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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 1 de julio de 2004

Martí Batres Guadarrama

Inseguridad: los límites de la mano dura

Luiz Inacio Lula da Silva tiene una frase hermosa para definir el drama de su país, acaso también el nuestro: "En Brasil nadie puede dormir: la mitad de la población no puede dormir porque tiene hambre, y la otra mitad no puede dormir porque tiene miedo a los que tienen hambre".

Podemos decir que el pasado domingo marcharon en las calles de la ciudad de México los que tienen miedo a los que tienen hambre. En su mayoría, ciudadanos de buena fe de clase media y media alta, afectados en sus bienes por la delincuencia, acudieron a solidarizarse con las víctimas del delito y a hacer pública su propia indignación contra la inseguridad. Rebasaron a unos organizadores que ciertamente pretendían orientar la movilización contra el gobierno capitalino. Pero el mensaje ideológico de la manifestación se orientó más hacia la visión conservadora. El reclamo fue: más policía, más penas, más cárcel. Había peticiones de pena de muerte y cadena perpetua incluso. Pero no había mantas que exigieran empleo, salario, educación, protección social. La única manta que responsabilizaba al neoliberalismo de la falta de empleo y, por ende, de la inseguridad, fue destruida por los organizadores de esa manifestación con el argumento de que "politizaba". La supuesta despolitización de la marcha afianzó paradójicamente la orientación ideológica predominante en la misma.

Y no es que los asistentes a esa movilización tuvieran definida una postura ideológica o doctrinaria de derecha necesariamente, pero sí se impuso la línea que la televisión envió: atacar con mano dura los efectos de la delincuencia sin considerar las causas.

Ciertamente una política de seguridad pública tiene que atacar los efectos forzosamente, endurecer diversas penas, atacar impunidad, castigar con eficacia al infractor, encarcelar a quien sea peligroso para la comunidad, desarticular bandas, acrecentar la presencia policiaca, acudir a nuevos instrumentos tecnológicos para la vigilancia.

De hecho se sabe que en la ciudad de México han aumentado las remisiones de delincuentes ante el Ministerio Público, las consignaciones ante jueces, las sentencias condenatorias y las personas presas. También se han reformado los ordenamientos penales para limitar la libertad bajo fianza y restringir las libertades anticipadas, para castigar con mayor severidad delitos culposos como posesión de autos robados. De igual manera se construyeron dos reclusorios nuevos. Asimismo se premia económicamente a elementos de las policías preventiva y judiciales que logran detener delincuentes.

Todas estas acciones que atacan los efectos han tenido sus resultados y se han visto reforzadas por los programas de carácter social del gobierno de la ciudad, particularmente la construcción de preparatorias, las becas para madres solteras, las acciones de vivienda de interés social, los créditos para microindustria o autoempleo y el programa de tutores para jóvenes en situación de riesgo. Así por ejemplo, de 165 vehículos robados al día en 1997 se disminuyó la cifra a 125 en el año 2000, 95 para 2003 y a 85 vehículos robados al día en lo que va de 2004.

La Canaco de la ciudad de México señala en su encuesta trimestral una disminución del robo a comercio establecido que va de 34 por ciento en 1998 a 6.5 por ciento en 2003. Las propias cifras del gobierno federal señalan que la incidencia delictiva disminuyó en el Distrito Federal de 2003 a 2004 pasando de seis delitos por cada 100 mil habitantes a 5.6 delitos.

Sin embargo, este esfuerzo tiene límites naturales. Hace 10 años, en 1994, había en todo el sistema penitenciario capitalino 8 mil presos, en 1997 pasamos a 13 mil, en 2000 a 21 mil, en 2003 a 24 mil y en lo que va de 2004 a 26 mil 500 internos. El dato es contundente: en 10 años el número de presos se ha más que triplicado. Tan sólo el Reclusorio Norte del Distrito Federal tiene hoy tantos presos como los que había en los 10 centros de reclusión hace una década.

Esto quiere decir que la autoridad sí ha encarcelado a miles y miles de delincuentes. Pero surgen nuevas generaciones delincuenciales en un fermento en el que los jóvenes no encuentran empleo ni escuela y son expulsados de sus familias.

Se pueden tener logros parciales, pero si no cambia el modelo económico social nunca se terminará con el problema de la inseguridad, por más que se endurezcan las penas y más delincuentes sean encarcelados. El tema de la inseguridad se convirtió en tema central de la agenda nacional, šy mundial!, con la llegada del neoliberalismo. El gran repunte de la inseguridad en México comienza en los dos últimos años del sexenio de Salinas. El neoliberalismo destruyó los amortiguadores sociales, las instituciones de protección, el empleo duradero, debilitó la escuela pública y la cohesión familiar. La inseguridad es la mejor muestra del fracaso neoliberal. Por eso la mejor solución, la única de fondo, es cambiar el modelo económico y social.

A la televisión le interesaba mucho "despolitizar" el tema y plantearse como la representación del ciudadano químicamente puro contra el político malvado porque esa supuesta despolitización impide reflexionar sobre el fondo económico y social del problema, ubicar a los responsables de la situación actual y tocar a aquellos cuyos privilegios se han convertido en parte del problema de inseguridad. Desde la televisión se hace política, se dan líneas ideológicas, se convoca a acciones, se estigmatiza a gobiernos, se oculta a responsables con el objetivo de que se aplique una política de seguridad que sólo consista en más mano dura, manteniendo el actual modelo económico.

Por el bien de todos, más vale que además de endurecer las medidas contra la delincuencia se suelte ya el crédito, se genere empleo, se paguen mejores salarios, porque si no se hace no se resolverá el problema que a todos nos quita el sueño. Los que tienen hambre también salen a marchar, y aun cuando sus manifestaciones no son promovidas por la televisión, también deben ser escuchados.

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