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México D.F. Domingo 18 de julio de 2004

Angeles González Gamio

Salud y belleza

No piensen que vamos hablar de un spa, donde mediante el pago de una cuantiosa suma, dietas de hambre, mascarillas de lodo, severos masajes y extenuantes ejercicios, nos brinden el anhelo de estos tiempos modernos: salud y belleza. Nos referimos a las instituciones hospitalarias que se crearon en el México virreinal a raíz de la conquista, que ocupaban bellas edificaciones donde se buscaba restituir la salud. Varias aún existen; hoy recordaremos dos de ellas.

Del primer hospital que tenemos noticias precisas es el de La Concepción de Nuestra Señora, ahora conocido como De Jesús; éste fue obra personal de Hernán Cortés, quien expresa en su testamento que se ha de hacer en reconocimiento de las gracias y mercedes que Dios le ha hecho en el descubrimiento y conquista de la Nueva España "... e para descargo e satisfacción de cualquier culpa o cargo..." que pudiera agraviar su conciencia.

El resultado fue un magnífico hospital con su iglesia adjunta y con los sistemas más avanzados de la medicina de la época. Allí se efectuaron las primeras autopsias para la enseñanza de la Real y Pontificia Universidad y fue el sitio en que se redimió Fray Bernardino Alvarez, al cuidar con devoción a los enfermos más pobres.

La institución fue tan bien planeada por el conquistador que hasta la fecha existe. Por muchos años se sostuvo de las rentas que para el efecto dejó destinadas Cortés y de la obligación que estableció a sus herederos de velar por su mantenimiento; así, durante 400 años ellos estuvieron vinculados a la administración del Hospital de Jesús, hasta 1932, cuando pasó a manos de médicos eminentes.

Resulta milagroso que aún exista y continúe con la misma función, así como que conserve sus hermosos patios, escaleras y unas pinturas grutescas impresionantes. Hay que aclarar que toda esta belleza está envuelta por una poco agraciada construcción estilo neocolonial del siglo XX, la que hay que penetrar por alguna de su oscuras entradas rodeadas de comercios, para admirar el interior. La iglesia adjunta luce en la bóveda del coro una de las obras más importantes de José Clemente Orozco: Apocalipsis.

Otro hospital importante fue el de San Juan de Dios, fundado por los piadosos juaninos en 1604; esta orden se caracterizaba por atender a los más pobres de los pobres y con las peores enfermedades, excepto locos, leprosos y sifilíticos, que tenían nosocomios especiales. Durante un siglo y medio fue una institución modelo por su excelente atención a los enfermos, que llegaban a más de cinco mil al año.

Sin embargo, a mediados del siglo XVIII la dedicación juanina había decaído, al igual que la de los otros hospitales, y había corrillos entre la población denunciando este hecho; era popular el dicho: "si malo es San Juan de Dios, peor es Jesús de Nazareno", refiriéndose a los hospitales que aquí hemos mencionado. Aquí vemos que son añejas las quejas, que aún subsisten, sobre la mayoría de nuestras instituciones públicas de salud.

El hospital de San Juan de Dios sufrió durante sus 300 años de vida múltiples vicisitudes; entre otras, un gran incendio en el siglo XVIII que requirió su reconstrucción, lo cual resultó positivo, ya que surgió un edificio mayor y más bello, que existe hasta la fecha. En los años setentas del siglo pasado, tras varios años en el abandono, fue restaurado para alojar al Museo de Artes Aplicadas Franz Mayer, con las colecciones del anticuario alemán cuyo nombre lleva el museo, radicado en México desde 1905 hasta su muerte, en 1975.

El edificio es de una gran hermosura, al igual que la iglesia adjunta, aún dedicada al culto. El enorme patio principal, con su fuente de azulejos, exuberante verdor y mesitas en los pasillos para reposar frente a un café, es uno de los sitios más gratos en que pueda uno estar, desde luego después de haber disfrutado sus excelentes muestras de cerámica, estofados, textiles, muebles, pintura y demás maravillas.

A unas cuantas cuadras, en el 127-B de la avenida de la República, que es el pequeño tramo de avenida Juárez que desemboca en el monumento a la Revolución, se encuentra la tradicional cantina La Puerta del Atlántico, que los fines de semana tiene un abundante y económico buffet. El amplio espacio, decorado con columnas con espejos, ofrece distintos ambientes, ya que en la parte alta hay pantallas gigantes, videojuegos, rockola, billar, dominó, cubilete y dardos, y en la baja impera un grato ambiente familiar; en las tardes suele haber variedad. Entre las especialidades sobresalen la sopa de médula, el chamorro al horno y las tortas clásicas.

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