Ante depresión o stress
La excesiva prescripción de tranquilizantes a mujeres, forma de control social

* Estereotipada y patriarcal forma de diagnosticar y tratar sus conflictos
* Amas de casa de mediana edad, principal grupo de riesgo

Mabel Burin

La sobremedicalización de las mujeres es un fenómeno que se ha de considerar desde una doble perspectiva: por una parte, la prescripción abusiva de medicamentos que les hacen los médicos (psicofármacos, terapias hormonales); por otra, el consumo abusivo que las mismas mujeres realizan, especialmente de los psicofármacos.

Los psicofármacos forman parte de un amplio grupo de sustancias farmacológicas denominadas 舠drogas legales舡, esto es, de fabricación permitida y de distribución lícita. Es la forma específicamente femenina de drogarse, si bien recientemente se ha notado un notable avance entre las mujeres que consumen drogas ilegales, y sobre las cuales se están haciendo algunos estudios en Argentina.

Los psicofármacos se han desarrollado notablemente a partir de la segunda mitad de este siglo, como parte de las nuevas tecnologías que pretenden incidir sobre la salud mental de las mujeres. Actúan sobre el sistema nervioso central para producir efectos que alteran los estados mentales y afectivos, produciendo cambios en la conducta. Son buscados por sus dos efectos principales: sedante y estimulante. Los más ampliamente utilizados por las mujeres son los que actúan como tranquilizantes, especialmente las así llamadas benzodiacepinas. Las pautas de consumo de estos medicamentos son coincidentes en todos los países que han estudiado la prescripción y consumo abusivo de tranquilizantes entre las mujeres: al doble de mujeres que de varones se les prescribe tranquilizantes, y el doble de mujeres que de varones consume estas drogas.

Afectos desbordantes

El principal grupo de riesgo está constituido por mujeres amas de casa de mediana edad, de medios urbanos o suburbanos, así como las dedicadas al trabajo maternal con varios hijos pequeños a su cargo, y las que realizan doble jornada de trabajo. Estas mujeres desempeñan roles de género femeninos que las sitúan dentro de contextos difíciles de enfrentar. Ante estas situaciones contextuales generadoras de ansiedad, depresión o stress, las mujeres reaccionan con afectos desbordantes, imposibles de controlar. Este desborde emocional es percibido por sí mismas y por quienes las rodean como un problema, como una falla de su personalidad, que deben remediar.

Cuando las expectativas de su rol de género son que ellas mantengan la armonía y el equilibrio afectivo para sostener a su vez la armonía y el equilibrio del resto de su familia, el desempeño del rol con desborde emocional es percibido como enfermedad que ha de ser llevado a la consulta. A menudo la consulta se resuelve mediante la prescripción de un psicofármaco, al cual puede agregarse un tratamiento de reemplazo hormonal cuando el médico entienda que los conflictos emocionales de la mujer que lo consulta pueden deberse a un déficit estrogénico atribuído a la perimenopausia.

La problemática se plantea en términos de si es legítima la prescripción de semejante cantidad de medicamentos a las mujeres, o si esto forma parte de una única manera, estereotipada y patriarcal, de diagnosticar y tratar sus conflictos, más bien como forma de control social. Los agentes de salud que atienden la salud mental femenina deberían estar alertas sobre los riesgos del uso de psicofármacos, por los efectos adversos que puedan provocar, por generar dependencia y trastornos de abstinencia cuando se los intenta abandonar.

En el análisis de datos de estudios realizados en Buenos Aires se destacan algunos factores adversos por el uso prolongado de estos psicofármacos (depresión, déficit cognitivo y dificultad en el lenguaje) así como una clara diferencia por género en los patrones de utilización.

¿Qué explicación dar a este fenómeno? A partir de los años 70, varios grupos pertenecientes al movimiento de mujeres, y a la promoción de la salud, concentraron su atención sobre el uso excesivo de tranquilizantes por parte de las mujeres, especialmente las de mediana edad y mayores. Han calificado a las mujeres como grupo de riesgo para el abuso de tranquilizantes. En su mayoría, los estudios se han centrado, en primer lugar, en denunciar la actitud lucrativa de los laboratorios productores de psicofármacos, que encuentran en las mujeres un mercado consumidor preferencial y hacia el cual dirigen su publicidad específica; en segundo lugar, en resaltar la complicidad de los médicos con los laboratorios, especialmente de aquellos médicos que no parecen interesados en hallar nuevas alternativas terapéuticas para las mujeres que los consultan, así como una marcada actitud discriminatoria en sus modos de escucharlas y extenderles una receta. Estas son las respuestas más frecuentes de los modos de resolución de los conflictos ante lo que denominamos 舠los afectos difíciles舡. Los síntomas de ansiedad, tristeza, tensión, enojo, que expresan las mujeres hacia sus condiciones de vida se han vuelto cada vez más medicalizados en nuestra cultura: han obtenido el status de "enfermedad". El sistema de salud dominante tiende a visualizar estas reacciones emocionales como patológicas, y responde ofreciendo estas drogas para lo que llaman "tratar la enfermedad". Las mujeres mismas son percibidas como "el problema", por parecer débiles, dependientes, emocionalmente incontrolables, necesitadas de ayuda para enfrentar sus problemas. Lo que resulta llamativo es cómo nosotras mismas hemos internalizado el estereotipo de nuestra fragilidad y de nuestra vulnerabilidad, de nuestra inadecuación, y de la idea de que debemos acudir al médico en busca de ayuda. Y aunque oscuramente percibimos que los psicofármacos no constituyen solución alguna a nuestros problemas, sin embargo, parecería que no podríamos más que someternos a esa prescripción, y dar por concluida la consulta con la repetición, una y otra vez, de la misma receta, aunque a menudo se deba aumentar la dosis cuando el tranquilizante comienza a producir acostumbramiento... --

La mayoría de los estudios realizados revelan la actitud patriarcal con que se trata el malestar de las mujeres. Más que la búsqueda de las causas que originan los síntomas, se apunta a ofrecer una droga que rápidamente los acalle. Nos preguntamos si compete al sistema médico atender consultas por problemas derivados de las condiciones de vida de las mujeres, aún cuando estos problemas se expresan como trastornos de salud. Quizá no sea de incumbencia exclusiva del sistema médico, sino del sistema social y político más amplio en el cual éste se inserta.

Es necesaria una actitud de apoyo más firme a la investigación de este fenómeno, acompañada de una clara denuncia acerca de la marcada indulgencia con que se lo trata en nuestra sociedad. Además se requiere una actitud más resuelta para definir el carácter prioritario de esta problemática en los programas de salud de mujeres, mediante estudios y planes de acción que apunten a mejorar los criterios de preservación y promoción de la salud.


*La autora es doctora en Psicología Clínica. Directora del Programa de Género y Subjetividad- Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. UCES. Buenos Aires)

 

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