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México D.F. Jueves 9 de septiembre de 2004

Soledad Loaeza

La fragilidad de la democracia en América Latina

El día de ayer se presentó en la ciudad de México el Informe sobre el desarrollo de la democracia en América Latina 2004, elaborado bajo los auspicios del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este análisis cuidadoso y sereno del estado de la democracia en la región se hizo con base en indicadores socioeconómicos, entrevistas con líderes y encuestas de opinión.

El estudio revela que la relación de los latinoamericanos con la democracia se sustenta en peligrosas ambivalencias que le imprimen el sello de la fragilidad que se deriva de crecientes dudas respecto a su eficacia para resolver problemas cruciales de las sociedades latinoamericanas, tales como la pobreza y la desigualdad. El informe recupera el debate a propósito de las relaciones entre democracia y desarrollo, que en la década pasada fue desplazado por la urgencia de los derechos cívicos que guió los empeños democratizadores.

El documento del PNUD revela que después de 20 años de gobiernos democráticos los latinoamericanos se han acostumbrado y celebran el pluralismo político, como expresa su convicción de que no hay democracia sin partidos políticos; asimismo, la mayoría reconoce que no hay democracia sin congreso. Sin embargo, la información del estudio también revela que el entusiasmo por las bondades del arreglo institucional que garantiza la expresión y la representación de la diversidad política ha sufrido las presiones de un contexto de deterioro social y económico que arroja sombras equívocas sobre los beneficios de la democracia.

En América Latina las instituciones de la democracia liberal han estado luchando por sobrevivir el golpeteo de tasas negativas o mediocres de crecimiento -inferior a uno por ciento entre 1981 y 1997, y apenas de 1.2 por ciento entre 1998 y 2002-, de niveles de pobreza en apariencia insuperables, así como de la peor distribución del ingreso del mundo. De suerte que -según los autores del informe- ha ganado terreno gradualmente en la región una corriente antidemocrática que apoya el regreso de ejecutivos autoritarios y coactivos, pero eficaces: 56 por ciento cree que el desarrollo económico es más importante que la democracia; y 55 por ciento afirma que estaría dispuesto a apoyar a un gobierno autoritario que resolviera los problemas económicos del país; peor todavía, 58 por ciento sostiene que está de acuerdo en que en ocasiones el presidente actúe por encima de la ley. No obstante, y como muestra de las ambivalencias latinoamericanas, sólo 25 por ciento de los encuestados no cree que la democracia es una condición necesaria para el desarrollo.

En términos generales las actitudes ambivalentes tienen muchas desventajas. La primera reside en la falta de claridad que les es característica; también pueden acentuar la fragilidad institucional y servir de base a conductas evasivas y hasta cierto punto irresponsables. Estos problemas se manifiestan sobre todo en situaciones de crisis, cuya superación exige de los actores políticos un compromiso inequívoco con las instituciones democráticas o con los compromisos fruto de la negociación y el acuerdo. Sin embargo, las ambivalencias también sirven para salvar márgenes de autonomía en contextos polarizados y, por tanto, un espacio para el matiz, la movilidad y el diálogo.

El efecto positivo de la ambivalencia se fortalece cuando tenemos una idea más clara de lo que está en juego. El informe del PNUD sugiere que el eje de la insatisfacción latinoamericana son las promesas no cumplidas de la reforma económica antes que el desempeño de las instituciones democráticas.

En la década de los 80 los actores políticos tomaron la decisión estratégica de desvincular la discusión a propósito de la participación política, la representación, la competencia partidista y las elecciones de problemas sociales más amplios como la pobreza y la desigualdad. De suerte que los procesos de democratización se desarrollaron con base en una noción si se quiere estrecha de democracia, desvinculada de la solución de problemas mucho más amplios y de largo plazo, la cual, en cambio, quedaría a cargo de las reformas estructurales. La liberalización comercial, la privatización y una importante reducción de la intervención económica directa del Estado prometían la solución de los problemas del crecimiento económico, la desigualdad y la pobreza. El mismo informe indica que el malaise de las democracias latinoamericanas se deriva de la amargura que provocan los altos costos de la reforma económica y sus bajos rendimientos, en vista de que sólo en contadas excepciones, si alguna, estas reformas han resultado en un mejor desempeño económico de largo plazo o han reducido la propensión a crisis económicos y financieras recurrentes.

América Latina se encuentra otra vez en una posición de vulnerabilidad frente al avance de los populismos de izquierda y de derecha, como si nada hubiéramos aprendido del pasado, de los años de los ejecutivos fuertes que se situaban por encima de la ley. Sin embargo, el informe del PNUD sugiere que la fragilidad de las instituciones democráticas no se deriva de que hayan perdido legitimidad, sino del costo de las reformas económicas, que han barrido con mucho de lo malo del pasado, pero que ahora pueden llevarse por delante también mucho de lo bueno.

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