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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 1 de julio de 2004

Octavio Rodríguez Araujo

Bajos instintos y demagogos

Los más bajos instintos han sido despertados en amplios sectores de la población que creen que a mayores penas menor cantidad de delitos. De golpe hay quienes quieren regresar al siglo XVIII y anteriores, cuando la gente se aglomeraba en torno del patíbulo para disfrutar la ejecución del delincuente en la plaza principal. El espectáculo podía consistir en cortarle la cabeza, con hacha, machete o guillotina al transgresor; ahorcarlo, prenderle fuego estando todavía con vida, sumergirlo en brea en punto de ebullición, y otras lindezas que años más tarde continuaron los defensores de la pena de muerte mediante la silla eléctrica, envenenamiento por gases o inyección letal en países que se han autocalificado de civilizados.

Ya demostré en un artículo anterior ("Inseguridad y penas", 24/6/04) que en ningún país se ha comprobado que a mayores penas, incluida la muerte, menor número de delitos, y que en los países de Europa occidental, mucho más civilizados que Estados Unidos, se abolió la pena de muerte desde 1983, y que en ese continente hay menos delitos de sangre que en la patria de Mickey Mouse. No repetiré aquí esa información ampliamente demostrada en Capital punishment by state, 31/12/02 en http://www.geocities.com/trctl11/state.html, que bien puede servirle de consulta al procurador general de la República y a todos los que piensan que debería discutirse seriamente sobre la pena de muerte como castigo a secuestradores y violadores.

Hay dos tipos de defensores de la pena de muerte o de condenas de por vida para cierto tipo de delitos. Unos, los que desesperados y atemorizados por la inseguridad creen que la mano dura, tanto en la vigilancia como en las condenas, terminará con los secuestros, asaltos, robos y demás, aun a costa de sus libertades consagradas en la Constitución; y otros, los que en lugar de enfrentar el verdadero problema quieren dar al pueblo enardecido lo que pide porque en realidad no están dispuestos resolver problemas, sino a hacer demagogia con ellos.

La inseguridad en el país, la que interesa a la gente de a pie, que no tiene nada que ver con las bandas de hampones en gran escala (narcotraficantes, contrabandistas, lenones, etcétera), se debe a dos factores principales, uno seguido del otro:

1) La mayoría de los delincuentes de poca monta son personas comunes que han visto en los secuestros, robo de automóviles, asaltos a personas o casas habitación, etcétera, una forma de vida. A veces hay bandas organizadas que usan a estos delincuentes comunes, otras veces éstos actúan por su cuenta, con ayuda de policías corruptos, ex policías o sin ambos, y otras veces son drogadictos que necesitan dinero para abastecerse. Estos delincuentes son del bajo mundo y, en general, no se arriesgan a meterse en el mundo de los de arriba, donde están los grandes y millonarios negocios. Algunos son soldados de mafias, y ni siquiera conocen a sus jefes de más arriba ni entienden cómo funcionan estas grandes organizaciones del crimen. Estas, dicho sea de paso, no le preocupan a la gente común, pues los secuestros de gente rica, ajusticiamientos y demás crímenes de las grandes organizaciones mafiosas no afectan a la clase media ni, mucho menos, a los sectores populares. En el crimen, podríamos decirlo, también hay clases sociales.

2) El segundo factor principal es la impunidad. Esta es posible por dos razones principales: a) por corrupción entre los policías que deberían vigilar, investigar y perseguir los delitos, y b) por corrupción o venalidad de quienes deberían juzgar y castigar a los delincuentes.

Atacar estos problemas es y no es difícil. Es difícil porque limpiar los cuerpos policiacos y de procuradores de justicia significaría hacer investigaciones (Ƒcon quién?) en el interior de estas instancias, sancionar a los corruptos y venales o expulsarlos del trabajo para que, entonces sí, se conviertan en delincuentes entrenados en las artes policiacas y en ejercicio del derecho como arma de intimidación. No es difícil, porque se puede comenzar con los jefes, que siempre son menos, e ir bajando en las estructuras hasta los policías de a pie o los asistentes de diversos niveles de los agentes del Ministerio Público o de los jueces siempre mal pagados de la base del Poder Judicial. En toda estructura piramidal con unidad de mando la corrupción existe si la toleran o la promueven los de más arriba. Estos son los responsables, los otros sólo cumplen órdenes que incluyen la cuota, normalmente en dinero, para sus jefes y los jefes de éstos.

Aquí es donde entran los demagogos, que, en lugar de encarar y resolver estos problemas que tienen que ver con sus propias dependencias, quieren presentar el azote del crimen, haciéndose eco de los bajos instintos de amplios sectores de ciudadanos, como asunto de incrementos de castigos, incluida la pena capital. Algo así como "lo que el pueblo pida", desentendiéndose de sus responsabilidades u ocultándolas, que es todavía peor.

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