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México D.F. Jueves 9 de septiembre de 2004

Olga Harmony

Hermanas

En estos tiempos en que la UNAM va saliendo del acoso a que fue sometida por fuerzas oscuras, y cuando se celebra el aniversario de su autonomía tras ser reconocida como la mejor universidad de Latinoamérica, es de celebrarse también que el doctor Gerardo Estrada, ahora al frente de Difusión Cultural, decidiera devolver al teatro la Casa del Lago (ahora convertido en una pequeña salita sin escenario propiamente dicho, tras la remodelación a que fue sometido el edificio) su antigua vocación de sede de montajes experimentales. En una producción conjunta del grupo Sombrero azul, la dirección de Teatro y de la propia Casa del Lago, se escenifica esta Hermanas basada en la obra de Antón Chejov que, si bien establece una búsqueda, no refrenda el esplendor de los mejores momentos de este centro. La presencia el día del estreno de algunos de los creadores escénicos que convirtieron en leyenda el lugar, como Juan Soriano, José Luis Ibáñez y Juan José Gurrola, llenaron de nostalgia a los pocos miembros de mi generación asistentes, pero no es esa ancla en el pasado lo que me produjo reparos al trabajo del grupo dirigido por David Hevia.

En el primer centenario luctuoso del gran dramaturgo ruso es muy posible que no se desee hacer una escenificación apegada al naturalismo del autor. Pero si se juega a darle nuevos sentidos a Las tres hermanas, una de sus obras más estudiadas, habría que darle la coherencia que marcan los nuevos tiempos. Hay que recordar que Chejov murió el año anterior al primer estallido que presagiaba la revolución bolchevique y que este texto, precisamente, está lleno de alusiones al socialismo utópico que campeaba en muchos estratos ilustrados. Esas llamadas a un futuro mejor logrado por el trabajo en medio de un mundo que se derrumba y la irrupción de la vulgaridad burguesa en la figura de Natalia Ivanovna (y que se acentuará en El jardín de los cerezos con el personaje de Lopajin), en nuestra época no tienen sentido en un ambiente descontextualizado, por más que se presente un féretro -con una gran estrella roja- como mesa de centro, probablemente marcando el final del llamado socialismo real o a lo mejor, hasta el fin de la historia, como quiera tomarse. Quizás no haya que darle importancia a la supresión de personajes o a la fusión de Vasili Vasilievich Solionii con Ivan Romanovich Chevutikin, quien toma parlamentos del primero y algunas de sus afectaciones como perfumarse constantemente, pero sí a la eliminación del duelo en que muere el barón Tusenbach, dejando a Irina también sin esperanzas. Lo mismo ocurre de la relación de Natalia con Propotov que sugiere las razones de la promoción de Andrei. En cambio, se utilizan textos de Tolstoi en contra del matrimonio, con lo que la temática posible da un inesperado giro final, al que hubieran convenido los adulterios del que sólo se refiere uno.

El famoso leiv motiv šA Moscú! šA Moscú! Se convierte en algo intrascendente y la partida de los oficiales del pueblo de provincia apenas se enuncia. Por su parte, el vestuario que en principio quiere exteriorizar la interioridad del personaje (recurso que uso de manera espléndida Guillermo Barclay en La marquesa de Sade de Mishima en dirección de Rafael López Miarnau) de pronto se convierte en algo caótico, en el momento en que se le añaden toques de la vieja Rusia, para volver en casi todos los casos al principio, o el final de Olga que no se condice con su estado de directora de escuela, a menos de que se quiera mostrar una recóndita voluptuosidad del personaje que no se ha destacado hasta entonces. La dirección de actores tampoco es descollante y está llena de miscat. Edwarda Gurrola, por ejemplo, proyecta excesiva juventud para su personaje de Irina (Hay que tomar en cuenta que los años de una soltera en el siglo XIX se contaban de modo muy diferente a como se hace en el XXI), Diana Lein -de impactante presencia, pero con un modo de hablar tan rápido que apenas vocaliza- está muy lejos de la vulgaridad de Natalia. El mismo Jorge Avalos, a quien se le conocen buenas actuaciones, están muy por debajo de lo que puede rendir. Poco se puede decir de los demás, excepto de Mauricio Davison, actor invitado, que parece repetir siempre el mismo personaje, con los trémolos de su voz impostada nasalmente y su desaforada gesticulación.

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