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México D.F. Jueves 26 de agosto de 2004

Soledad Loaeza

Homenaje a Víctor Urquidi

En abril vi por última vez a Víctor Urquidi con motivo de una segunda entrevista en la que queríamos complementar una primera que tuvo lugar en febrero pasado. Desde que lo llamé para concertar esta reunión, se mostró como siempre bien dispuesto a ayudarme en mi investigación. Urquidi fue en ambas ocasiones inmensamente generoso con su tiempo, sus ideas, y su entusiasmo por animar nuevas reflexiones; con una memoria sorprendente y envidiable aportó valiosa información, datos, nombres, fechas, así como recuerdos, aderezados con anécdotas y referencias bibliográficas. Ambas entrevistas tuvieron el mismo efecto sobre mí: renovaron mi entusiasmo por un proyecto cuyas implicaciones empezaban a hacerme dudar de su conveniencia, y refrescaron mi admiración por un maestro con quien adquirí mi primera deuda de agradecimiento a los 17 años. Ahora, varias décadas después, y acrecentada la deuda a dimensiones impagables, Urquidi, como todo buen profesor, me hizo sentir otra vez que mi trabajo valía la pena, que era interesante y que podría sacarlo adelante con éxito. Además, y también como siempre, supo hacerme las preguntas que había que hacer, y me señaló aspectos que yo había dejado pasar en mis planteamientos.

El propósito de las entrevistas era hablar de los orígenes del modelo mexicano de industrialización y de la Alianza para el Progreso (Alpro), el ambicioso y fallido plan de ayuda económica para América Latina que propuso el presidente John F. Kennedy en 1961. En ambos capítulos de la historia del México contemporáneo Urquidi fue testigo de calidad y protagonista central; tanto así que en nuestras conversaciones la plática en torno a estos asuntos evocó de manera inevitable buena parte de su trayectoria profesional, hasta antes de su elección a la presidencia de El Colegio de México, en 1966.

Urquidi regresó a México de sus estudios de economía en Londres, de la London School of Economics, entonces bajo la poderosa influencia de John Maynard Keynes y de Harold Laski, justo en el momento en que en el seno del gobierno se discutía cómo se podía aprovechar la coyuntura de la guerra, y la necesidad de profesionalizar las decisiones económicas de la administración pública.

Durante la entrevista sobre este tema Urquidi desplegó su conocimiento enciclopédico sobre las propuestas de la época, las críticas, las posiciones de los diferentes funcionarios y gobiernos latinoamericanos, sus efectos en la realidad o los mejores estudios al respecto. El camino de la industrialización había sido originalmente desbrozado en los años 30, pero se volvió la senda definitiva para el desarrollo del país durante la guerra, dejando atrás el debate con quienes -como Manuel Gómez Morín--defendían un modelo de desarrollo fincado en la agricultura. El objetivo de industrializar el país quedó de tal forma arraigado en la imaginación y en las prioridades de los funcionarios de la época, que cuando al término de la guerra Estados Unidos pretendió reorientar las economías latinoamericanas en dirección de la agricultura, se topó con la férrea terquedad de quienes como Urquidi, y otros en América Latina, no llegaron a las discusiones en torno al orden de la posguerra con las manos vacías, o en actitud pasiva, sino que se presentaron con un planteamiento propio, fruto de su experiencia y de sus expectativas.

Víctor Urquidi jugó un papel muy importante en la construcción de las relaciones económicas internacionales de México en la posguerra; estuvo presente en Bretton Woods en 1944, en la Conferencia de Chapultepec en 1945 y en la Conferencia de Bogotá de 1948. Fue un interlocutor respetado de las autoridades del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, de los funcionarios de Washington involucrados con la Alpro. Se convirtió en un reconocido experto internacional de los problemas de comercio internacional, del desarrollo y de la integración regional. Contribuyó a labrar la reputación que por décadas mantuvo México en los foros internacionales como país confiable y respetable, que defendía posiciones claras porque sabía adónde quería llegar. En este terreno y en el de la academia, Víctor Urquidi asumió con el país el compromiso que lo convirtió en el hombre admirable que fue, que se entregó totalmente a la misión que le habían encomendado sus convicciones y su conocimiento: que México fuera un país mejor.

Víctor Urquidi tenía prisa la última vez que lo vi. Tenía mucho que decir y sabía que el tiempo se acababa; quería transmitirme su experiencia, su conocimiento, llevarme a conocer el pasado inmediato, para ayudarme a responder las preguntas del presente. Cuando, pese a mis protestas, me acompañó hasta el coche para despedirme, sin abandonar la parquedad que le era característica, me dijo adiós visiblemente conmovido. Tiene que haber sabido que somos muchos a los que deja en la orfandad, para quienes ahora la pregunta dolorosa es: Ƒy ahora quién?

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