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México D.F. Lunes 12 de julio de 2004

Robin Cook

Kerry, bálsamo para GB

Es una característica muy novedosa del actual gobierno estadunidense que la desventaja intelectual del presidente ha dado entrada al primer vicepresidente realmente poderoso en la memoria reciente. La telaraña neoconservadora que envuelve todas sus políticas tiene en su centro a Dick Cheney, quien escogió con su propia mano cada una de ellas. Todas las aventuras extranjeras de la administración son lanzadas desde el eje Cheney-Rumsfeld. Cuando Paul O'Neill fue despedido como secretario del Tesoro, no fue el presidente, sino Dick Cheney, quien lo telefoneó para decirle que empacara su portafolios. Tratar con el Congreso es tarea delegada totalmente en Cheney, si bien el vicepresidente puede haber dejado de ser un punto a favor para convertirse en debilidad tras su reciente exabrupto temperamental que mostró en el senado, cuando se le pidió hablar con detalle del contrato que logró en Irak Halliburton, empresa de la cual él ha sido presidente ejecutivo.

Todo esto hace que la elección de John Kerry de su compañero de fórmula sea más significativa. Los medios estadunidenses ya están escribiendo sobre los próximos debates televisivos entre Dick Cheney y John Edwards con más expectación que de los que protagonizarán Busy y Kerry. Puede ser que John Kerry y John Edwards sean varones blancos y políticos de Washington, pero existe una especie de equilibrio en la fórmula: Kerry tiene la profundidad y Edwards el encanto. Kerry se ha preocupado por atraer a los votantes centristas e indecisos. John Edwards captará a las bases demócratas con su descripción, al estilo de Disraeli*, de Estados Unidos como dos naciones: una habitada por los privilegiados, y otra formada por los indefensos.

Ambos políticos forman una combinación que podría funcionar. Es positivo el cambio de humor que ésta ha generado entre los demócratas. Pasé buena parte de la semana pasada en Holanda, con Madeleine Albright y otros demócratas de carrera larga. En cambio, cuando los visité en Estados Unidos, el verano pasado, me sentía como quien debe atravesar las líneas enemigas para llevar mensajes alentadores a una resistencia desmoralizada. Ahora, sólo un año después, existe la convicción de que discutir las relaciones con eventual administración demócrata ya no es un ejercicio teórico, sino una planeación razonable.

La administración Bush dejará las relaciones trasatlánticas muy necesitadas de una reparación profunda. Irak provocó crisis en la OTAN que uno de los funcionarios de la alianza considera "una experiencia cercana a la muerte". Los funcionarios estadunidenses son dados a quejase de que en la cumbre de Estambul fueron rechazados sus intentos de construir puentes al ofrecer proyectos conjuntos para reforzar los mandatos de la ONU. La verdad es que la conversión al multilateralismo de George W. Bush, para sonar sincera, está demasiado cercana a las elecciones presidenciales.

La victoria de la fórmula Kerry-Edwards es condición necesaria para restaurar la alianza trasatlántica, pero no debemos engañarnos al pensar que sólo esto será suficiente. Europa necesita reconocer que la orientación de Estados Unidos se volverá más hacia el Pacífico que hacia el Atlántico. En pocas palabras, si Europa quiere que la alianza trasatlántica se mantenga como prioridad para Estados Unidos, necesitamos trabajar en esa dirección. En el debate británico nos enfrentamos a un acertijo. Aquellos que se consideran defensores de la Alianza Atlántica, en especial el partido conservador, gustan de probar su compromiso hacia Estados Unidos, demostrando su escasa solidaridad hacia la Unión Europea. Pero Washington no tiene interés alguno en una Europa fracturada de naciones que compiten entre sí por una cucharada de aprobación de una superpotencia.

Los analistas estadunidenses en materia de defensa lamentan que los países europeos más grandes se esfuerzan por mantener un espectro militar completo, con capacidades aéreas marítimas y terrestres, en vez de especializarse en papeles complementarios. A su vez, los estrategas en política de Washington se impacientan ante la incoherencia de la política exterior europea.

En nuestro propio continente debemos sentar las bases para relaciones trasatlánticas nuevas y más equitativas, ofreciéndo a Estados Unidos un socio más fuerte, y, por lo mismo, irresistible. Esto es, una Europa más unificada en la que será más difícil que surjan divisiones. Sí, será muy complicado fundir los diversos intereses de tantas naciones en una estrategia común. De forma memorable, Chris Patten, comisionado de Relaciones Exteriores de la UE, señaló que unificar la política exterior de los países comunitarios era "como tratar de pastorear gatos". Sin embargo, hemos aprendido a lograr unidad en política comercial, y visto el apoyo adicional que conseguimos cuando todos los miembros de la UE negociamos juntos.

Los países miembros pueden comenzar tomándose las molestia de unificar sus estrategias en la forma en que conducen, a nivel nacional, sus relaciones exteriores. Por ejemplo, tiene muy poco sentido que los ministros europeos del Exterior firmen una declaración conjunta condenando las fraudulentas elecciones en Irán, si después va a haber países que envíen a sus embajadores a legitimar la inauguración de ese parlamento antidemocrático y no representativo. Esto no sirve para que los iraníes sepan que nuestra condena fue sincera, ni deja la impresión entre los estadunidenses de que Europa es capaz de mantener una postura firme ante Irán.

Mientras tanto, los demócratas estadunidenses deben empezar a pensar qué harán una vez que se hayan desvanecido los sentimientos de alivio y buena voluntad que se desatarán después de una victoria de la fórmula Kerry-Edwards, o para ser más precisos, tras una derrota de la fórmula Cheney-Bush. Afortunadamente, los empedernidos excesos de los años de Bush hacen que sea fácil para una nueva administración adoptar cambios profundos de dirección a bajo costo político.

Sería estupendo que la administración Kerry retomara las negociaciones del Protocolo de Kyoto en el punto en que las dejó el gobierno de Bill Clinton, pero tan solo si el nuevo presidente aceptara el consenso científico en torno del calentamiento global, esto sería un gran avance con respecto de Bush, quien insiste en negar la amenaza real al respecto.

De forma similar, la oposición del Congreso haría imposible para cualquier presidente ratificar a la Corte Criminal Internacional, pero ciertamente estaría dentro de las posibilidades de Kerry poner fin al sabotaje activo que la administración Bush ha ejercido contra los esfuerzos de otros para echar a andar este tribunal. Sería bienvenido que la Casa Blanca de Kerry expandiera planes sociales en Estados Unidos, pero, sobre todo, desechar la prohibición de Bush de apoyar todo proyecto en apoyo a la planificación familiar revelaría una enorme buena voluntad y que se pretende echar para atrás la intención de imponer globalmente valores morales sureños; además de que esto no costaría más dólares.

Ningún país está más necesitado de un nuevo principio con el nuevo inquilino de la Casa Blanca que Gran Bretaña, que ante todo el mundo está pagando el alto precio de su cercana identificación con las políticas de Bush. Sin embargo, Tony Blair no muestra el lenguaje, ni verbal ni corporal, de quien comprende esta verdad evidente. Un columnista estadunidense afirmó la semana pasada que todo el gabinete británico desea la derrota de George W. Bush con la sola excepción del primer ministro.

De ser cierto, esto es perverso. la relección de Bush haría mucho más difícil recuperar los votos de aquellos que se opusieron a la guerra contra Irak y que temen que la próxima vez que Cheney y Rumsfeld encuentren otro país al cual liberar, Tony Blair vuelva a responder al llamado. Sin embargo, una derrota de Bush, o la segunda derrota de Bush, como dicen algunos adhesivos propagandísticos demócratas, permitirá al electorado elegir al gobierno de Blair sin votar por la política exterior de Bush.

La elección de John Edwards como candidato a la vicepresidencia puede ser un paso más en el camino hacia el cambio de gobierno en Washington. De ser así, la decisión demócrata de esta semana podría ser más efectiva para lograr que Tony Blair se distancie de Irak que cualquier cosa que se que se desprenda esta semana del informe Butler.

* Benjamin Disraeli fue novelista, ensayista, periodista y político progresista, quien militó en el Partido Conservador inglés durante la época victoriana. Fungió como primer ministro de febrero a diciembre de 1868. A su muerte, tras una carrera política de 48 años, la reina Victoria mandó construirle un monumento en la localidad de Hughenden Church.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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