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México D.F. Viernes 20 de agosto de 2004

Horacio Labastida

El mensaje de Venezuela

Muy pronto fue evidente que el reformismo borbónico de Car-los III (1759-88) no logró reafirmar la soberanía española en sus vastos territorios colombinos, y el resultado, que arrastró al tambaleante trono lusitano, fue la independencia colonial que concluyó en la Cuba de 1902.

La caída de la Gran Colombia, proclamada por Simón Bolívar, dio lugar a que Venezuela se estableciera, hacia 1830, como una república independiente con capital en Caracas, y en ese año precisamente se iniciaron en la Pequeña Venecia los aciagos decenios que han amargado a los pueblos del Orinoco y el bello Lago Maracaibo.

Durante poco más o menos un siglo, de 1830 a 1935, Venezuela se vio brutalmente humillada y casi destruida por caudillos ejemplarizados en dos hermanos: José Tadeo Monagas y José Ruperto Monagas. Pronto explotaron sangrientas y caóticas guerras entre los llamados conservadores y liberales, que el general Antonio Guzmán Blanco frenó al tomar el poder por más de tres lustros (1870-1887), poniendo en práctica reformas que no cerraron las puertas ni a los tradicionales ni a los modernos caudillos que lo sucedieron con una gran carga de corruptelas e ineficiencias.

A este tiempo de caciques civiles y militares, que buscaron convertir al pueblo en una manada servil, siguió la llamada Restauración Revolucionaria (1899-1958), alrededor de 60 años, época manipulada por una sucesión de hombres fuertes, todos militares naturalmente, denominados andinos por sus cunas en sitios ubicados en la cordillera de los Andes. En tan negro panorama se registró sólo un esperanzador bienio entre 1947 y 1948, en que Rómulo Gallegos ocupó la Presidencia. Fue defenestrado por herederos del viejo dictador Juan Vicente Gómez (1931-1935), y se refugió en México. Tuve la fortuna de tratarlo en casa del maestro Jesús Silva Herzog, en inolvidables reuniones de partidarios de los más altos ideales liberadores.

Venezuela fue un país agrícola hasta que el petróleo y otros hidrocarburos rompieron este pasado y estimularon una rápida industrialización y un aumento impresionante en su producto bruto interno, que de inmediato atrajo a las grandes corporaciones petroleras, cuyas inversiones favorecieron el enriquecimiento desmesurado de una elite empresarial y comercial, ligada al latifundio y a gobiernos siempre obedientes y nunca opuestos a las directrices financieras y políticas de las trasnacionales y la alta burocracia de la Casa Blanca.

Así como la Revolución Restauradora culminó con la dictadura brutal de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), en cuya administración se gastaban los crecientes ingresos petroleros en proyectos extravagantes y derroches incalculables, sin provecho alguno para una población cada vez más pobre, ignorante y enferma, en los siguientes gobiernos, ya con la participación de partidos políticos, Unión Republicana Democrática, Acción De-mocrática y Comité de Organización Política Electoral Independiente, la tendencia fue afirmar una creciente dependencia del capitalismo plurinacional estadunidense junto con la implantación de un modelo neoliberal en todos los órdenes de la sociedad y del consiguiente aumento de la desesperación y la miseria popular, atmósfera muy bien perfilada por la política que implantó Carlos Andrés Pérez en sus dos administraciones, la de 1974-79 y la de 1989-93; al fin, Pérez fue sujeto con cargos de corrupción a juicio político en el Congreso. Los sucesores Velásquez y Caldera no ordenaron la vida social. En medio de un ambiente turbado ocurrió (febrero de 1992) un golpe militar dirigido por el teniente coronel Hugo Chávez, quien después de ser libertado en 1998 ganó la Presidencia de la República con 57 por ciento de la votación.

Esos hechos pusieron en claro la situación que prevalecía. La riqueza venezolana en hidrocarburos transformó a la nación en un centro económico y político de los grandes intereses estadunidenses, apoyados en elites locales subordinadas y en gobiernos vende-patrias, favorables a tales intereses y opuestos a las demandas de la población.

En el otro lado, se hallaba un pueblo cada vez más consciente de que sus derechos políticos y humanos eran burlados por las minorías dueñas del patrimonio nacional y de los gobiernos que las ser-vían sin límite alguno. En medio de esta contradicción aparece la figura de Hugo Chávez combatiendo la expoliación impuesta por los acaudalados y propiciando el bien común. Fue este el dilema que se debatió el pasado domingo al votarse por el o por el no en el hoy célebre referendo revocatorio que se llevó a cabo en la Pequeña Venecia.

El resultado, favorable a Chávez, es el mensaje de Venezuela a América Latina y el mundo. Los pueblos unidos garantizan la liberación del hombre y la justicia social, porque esa unión es hoy el poder moral que derrota al poder económico, militar y político de los círculos corporativos que activan el cambio de la humanidad en un conjunto de mercancías. No lo olvidemos nunca: el hombre es un ser humano y no un animal cosificado.

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