo no alenté a Cárdenas en la carrera presidencial... Yo no publiqué este libro (Un asesino en la Presidencia, escrito por José Luis González, oriundo de Ciudad Madero). Si lo hubiera hecho, con mi fuerza moral y económica, a mí no me habrían quitado ni un solo ejemplar. Ese fue el pretexto del ataque", cuenta. Al lado del ex dirigente se ve un viejo retrato suyo, pintado al óleo, de los tiempos del poder. Luego, más anécdotas, más recuerdos, pura nostalgia...

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