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México D.F. Sábado 4 de septiembre de 2004

De Nietzsche a Brandes: un inédito

Niza, 19 de febrero de 1888.

Le estoy muy agradecido por sus observaciones sobre modernidad, porque casualmente en este invierno me preocupa menos este problema, con seguridad el más importante de todos; floto alrededor de él, como un pájaro, con la mejor intención de observarlo desde arriba con un ojo lo menos moderno posible. Confieso que debo admirar su tolerancia, como también lo sobrio de su estilo. šCómo se atreve aquel grupito a acercarse a usted! Aunque sea un Heyse.

Pienso, al llegar a Alemania, empezar a trabajar en el problema sicológico Kierkegaard y al mismo tiempo reiniciar mis relaciones con la literatura más antigua. Me servirá, en el más elevado sentido de la palabra. Quiero que se derrita el hielo de mi severidad y de mi arrogancia.

Mi editor me telegrafió ayer, diciéndome que le mandó mis libros. Ahora, mi querido señor, tendrá que hacer usted buena cara al mal juego; me refiero a esta literatura de Nietzsche.

Yo mismo creo que he dado a los alemanes de hoy la obra más elevada, actual e independiente que hayan tenido. También tengo el sentimiento de que yo, personalmente, soy un gran suceso en esta época crítica para los valores morales. Pero esto también puede ser una autosugestión o una tontería.

Una o dos observaciones: se refieren a mis primogénitas (Juvenila y Juvenalia).

Mi panfleto contra Strauss, la malvada burla de un espíritu libre a cuenta de uno que se consideraba como liberal, ha producido un terrible escándalo: yo era ya entonces profesor titular, y a pesar de mis 27 años y mi autoridad reconocida, me criticaron acerbamente. El informe oficial e imparcial sobre el affaire, en el cual participaron casi todos los famosos, colocándose en mi favor o contra mí, lo da Karl Hildebrandt en el segundo tomo de su Tiempos nacionales y hombres. Lo que escandalizó a todos no fue mi burla a las tonteras del famoso crítico, sino que había pillado al gusto alemán en un pecado; lo pesqué en una insipidez comprometedora. Esto lo demuestra la admiración de todos los alemanes hacia La nueva y la antigua fe de Strauss, a la que, a pesar de las diferencias religiosas y conceptuales que había entre ellos, consideraban como una obra maestra de libertad espiritual y gusto refinado (šHasta de estilo!). Mi panfleto fue el primer golpe a la cultura alemana (aquella cultura que, según ellos, había vencido a Francia). El epíteto filisteos de la cultura, que yo arrojé en cara al mundo intelectual alemán, quedó hasta hoy en el lenguaje usual, como eco de la lucha ferviente de aquellos días.

Mis dos ensayos sobre Schopenhauer y Wagner son, según me parece ahora, nada más que dos autoconfesiones; cuento algo de mí, me doy valor, me comprometo en estos ensayos, que me delatan, pero no a los dos maestros, que me son, al mismo tiempo, muy cercanos y muy antagonistas. (Yo fui el primero en unirles; ahora reina el prejuicio de que todos los wagnerianos son partidarios de Schopenhauer. Otra cosa era aquello en mi juventud; entonces los últimos hegelianos apreciaban a Wagner y en el año 50 el lema era: Wagner y Hegel).

En el tiempo que separa mis Consideraciones intelectuales y Humano, demasiado humano, sobreviví una crisis y cambié completamente de piel, tanto física como espiritualmente. Durante muchos años viví en el umbral de la muerte, en la más próxima vecindad de la muerte; esto fue mi suerte. Olvidé que me he sobrevivido... Más tarde cometí otra vez la misma picardía.

Bueno, nos hemos ofrecido mutuos regalos: somos dos comediantes satisfechos de habernos encontrado.

Quedo suyo.

 

F. Nietzsche

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