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México D.F. Jueves 19 de agosto de 2004

Octavio Rodríguez Araujo

Un pueblo que encontró un líder

Cuando Carlos Andrés Pérez (CAP) tomaba posesión por segunda vez como presidente de Venezuela, Hugo Chávez todavía no era teniente coronel y sólo era conocido en ciertos ámbitos militares nacionalistas, sobre todo en el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), en el que participó como fundador en 1982 junto con otros jóvenes oficiales de las fuerzas armadas.

CAP, a diferencia de su primera presidencia, en la segunda siguió los lineamientos del Fondo Monetario Internacional y llevó a cabo una política de austeridad conocida como El Paquete, que no fue otra cosa que la aplicación del modelo neoliberal consistente en la liberalización de precios, topes salariales, disminución del gasto público, fin de la banca de desarrollo, restricciones al crédito, devaluación de la moneda y privatizaciones. Lo mismo que en México y en muchas otras naciones del mundo en aquellos años (y ahora).

Sin embargo, a diferencia de otros países, en Venezuela los pobres se rebelaron e iniciaron saqueos masivos de comercios en Caracas y luego en otras ciudades, creándose un clima de inestabilidad que el gobierno no supo o no quiso comprender ni manejar por la vía de la flexibilidad. CAP reaccionó de manera violenta (el caracazo) e instauró un Estado de emergencia y toque de queda, además de ordenar al ejército la represión de los pobres; algo que no había sucedido desde la dictadura derrotada en 1958.

En dos años la pobreza extrema se triplicó, el desempleo creció como nunca y, en paralelo, como ha ocurrido en todas partes, la inseguridad pública se convertiría en lugar común (este fenómeno debería ser entendido por las autoridades mexicanas que quieren combatir la delincuencia sin atacar el creciente problema del desempleo, la pobreza y la desesperación). Por si no fuera suficiente, el gobierno de Pérez se subordinó de manera despreciable al de Bush padre y la impunidad y la corrupción cobraron carta de naturalidad aumentando, lógicamente, la inconformidad del pueblo. En 1992 la situación era ya insostenible. El ambiente olía a subversión popular, sin líderes importantes, sin organización, sin coordinación... todavía.

Fue ese año cuando se llevó a cabo un intento golpista dirigido por el teniente coronel Hugo Chávez y otros oficiales del Movimiento Bolivariano. Fracasaron, pero a la vez ocurrió un fenómeno por demás sorprendente: los pobres de Venezuela aplaudieron el intento y, a pesar de que Chávez estaba preso, hubo un segundo intento a finales del mismo año, al que se sumaron otros militares de mayor rango. CAP fue destituido por corrupción y su partido, supuestamente socialdemócrata, terminó en el descrédito.

Durante el gobierno de Rafael Caldera, Chávez fue liberado y también separado de las fuerzas armadas, pero ahí surgió el líder político (y en cierto sentido también militar), no sólo aliado a sus antiguos compañeros del ejército, sino a partidos y grupos de izquierda con los que emprendería una insurrección, una insurrección legal, institucional, bajo el manto de un amplio frente político denominado Movimiento V República (MVR), derivado del antiguo MBR-200.

En el marco de una ideología confusa, el MVR se caracterizaría por su nacionalismo y la defensa de los pobres, lo que le acarrearía antipatías de las clases medias y, sobre todo, de la oligarquía venezolana. Pero aun así, en las elecciones legislativas de noviembre de 1998 el nuevo MVR se convertiría en la segunda fuerza electoral. Y un mes después Chávez se presentó a la elección presidencial con un bloque de izquierda (Polo Patriótico) constituido por el mismo MVR, además del Movimiento al Socialismo, del partido Patria para Todos y del Partido Comunista. Para sorpresa de muchos, en y fuera de Venezuela, Chávez triunfó sobre los viejos políticos y los antiguos partidos. Su principal apoyo fue de los sectores más pobres de la sociedad identificados con alguien que venía también de un hogar humilde y que se había enfrentado al antiguo régimen y a sus políticas contrarias a las necesidades del pueblo y a la soberanía del país.

El fenómeno Chávez, en mi opinión, no puede entenderse sin tomar en cuenta las rebeliones previas de los pobres y sin el fracaso de CAP y de sus efímeros sucesores, que no supieron tomar el pulso a la acentuada polarización social de su país. Pero, curiosamente, tampoco puede entenderse sin la democracia, sin esa democracia que con frecuencia es desdeñada por algunas izquierdas. Fue la democracia la que permitió a Chávez ganar la presidencia de Venezuela, y ratificarla dos veces. Fue la democracia la que se impuso al intento golpista de la oligarquía. Fue la democracia la que se expresó en la Constitución al establecer, por primera vez en el mundo, el principio de revocación por referendo. Y fue la democracia, rigurosamente vigilada, la que ratificó a Chávez en el Palacio de Miraflores.

A las oligarquías les interesa también la democracia, con una excepción: que le dé el triunfo a un líder identificado con los pobres. Pero si los pobres son los más, lo lógico es que alguna vez puedan ganar, aunque deberían ganar siempre. Son los riesgos de la democracia.

Cada país es distinto, pero si yo fuera un político mexicano, en el poder o en la oposición, estudiaría con detenimiento la lección venezolana.

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