La fundación de la república y los tiempos de crisis política

*Enrique Florescano*

La lucha política que se desata en 1808, cuando llegan a Nueva España las noticias del derrocamiento de Fernando VII por los ejércitos de Napoleón, y más tarde la rebelión de Miguel Hidalgo de 1810 y la fundación del Imperio en 1822, impulsan la aparición de distintos símbolos de identidad que chocan entre sí y luchan por sobreponerse unos a otros. Algunos de estos símbolos recogen las alegorías antiguas del virreinato, otros forman extrañas combinaciones entre lo viejo y lo nuevo, y unos más crean emblemas inéditos para representar a la patria. Así, la invasión napoleónica en España y la abdicación de Fernando VII, producen en Nueva España una copiosa folletería en apoyo del soberano derrocado. En esta época los españoles y los americanos identifican la patria como el conjunto de la Monarquía, tal como se aprecia en esta declaración de una señora yucateca, publicada el 10 de septiembre de 1809 en el Diario de México:

si hijos míos, la patria, la amable patria, no es otra cosa que la dulce unión que ata a un ciudadano con otro por los indisolubles vínculos de un mismo suelo, una misma lengua, unas propias leyes, una religión inmaculada, un gobierno, un rey, un cuerpo, un espíritu, una fe, una esperanza, una caridad, un bautismo y un Dios, padre universal de todos...


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FIGURA 1. Las alegorías de
España y de Nueva España juran
unirse para defender la religión y a
Fernando VII.
 
Esta idea de unidad está presente en unos grabados donde ante la invasión de Napoleón en España, la alegoría de América (Nueva España) se apresta a unirse con la de España para defender la religión y a Fernando VII (Figs. 1 y 2). La novedad, sin embargo, son los nuevos emblemas patrióticos que levantan Hidalgo, Morelos e Iturbide.

Los símbolos patrióticos de Hidalgo y Morelos

Cuando Hidalgo se pronunció por una patria independiente el 16 de septiembre de 1810, en sus proclamas llama a esa patria América. En estos años la patria recibe el nombre de América o América Septentrional y los patriotas rara vez son llamados mexicanos. Hidalgo, consecuente con su formación de criollo y cura ilustrado, levantó la imagen de la virgen de Guadalupe como bandera de la insurgencia (Fig. 3). En el transcurso de la lucha armada Hidalgo y Morelos proclamaron la independencia de España, reconocieron en el pueblo la fuente original de la soberanía y sentaron las bases para organizar políticamente a la nación liberada. Los fundamentos del nuevo proyecto de nación se esbozaron en los decretos que Hidalgo y Morelos promulgaron en distintos momentos de la insurrección, en el Acta de Independencia, en los documentos previos al Congreso de Chilpancingo, en los Sentimientos de la Nación y en la Constitución de Apatzingán.

Fig 2/3  
FIGURA 2. Las alegorías de España (izquierda)
y Nueva España (derecha), unen sus recursos
para prestar ayuda económica a Fernando VII,
prisionero de los franceses.

 
Morelos, además de impulsar el Congreso y la Constitución de Apatzingán, fue el promotor de nuevos héroes, símbolos y emblemas. A él se debe la elevación al sitial de héroes de la patria de los jefes indígenas que defendieron el territorio ante la invasión de Hernán Cortés. También sabemos que fue Morelos el primero que intentó unir a los héroes de la antigüedad indígena con el culto a los héroes del movimiento insurgente. Y a Morelos se atribuye, asimismo, la iniciativa de crear emblemas de nuevo cuño para representar a la patria independiente.

Poco después de la muerte de Hidalgo las fuerzas insurgentes acordaron celebrar una reunión para organizar el mando, que llamaron Suprema Junta Nacional Americana o Junta de Zitácuaro (1811). Ahí se esbozó la primera forma de gobierno revolucionario y el 19 de agosto de ese año se acordó la elección de un escudo para actas, proclamas y documentos oficiales (Fig. 4). Este sello recoge el emblema del castillo que aparecía en el escudo de armas otorgado por Carlos V a la ciudad de México, la imagen del águila mexicana parada sobre el nopal que se había afirmado durante el virreinato, y le suma a estos emblemas las banderas y los cañones de la guerra. Como se observa, el castillo hispano se ha esfumado y sólo quedó de él un puente con tres vanos. Arriba del puente aparecen las iniciales del versículo que solía acompañar a la guadalupana: Non fecit taliter omni nationi (No hizo nada igual con ninguna otra nación). A los lados del escudo cuelgan las ramas de encino y de laurel. Como se advierte, el águila está coronada y no aparece la serpiente. José María Morelos se sirvió de una variante de este escudo en sus documentos oficiales de 1811 a 1815. En 1812, Ignacio Rayón, otro jefe revolucionario, dio a conocer sus Elementos constitucionales, en los cuales estableció como celebraciones de carácter nacional el 12 de diciembre, el día que se conmemoraba la aparición de la virgen de Guadalupe, y el 16 de septiembre, el día en que Hidalgo lanzó el grito de independencia.

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FIGURA 3. Imagen de la virgen
de Guadalupe en una de las
banderas enarboladas por los
insurgentes. Este lienzo se
conserva en el Museo Nacional
de Historia.
 
Los datos disponibles indican que fue José María Morelos quien por primera vez colocó el emblema del águila y el nopal en medio de una bandera insurgente (Fig. 5). El centro de esta bandera tenía como motivo un águila de frente, con las alas extendidas, mirando hacia su derecha, parada sobre un nopal. Se observa que el águila de la bandera de Morelos es la misma que la del escudo de la Junta de Zitácuaro (Fig. 4). En julio de 1815, mediante un decreto expedido en Puruarán, Morelos acordó que la bandera nacional debería tener "un tablero de cuadros blanco y azul celeste", los colores de la virgen María, y "en el centro las armas del gran sello de la nación". El escudo o sello tenía como "motivo principal un águila mexicana de frente, con las alas extendidas, mirando hacia su derecha, con una serpiente en el pico, parada sobre un nopal que nace de un lago. Todo esto circundado por un óvalo dorado, rematado con una corona de laurel y una cintilla blanca que dice: Independencia Nacional".

En los sellos y estandartes adoptados por Hidalgo y Morelos para representar el movimiento insurgente están presentes el emblema indígena del águila y el nopal y la alegoría religiosa de la virgen de Guadalupe, dos representaciones de la patria y el territorio que habían echado raíces en el imaginario colectivo en los siglos xvii y xviii.

Los símbolos enarbolados por Agustín de Iturbide

La creación del Ejército Trigarante encabezado por Agustín de Iturbide en 1821 fue producto de una alianza cuya mira era garantizar la permanencia de la fe católica como religión oficial de la patria, la unidad de los criollos y los españoles y la independencia de España. En 1821 Iturbide proclamó el Plan de Iguala, que se propuso unir a la élite novohispana temerosa de las ideas liberales que habían triunfado en España, a los militares que tenían mando de fuerzas y a los antiguos insurgentes que continuaban luchando por la independencia. Según Lucas Alamán, las ideas esenciales de este plan eran "la conservación de la religión católica, apostólica, romana sin tolerancia de otra alguna; la independencia bajo la forma de gobierno monárquico moderado y la unión entre americanos y europeos. Éstas eran las tres garantías, de donde tomó el nombre el ejército que sostenía aquel plan, y a esto aluden los tres colores de la bandera que se adoptó y que ha venido a ser la bandera nacional".

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  FIGURA 4. Variantes del
escudo oficial de la Suprema
Junta Nacional Americana,
establecida en Zitácuaro en
1811.
 
Al promulgarse el Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821, Iturbide adoptó como bandera la denominada de las Tres Garantías (Fig. 6). Según narra la tradición, Iturbide encomendó al sastre José Magdaleno Ocampo, del pueblo de Iguala, la confección de la bandera trigarante. Los tres colores aparecieron en franjas diagonales y en el orden siguiente: "el blanco que simbolizaba la pureza de la religión católica; el verde que representaba el movimiento insurgente, o sea la Independencia, y el rojo, que figuraba al grupo español adherido al impulso libertador". Cada franja, en su parte superior tenía estampada una estrella, y otra en el centro, sin el águila mexicana.

Al tiempo que la lucha por la independencia adquirió nuevo sesgo y liderazgo, el renacimiento de los emblemas indígenas se hizo presente en los actos políticos. Iturbide, poco antes de hacer su entrada en la ciudad de México, acordó con los miembros del cabildo cancelar el emblema de origen hispano que ornaba el escudo de armas de la ciudad y sustituirlo por el de la antigua Tenochtitlán. Cuando el Ejército Trigarante entró a la ciudad de México y "quedó consumada la Independencia, Iturbide decretó, el 2 de noviembre de 1821, que la bandera de México fuese con los mismos colores, pero en franjas verticales y en el siguiente orden: verde, blanco y rojo; y al centro el águila, de perfil y con corona imperial, las alas caídas, posada sobre el legendario nopal nahoa" (Fig. 7).

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FIGURA 5.
Bandera atribuida a las tropas
de Morelos. Fotografía
proporcionada por el
Museo Nacional de Historia.
 
El plan de Iturbide recibió el apoyo de las fuerzas que contendían en la arena política y el 21 de septiembre de 1821 hizo su entrada triunfal el ejército de las tres garantías en la ciudad de México. En una escena muy emotiva, que muchos capitalinos grabaron en su memoria, el ejército libertador fue recibido por un despliegue inusitado de banderas tricolores, en cuya parte central figuraba el águila mexicana (Fig. 8).

Agustín de Iturbide adquirió su formación militar y política en las filas del ejército realista que había combatido a los insurgentes. Su escuela fue el ejército y desde ese mirador contempló los acontecimientos que condujeron a la Revolución de 1789 en Francia y más tarde el ascenso vertiginoso de Napoleón y su marcha triunfal por Europa. La influencia que estos hechos tuvieron en la formación política de Iturbide fueron decisivos, pues fue él quien trasladó al escenario mexicano la vistosa parafernalia ceremonial que en adelante acompañó al ejército, así como los emblemas y símbolos políticos que nacieron en la Francia revolucionaria.

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  FIGURA 6. Bandera de las Tres
Garantías, 1821. Fotografía
tomada de Jiménez
Codinach, 1997: 232.
 
El uniforme militar, las armas y banderas del Ejército Trigarante provienen en gran parte de la tradición revolucionaria francesa, el movimiento que dio origen a la bandera tricolor. Como hemos visto antes, el acto que propagó la victoria del Plan de Iguala fue la entrada triunfal del Ejército Trigarante en la ciudad de México el 21 de septiembre de 1821. Observador atento de las campañas militares de Napoleón, y de la escenografía del poder que éste iba desplegando en cada uno de sus actos, Iturbide combinó la antigua teatralización del poder con las nuevas escenografías políticas inauguradas por Napoleón. Hizo del ejército su palanca para ascender los escalones del poder y compensó los apoyos que le dieron los miembros de este instituto con privilegios inusitados. El sostén del Plan de Iguala, como sabemos, era el ejército, y éste fue el baluarte político de Iturbide. Asimismo, para difundir su imagen en la arena nacional Iturbide convirtió la celebración cívica, el rito religioso, la asamblea, la prensa periódica, la alegoría, la pintura, el teatro y el discurso en otros tantos proyectores de su imagen.

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FIGURA 7. Bandera del
Imperio de Iturbide, 1822-1823.
Como se advierte, presenta los
colores verde, blanco y
encarnado en franjas verticales,
y con el águila coronada.
Fotografía tomada de Jiménez
Codinach, 1997: 247.
 
Siguiendo la tradición establecida cuando se hizo jurar la Constitución de Cádiz en 1812, que a su vez recordaba las ceremonias religiosas que juraron devoción a la virgen de Guadalupe en 1737, 1746 y 1754, Iturbide acordó celebrar el día de la Independencia en cada uno de los pueblos y ciudades del país. Así, con una mezcla de tradiciones religiosas y actos políticos modernos, el 21 de septiembre de 1821 fue festejado en todo el territorio con ceremonias semejantes. Ese día quedaron consagrados en el calendario cívico el desfile militar, los discursos que exaltaban el valor de los hombres y mujeres que encabezaron la independencia y la fiesta popular, que unió a los diversos sectores de la población en el entusiasmo de reconocerse independientes bajo la insignia y los colores de la bandera nacional. Así, en un tiempo breve, las juras y fiestas que celebraron la Independencia convirtieron la bandera tricolor en símbolo nacional.

Los antiguos recintos del virreinato, planeados para celebrar otras ceremonias, fueron transformados para darle cabida al nuevo culto nacional. Un ejemplo de estas innovaciones es el de la plaza mayor de la capital, en cuyo centro se levantaba la estatua ecuestre de Carlos IV. El 27 de octubre de 1821, con motivo de la jura de la independencia, este espacio sufrió la siguiente transformación física y simbólica (Fig. 9):

En la bella plaza mayor y dentro de la elipse en que se halla colocada la estatua ecuestre colosal de bronce del señor Carlos IV, levantaron un templete de figura rotonda [...] en el remate del templete se miraba sobre un nopal parada, un águila, la que simbolizaba la libertad de la nación. Los lienzos que cubrían el pedestal representaban, el primero, la elevación de la América Septentrional al rango de nación independiente y libre [...] la América representada con todos sus símbolos y vestida del manto soberano, sube por las gradas conducida por su digno hijo el grande Iturbide [...] al otro lado se miran los fuertes generales del Ejército Trigarante con plumaje y banda tricolor [...] en las gradas del trono está un genio con carcax, arco y macana, que son las armas antiguas con que peleaban los mexicanos...

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  FIGURA 8. Pintura anónima de la
entrada del general Iturbide y el
Ejército de las Tres Garantías en la
ciudad de México. Foto tomada de
Jiménez Codinach, 2001: 42.

 
El éxito que alcanzó Iturbide en las fiestas que celebraron la Independencia, y los múltiples apoyos que entonces recibió de las principales fuerzas políticas del país, lo llevaron a firmar la declaratoria oficial del Imperio Mexicano en mayo de 1822, seguida por numerosas ceremonias que dieron a conocer la buena nueva. Los actores que brillaron en esta ceremonia fueron el héroe libertador, el Ejército Trigarante y la nación independiente. Así, en un grabado titulado "La resurrección política de la América" (Fig. 10), Iturbide le ofrece la corona imperial a la patria, que yace postrada, mientras atrás brilla el sol con la leyenda "Todo renace" y el águila mexicana remonta el vuelo. En otro grabado que presenta una "Alegoría de la Independencia", se reproduce una escena similar, Iturbide, con el emblema del Plan de Iguala en una mano (Religión-Unión-Independencia), libera de sus cadenas a la patria, representada por una mujer indígena coronada de plumas y con carcaj y flechas en las manos, quien se apresta a volar con sus propias alas. Una pintura anónima más tardía reúne en la misma escena a Hidalgo y a Iturbide. Los dos están de pie, al lado de una estatua grandiosa que representa a la patria, que se levanta pisando la piel humillada del león español, vestida con sus antiguos atuendos indígenas. Ambos contemplan cómo el águila mexicana, ya liberada, se eleva en el cielo.

Otra serie de imágenes dan cuenta de la pomposa ceremonia de coronación de Agustín de Iturbide. Así, una escultura en plata muestra una sorprendente doble coronación: la patria, vestida con indumentaria indígena, recibe una corona de plumas de manos de Iturbide, y al mismo tiempo ella le ciñe al héroe la corona imperial (Fig. 11). Otro cuadro, que imita la coronación de Napoleón pintada por Jacques Louis David que se conserva en el Museo del Louvre, ilustra la entronización de Iturbide. A la izquierda se ve a la patria testificando el acto, con semblante y atuendo de matrona criolla y con tocado tricolor. "Iturbide está sentado en un trono [...] con el cetro en una mano y en la otra un ramo de olivo [...] lo coronan la paz y la fuerza [...]; el tiempo le ofrece el águila imperial; la iglesia y las naciones sancionan el acto; el comercio, la industria y el poder militar rodean a la historia alada, que escribe sobre un gran libro, mientras un águila (México) ataca a un león vencido (España) [...] en una tribuna en lo alto la sociedad mexicana aplaude" (Fig. 12). Como puede verse, esta pintura exhibe la variedad de tradiciones y las numerosas figuras y alegorías europeas que se habían incorporado en la representación de los hechos históricos mexicanos.

Una pintura de 1834 presenta otra alegoría de la patria liberada por Miguel Hidalgo y Agustín de Iturbide. La patria ocupa el lugar central con la apariencia de una bella mujer criolla de tez blanca, coronada por una diadema tricolor; en su mano izquierda sostiene el gorro frigio, el símbolo liberador de los esclavos romanos que se tornó emblemático en las representaciones de la patria francesa, la popular Marianne de 1789.

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FIGURA 9. Fragmento de una
pintura dedicada a los festejos
de la jura de la independencia
en la plaza mayor de la capital,
el 27 de octubre de 1821.
Esta obra anónima está fechada
el año de 1834. Fotografía
tomada del Museo Nacional
de Historia.
 
Se observa que en las pinturas y grabados que reproducen la imagen de la patria, ésta se representa primero como una mujer de rasgos indígenas, vestida con huipil y falda nativos, con arco o flechas y con corona o tocado de plumas en la cabeza. Sin embargo, en las últimas imágenes, la patria exhibe los rasgos de una mujer criolla. Su tez es clara y sus vestidos son de corte europeo, aún cuando sigue conservado el carcaj y el penacho de plumas. Esta última representación de la patria será la usual cuando se instaure la República. Por último, hay imágenes que recogen e integran en un solo cuadro las varias alegorías que representaban a la patria, como se advierte en una litografía publicada en 1822 (Fig. 13), así como imágenes de la patria que siguen reproduciendo la antigua iconografía de Cesare Ripa, aun cuando presentan la figura de América liberada de sus cadenas.

Imágenes de la Patria en la era republicana

El fugaz Imperio de Iturbide (mayo 1822-marzo 1823) concluyó de manera catastrófica, con el Congreso y los líderes de las regiones levantados en su contra. Ante la precipitada abdicación del emperador, el Congreso adoptó la República Federal como forma de gobierno, una decisión que transformó los antiguos emblemas de la patria. En la Constitución Federal de 1824 el emblema que aparece en el escudo nacional es el del águila combatiendo con la serpiente, sin corona, parada sobre el nopal heráldico que brota del montículo que emerge de la laguna (Fig. 14). La república mantuvo la bandera tricolor del Ejército Trigarante y esta bandera se convirtió en el símbolo representativo de la nación independiente. Era la imagen visual que en los actos públicos identificaba a la patria liberada y expresaba los sentimientos de unidad e identidad nacionales. Fue el primer emblema cívico, no religioso, que unió la antigua insignia de los aztecas con los principios y las banderas surgidas de la guerra de liberación nacional.

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  FIGURA 10. šResurrección política de
América!, grabado anónimo. Fotografía
tomada de Los pinceles de la historia,
2000: 138.
 
Sin embargo, aun cuando el emblema del águila y el nopal y la bandera tricolor serán en adelante los símbolos oficiales de la República, la antigua alegoría de América se mantuvo como el símbolo representativo de la patria, especialmente en las pinturas, el grabado y los monumentos públicos (Fig. 15).

La imagen que representa la patria en el siglo XIX es la de una mujer mestiza, adornada con collares de perlas y vestido mexicano, y acompañada por el carcaj o las flechas, el cuerno de la abundancia que denota su riqueza y a veces el cocodrilo que alude al territorio, tal como se ve en la pintura de una matrona que personifica el Imperio de principios del siglo XIX (Fig. 16). Esta es la imagen canónica de la patria mexicana que veremos reproducirse a lo largo del siglo con ligeras variantes.

Una magnífica "Alegoría de México" de la primera mitad del siglo reproduce esta imagen (Fig. 17). Aquí, una bella mujer de rasgos clásicos y gesto altivo, con faldellín de plumas y una suerte de túnica, coronada por una diadema y un penacho tricolor, sostiene en una mano un arco y en la otra un cuerno de la abundancia. A sus pies se ve una macana, el águila y el lienzo tricolor. Otra "Alegoría de la Patria", pintada con colores brillantes, presenta a la patria cubierta con faldellín y capa, coronada por un tocado de plumas. La custodian cuatro banderas tricolores; arriba vuela un águila que sostiene en el pico una corona de laurel. Inspirado en este simbolismo, Manuel M. Delgado proyectó en 1828 una "fuente de la Libertad", rematada por una patria triunfal. Este proyecto se convirtió en realidad, como lo muestra una pintura de Pedro Gualdi del "Paseo de la Independencia", uno de cuyos atractivos era la fuente de Delgado.

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FIGURA 11. La Patria corona a Iturbide,
y ésta, a su vez, le ciñe la corona imperial.
Trabajo en plata, siglo XIX. Fotografía de
Víctor Gayol, proporcionada por el Museo
Nacional de Historia.
 
Hacia 1830 el escultor Pedro Patiño Ixtolinque se apoyó en esta tradición iconográfica para realizar su alegoría de América, una escultura que recoge los rasgos indígenas de la patria en una representación melancólica (Fig. 18). Otra escultura en mármol, de la misma época, titulada "Libertad mexicana", presenta a la patria sentada sobre un zócalo, con las armas de la República y enmarcada por una pareja de patricios con atuendo romano. Estas figuras muestran que en estos años la imagen de la patria, representada con rasgos físicos mestizos y emblemas mexicanos, se había convertido en la representación canónica de lo mexicano. No sólo representa a la patria ancestral, a la república recién nacida y los emblemas de la nación, sino que podría decirse que es la expresión del alma y el sentimiento nacionales. Con ese valor moral aparece en una pintura imponiéndole una corona de laurel al historiador jesuita Francisco Javier Alegre. Políticos, militares, religiosos, escritores, pintores o escultores, todos recurren a la imagen de la patria para representar o exaltar lo mexicano. Tal es el caso de una "Alegoría de la República Mexicana", realizada a mediados del siglo XIX, donde la patria aparece rodeada de símbolos masónicos, significando que esa cofradía religiosa era patriota, mexicana.

La patria como expresión del territorio, la autonomía y la independencia, está retratada en una elocuente litografía anónima, publicada hacia 1836. Ahí se ve a Antonio López de Santa Anna inclinándose ante ella, que resplandece en lo alto, acompañada de otras alegorías que representan la Ley, el Progreso, el Comercio y la Historia. Santa Anna parece jurarle lealtad y expresarle su decisión de defenderla (Fig. 19).

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  FIGURA 12. José Ignacio Paz,
Alegoría de la coronación de
Iturbide, ca. 1822. Foto
proporcionada por el INAH.
 
Otra serie de imágenes celebra el sacrificio de los héroes que ofrendaron su vida en defensa de la patria. Una de las primeras manifestaciones del patriostimo fueron las ceremonias y monumentos en honor de los mexicanos que derramaron su sangre por la patria. Así, poco después de que se proclamara la Independencia comenzaron las iniciativas para honrar a los héroes, como se aprecia en una litografía donde la patria, acongojada, conmemora la memoria de Hidalgo, Allende e Iturbide. Una litografía de 1823 presenta a la patria afligida frente a una urna funeraria donde se conservan las cenizas de los héroes sacrificados en las guerras por la Independencia. Otra emotiva pintura de Felipe Castro, "La tumba de Hidalgo", exhibe a la patria postrada ante el mausoleo del héroe (Fig. 20).

La Patria destruida por la disensión interna y humillada por la invasión extranjera

Los mexicanos celebraron la consumación de la Independencia en 1821 con ilusiones desmesuradas y la fundación de la República federal en 1824 con el candor optimista de llegar a ser una de las grandes potencias del mundo en el siglo XIX. Las fiestas que festejaron la Independencia fueron precedidas y seguidas por un alud de folletos, panfletos, alegorías, libros, reflexiones y discursos imbuidos de un patriotismo que dibujaba un horizonte halagüeño para los pobladores de un territorio que contenía todos los recursos imaginables. Desde fines del siglo XVIII el optimismo criollo había calificado a la patria de "opulento reino", "rico país" de "dilatados y fértiles dominios", "el mejor país de todos cuantos circunda el sol", etcétera. Humboldt confirmó más tarde esas apreciaciones entusiastas cuando asentó en su Ensayo político del reino de la Nueva España que el vasto territorio, "bien cultivado, produciría por sí sólo todo lo que el comercio va a buscar en el resto del globo, el azúcar, la cochimilla, el cacao, el algodón, el café, el trigo, el cáñamo, el lino, la seda, los aceites y el vino. Proveería de todos los metales, sin excluir aun el mercurio; sus excelentes maderas de construcción y la abundancia de hierro y cobre favorecerían los progresos de la navegación mexicana..." Y por si esto fuera poco, este optimismo descansaba en la arraigada convicción religiosa, entonces la más poderosa de las fuerzas que alimentaban el patriotismo, de que México era un país especialmente protegido por Dios, pues fue la tierra escogida para que ahí reinara la virgen María en su advocación de Guadalupe.

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FIGURA 13. Anónimo,
Litografía de la patria
independiente, ca. 1822.
Colección particular. Como
se advierte, esta litografía recoge
las alegorías que entonces
identificaban a la nación: el
águila y el nopal, la patria
americana representada por la
figura de una mujer indígena,
la bandera tricolor y el Grito
de Dolores. Fotografía tomada
de Antonio Rubial García, 2002:
fig. 35.
 
Pero súbitamente el país vocado a la prosperidad y el progreso sufrió un descalabro tras otro, hasta sumirse en el caos político, la bancarrota económica y la humillación moral. La incontenible lucha de facciones desbarató el orden constitucional, y en su lugar se alzó el tumulto, el golpe de Estado, la conspiración, la corrupción del ejército y los magistrados, la irresponsabilidad de la prensa y el fracaso de los políticos. Así, cuando la nación vivía la ingobernabilidad y la quiebra del erario, sufrió la invasión de las fuerzas expedicionarias de los Estados Unidos de Norteamérica. Entre 1845 y 1848 el ejército mexicano padeció una derrota tras otra hasta que finalmente el gobierno fue obligado a firmar los humillantes tratados de Guadalupe Hidalgo que redujeron el territorio a la mitad de las dimensiones que tenía antes.

El hundimiento militar y moral que dejó tras si la invasión norteamericana hizo añicos el cándido optimismo de los primeros años de la Independencia. El horizonte de la nación se tornó negro. Un amargo sentimiento de culpa invadió la reflexión sobre los acontecimientos que condujeron a esa catástrofe. Angustiados, los mexicanos se preguntaron por qué la invasión extranjera no suscitó un movimiento de resistencia nacional. ƑPor qué cada una de las batallas que se dieron se tradujo en victoria para los norteamericanos y en vergonzosa derrota para los mexicanos? ƑPor qué los partidos continuaron enfrascados en sus querellas faccionales cuando en el campo de batalla se jugaba la existencia misma de la Patria?

Estas y otras preguntas fueron objeto de un intensísimo debate en el seno de los partidos, en el congreso y en los periódicos, foros donde los representantes de las distintas corrientes políticas manifestaron sus ideas sobre los quebrantos del presente y las reformas que habría que emprender para enderezar el futuro de la nación.

Otro signo del decaído ánimo nacional se expresó en el lenguaje de la caricatura política, que había cobrado fuerza desde que el italiano Claudio Linati introdujera la litografía en 1815. En los años de la invasión norteamericana, la caricatura era ya uno de los medios más efectivos para transmitir mensajes. Desde mediados de siglo, al igual que antes la pintura o la escultura, la caricatura representó a la patria mediante una bella mujer indígena o mestiza, distinguida por sus atavíos americanos. En estas imágenes la patria simbolizaba lo autóctono y la exuberancia de la naturaleza, como se aprecia en una representación de ella publicada en el Calendario liberal de 1859 (Fig. 21). Pero en el tránsito de 1821 a 1847 la imagen de la patria se descompone. Una caricatura la muestra rica y espléndida en 1821 y luego zarandeada, miserable y humillada en 1847 (Fig. 22). Aparecen entonces en la prensa otros personajes, como El Calavera, que llaman a la defensa de la patria ante la agresión norteamericana, o contemplan aturdidos el hundimiento de la República.

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  FIGURA 14. Escudo de la República Federal
Mexicana de 1824. Fotografía tomada de
Rodríguez, 1994: 141.
 
Las sucesivas derrotas van conformando una sensación de abatimiento y desastre que se resume en un grabado que caricaturiza el escudo de armas de la nación. En lugar del águila erguida y combatiente, vemos un ave desplumada, parada sobre un cangrejo, que en vez de empujarla para avanzar la hace retroceder. Una caricatura de 1852 presenta a la patria arruinada, despojada de sus riquezas por los agiotistas. Otra litografía de Constantino Escalante publicada en La Orquesta en 1861, muestra a la República apaleada por los gobernantes conservadores, caminando tambaleante y exhausta, a punto de desplomarse. En una caricatura también de Constantino Escalante, la patria camina en un hilo, en riesgo de perder el equilibrio, agobiada por el peso de los empréstitos (Fig. 23). En fin, una pintura de José Obregón, brinda la imagen melancólica de la República, consolada por la alegoría de América.

Como sabemos, en esta época la cizaña política dividió el país entre centralistas y federalistas, republicanos y monarquistas, conservadores y liberales... La lucha de facciones despedazó la nación y volvió imposible la unidad. Los conceptos de patria, nación y república fueron entonces los más debatidos y objeto de ríspidas controversias políticas. Entre 1823 y 1850 ni siquiera hubo acuerdo sobre los orígenes de la patria, pues el grupo conservador sostuvo como fecha fundadora de la nación el 21 de septiembre de 1821 (cuando el Ejército Trigarante hizo su entrada triunfal en la capital y se consumó la Independencia), mientras que el grupo liberal argumentó que la nación nació el 16 de septiembre de 1810, con el grito de Hidalgo en el pueblo de Dolores. Los datos sobre la crisis política de esta época señalan que el Estado se había desintegrado, reinaba la ingobernabilidad y no existía la nación, pues el cuerpo social estaba dividido por insondables grietas políticas, económicas, sociales y culturales.

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FIGURA 15. Escultura en madera
policromada de tamaño natural
que actualmente se exhibe en
el Museo de la Ciudad de Campeche.
Se instaló en la Alameda de esa
ciudad en 1834. Fotografía
proporcionada por el arquitecto
José Enrique Ortiz Lanz.
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FIGURA 16. Pintura anónima de principios del siglo XIX, titulada šLa personificación del Imperio Mexicano!. Fotografía tomada de Los pinceles de la historia, 2000: 126.Pintura anónima de principios del siglo XIX, titulada šLa personificación del Imperio Mexicano!. Fotografía tomada de Los pinceles de la historia, 2000: 126.
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FIGURA 17. Alegoría de México, pintura anónima, siglo XIX. Fotografía tomada de Los pinceles de la historia, 2000: 116.


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FIGURA 18. Escultura šLa América!
de Pedro Patiño Ixtolinque, realizada
en 1830. Foto tomada de Acevedo, 2001: lƃm. 55.
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FIGURA 19. Litografía anónima publicada hacia 1836. En el primer plano, se ve al presidente Antonio López de Santa Anna inclinándose ante la patria, que resplandece en lo alto, acompañada por tres mujeres que simbolizan la ley (izquierda), el progreso o el comercio (derecha) y la historia (extremo izquierdo). Abajo tres niños, el indígena, el criollo y el mestizo, representan a los hijos de la patria. Santa Anna parece jurar fidelidad a la patria y asumir la decisión de defenderla. Ésta le señala su destino: o la gloria con sus laureles a la izquierda, o el baldón a la derecha. Fotografía tomada de Barajas, 2000: 134.
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FIGURA 20. La tumba de Hidalgo, pintura
de Felipe Castro fechada en 1859.
Aquí la patria, representada por la
diosa de la Libertad, se recarga amorosamente
sobre la tumba de Miguel Hidalgo,
quien ha ofrendado su vida por ella.
Fig 21/3

FIGURA 21. La patria en el Calendario liberal de 1859. La patria está representada por una bella mujer con atuendo indígena, rodeada de una vegetación exuberante y de animales (el cocodrilo) propios de América.
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FIGURA 22. Litografía publicada en 1848 que muestra, arriba, a la patria opulenta y luego sumida en la miseria y la humillación por la guerra de 1847.
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FIGURA 23. Litografía de Constantino Escalante publicada el 16 de octubre de 1861 en La Orquesta. Aquí se ve a los presidentes conservadores de México, desde 1821 hasta 1861, formados en fila india, golpeando el cuerpo inerme de la República.