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Obituario   - NUEVO -

E S P E C T A C U L O S
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México D.F. Domingo 4 de julio de 2004

Carlos Bonfil

Koktebel

Koktebel, estación balnearia en Crimea, a orillas del mar Negro. Época actual. Un hombre viudo (Igor Chernevich) abandona Moscú en compañía de su hijo de 11 años (Gleb Puskepalis) para una travesía de más de mil kilómetros en busca del familiar que en Koktebel se hará cargo del niño y permitirá al progenitor iniciar una nueva vida. La historia minimalista, road movie melancólico y austero, es pretexto para un retrato más amplio de personajes y situaciones emblemáticas de la vida cotidiana en las ex repúblicas socialistas a casi 15 años del derrumbe del régimen soviético. Koktebel, de los realizadores y guionistas Boris Khlebnikov y Alexei Popogrebsky, es también barómetro de estados de ánimo, registro de frustraciones colectivas, en un tono muy contenido que en las escenas finales parece anticipar un desenlace trágico.

Sin el lirismo contemplativo de la formidable propuesta de Andrey Zvyagintsev, El regreso (otra historia de relación filial), esta cinta elige un estilo áspero, un tanto seco y desconcertante, a la manera del cine belga de los hermanos Dardenne (Rosetta, El hijo), para describir no sólo la relación padre e hijo, sino su contacto con los personajes que encuentran en el camino. Una galería singular: el empleado ferroviario que les brinda hospitalidad, hombre generoso y a la vez amargo que no atina a comprender la manera en que ha cambiado el mundo, y se refugia en el alcohol y en la nostalgia; o el jubilado oficial del ejército, añorante de viejas glorias estalinistas, varado en una época que tampoco entiende y rechaza, alcohólico, desencantado y autoritario. En este viaje de expiación, el padre, de poco más de 30 años, ingeniero de profesión, adicto alguna vez al alcohol, deseoso sin embargo de rehacer su vida, naufraga nuevamente, se olvida de su hijo, se identifica con personajes muy vencidos, sus nuevos cómplices y amigos, hasta ser rescatado por una mujer, médico providencial, quien pudiera ser la salvación añorada.

En Koktebel la mirada infantil es punto de vista cardinal e hilo conductor del relato. La maduración del casi adolescente es un fuerte contrapunto en el proceso de desintegración moral del padre, casi un último asidero existencial. Los realizadores señalan con anotaciones muy concisas el carácter de cada personaje, desde la fragilidad moral del padre en duelo por la esposa perdida, hasta la rabia contenida del hijo, celoso ante la mujer intrusa que ocuparía el lugar vacante, y ansioso por conquistar su propia independencia prosiguiendo a solas el viaje planeado. Todo ello queda resumido en un gesto, en esa secuencia formidable en la que el niño arremete contra el albatros impertinente que en un muelle de Koktebel le disputa su comida. La fotografía de Shandor Berkeshi captura con acierto estos momentos intimistas y confiere al mismo tiempo dimensiones casi épicas al paisaje que captura desde las alturas, ilustrando la metáfora central del filme que es la evasión y el vuelo, y su insistente referencia a la libertad y a las aves migratorias. La intención podría parecer ingenua, y sin embargo la cinta evita sin esfuerzo todo lastre sentimental en su recuento de desplazamientos, complicidades afectivas, y desencuentros. Una nueva sorpresa del cine ruso actual, cada vez más presente en los festivales, dueño de un gran aplomo expresivo. Habrá que esperar algún tiempo para que finalice la compleja revisión que hacen los cineastas rusos de su pasado inmediato, y se consoliden obras y trayectorias aún más significativas. Por lo pronto, el laboratorio de propuestas temáticas y expresiones plásticas novedosas, es prometedor y muy estimulante.

Koktebel se exhibe esta semana en Cinemex Insurgentes dentro del festival de verano de la filmoteca de la UNAM.

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