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México D.F. Miércoles 1 de septiembre de 2004

Luis Linares Zapata

Cauces para la izquierda

Así como el agua en terrenos abruptos encuentra los cauces que la contienen, en la política los ataques orquestados por los temores y la desesperación topan con respuestas que los resisten con formas sugerentes, los anulan y, muchas de las veces, terminan por conducirlos a imaginarios inesperados. Las intensas andanadas que ha recibido el jefe de Gobierno del Distrito Federal para deponerlo de su puesto de elección y descarrilarlo de su marcha hacia una posible candidatura a la Presidencia han ido, poco a poco, y a través de sus ininterrumpidas como belicosas etapas, gestando sus propios antídotos.

La ciudadanía fue, el pasado fin de semana, testigo de un movimiento de masas que lanzó repercusiones en distintos sentidos y con múltiples resultados. Las principales consecuencias han alcanzado a los mismos poderosos intereses que actúan como origen e impulso de las consignas y rutas para combatirlo hasta las últimas consecuencias posibles. No importan, afirman con sus acciones y dichos, los costos que tengan que pagar y, sobre todo, menosprecian los que se generen a costillas de la sociedad en su conjunto. Los disolventes efectos para la vida institucional los tienen sin cuidado. Piensan en su desesperación que no son de trascendencia, y alegan, como hizo el visionario señor Sojo (coordinador de políticas públicas) que nada pasará. La movilización de cientos de miles de corajudos, pero festivos simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador le ha dado, de entrada, un rotundo mentís. Uno más de la prolongada serie que ha recibido por sus fallidos y estériles pronósticos.

La elite del poder establecido, y sus aliados clasemedieros, en su intentona por eliminar a López Obrador de la competencia por la simpatía de los electores, han provocado la más grande de las respuestas callejeras que la izquierda ha montado en este país en épocas recientes. Muchos de esos señores con botones de mando, asustados ahora por el griterío, acusan de inmediato a López Obrador, el tabasqueño, y a su partido, de alentar pugnas de clase, sin meditar en que fueron ellos precisamente los que iniciaron las radicalizaciones que ya se muestran sin tapujos. Parar a López Obrador a como dé lugar (Castañeda, Barrio, Granados, Medina, et al) es una consigna que tararean a coro muchos de aquellos que lo ven continuar a la cabeza de las simpatías populares y alejarse de los demás aspirantes. No han dudado críticos ocasionales y aprendices de políticos en compararlo con Chávez, el venezolano sobreviviente a toda maquinación y malfario de la gente nice de Caracas; con Goebbels, el propagandista de Hitler, y hasta con el panfletero Duce Mussolini, en un total desvarío de figuras que reflejan sin recato la desmesura de sus equivalencias y la ignorancia de los que los conjuran. Tal parece que haber motejado a López Obrador de populista, iluminado y despreciativo de la ley no les ha sido suficiente, y recurren a títulos de peor calaña y asestables en cualquier ocasión.

Pero no fueron simplemente cientos de miles de voces discordantes las que tomaron la calle para testimoniar su apoyo y cerrada defensa de los derechos políticos de un mexicano, al que tratan de conculcárselos, sino que sus ecos tomaron también la forma de una oferta política en ciernes, lo que fue un hecho por completo inesperado. Ahora la izquierda tiene un esbozo de proyecto que la puede aglutinar, que la oriente en el rescate de su identidad y la introduzca en la lucha por presentarse como alternativa viable. El futuro abanderado, si logra prevalecer ante las varias como temibles asechanzas que aún lo esperan, tan es lo suficientemente atractivo para millones de factibles votantes, que el temor de sus oponentes se ha trasformado en rencores y odios que anegan conspicuas oficinas partidarias, cenáculos tapizados de reconocimientos oficiales y hasta residencias de gobiernos.

Los 20 puntos propuestos por Andrés Manuel López Obrador no son un proyecto de país, tampoco uno acabado de gobierno, pero lo enunciado apunta en esa dirección. Por ahora son una bandera inicial, una oferta política que puede penetrar ahí donde duele y promete. Duele para los que aletean intereses que se verían afectados con su éxito. Promete como carta de navegación a refinar para que sea abarcante de las aspiraciones y las necesidades de una mayoría social. Por lo pronto, unos seis o siete de sus puntos marcan la obligada distancia respecto del modelo prevaleciente. Lo básico, lo crucial, puede situarse en ellos.

En un primer plano el llamado a retener, bajo el estricto control del Estado, las fuentes de energía. Sin ellas no hay soberanía posible ni derecho individual garantizado ni desarrollo independiente, sino una inserción subordinada sin destino propio. Segundo, para que haya crecimiento económico es indispensable robustecer las finanzas públicas, sabiendo que no hay pueblo rico sin un gobierno dotado de recursos suficientes. Tercero, que es preciso balancear las oportunidades y no dejar a nadie tan atrás que sea un lastre o se le tenga que expulsar. La honestidad y la confianza de los ciudadanos sólo se ganan con el ejemplo de una vida digna y con la transparencia en el uso de los recursos de todos. Por ello la comisión sobre lo que esconde el Fobaproa sólo puede ser adelantada por alguien, o por aquellos, que no fueron ni quieren ser cómplices de tan opaco suceso. Ojalá y, como afirma el pequeño y aturdido Chuayfett, guía aparente de algunos priístas, los anteriores puntos de la oferta de López Obrador fueran lugares comunes donde recalaran las demás opciones políticas, y no la valiosa excepción.

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