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México D.F. Jueves 9 de septiembre de 2004

Margo Glantz

Gorostiza revisitado

"Crítica sin fin, José Gorostiza y sus críticos, 1925-2001 -explica Alvaro Ruiz Abreu- reúne al menos una muestra significativa de los textos que más han ayudado a entender la poesía de José Gorostiza. Entre la tradición y la vanguardia, su talento agudo y despierto lo condujo a beber de ambas fuentes para poder desecharlas. Su poética, su poesía, los artículos y ensayos, el epistolario, quedaron entonces en libertad, expuestos a la mirada de los lectores. Mi trabajo ofrece en realidad esta mirada".

Trataré de resumir algunas vertientes de esta excelente compilación, en cierta medida, continuación y necesario desarrollo de lo que en la Colección Archivos se coleccionó sobre la obra de Gorostiza y que Ruiz Abreu publica ahora en edición del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. El autor se vio obligado a seleccionar de entre los innúmeros ensayos publicados desde 1925 hasta 2001: los textos se despliegan de manera ordenada y cronológica ante los ojos, y el lector puede esbozar la historia de una recepción magnífica y unánime que varias generaciones de escritores y críticos han conformado en México respecto de Muerte sin fin; además es indudable que de manera meridiana se comprueba la construcción de un canon.

Uno de los temas a perseguir se encuentra ya delineado en las palabras de un ensayo de Xavier Villaurrutia sobre Canciones para cantar en las barcas, escrito en 1925: ''Pocas veces en América se une un temperamento poético bien dotado a una cabeza reflexiva, lógica, severa.

La exigencia de rigor, tal como fuera concebida por los escritores congregados en El Ateneo de la Juventud, sigue siendo para los poetas de Contemporáneos un postulado esencial. En 1939 y hablando ya de Muerte sin fin, Octavio G. Barreda, antologado por Ruiz Abreu, lo trae de nuevo a colación: ''La lectura cuidadosa de este poema -ejemplar casi único entre los escritores recientes de los poetas hispanoamericanos- revela al hombre extremadamente inteligente, de finísima sensibilidad, de un rigor casi comparable al de Guillén y Ƒpor qué no decirlo?, del propio Paul Valéry, de una imaginación rica y audaz. El rigor sí, pero también una posible inserción en la literatura universal, tema reiteradamente visitado en nuestro país en cuanto se reseña la aparición de una obra susceptible de revolucionar el panorama de las letras mexicanas. El temor de Barreda es manifiesto, su comparación podría ser un atrevimiento atenuado en el caso de Guillén, ''un rigor casi comparable", pues después de todo se trata sólo de un poeta español; en cambio comparar a Gorostiza con Valéry, entre signos de interrogación, Ƒno raya en la osadía?

Jorge Cuesta, por su parte, también en 1939, año de publicación de la obra que nos ocupa, va más lejos, exalta las virtudes del poema al verificar que en él, ''la claridad visual de las imágenes poéticas" es producto de ''una evolución poética que vale la pena no considerar con indiferencia", pues, resumo, proviene de un uso perfecto de la alegoría, una de las características de la poesía moderna, si se toma en cuenta la definición que de ella hace el poeta T.S. Eliot en un ensayo sobre el Dante.

Cuesta reitera: ''La alegoría de Muerte sin fin que tiene toda su sustancia expresiva en un vaso de agua (en el hecho de que un cuerpo líquido esté contenido por un recipiente), lo que se propone es nada menos que demostrar la justicia que asiste a la insatisfacción poética de los ojos...", y concluye: ''Pero si coincide José Gorostiza con una naturaleza de la poesía moderna, su obra nos conmueve de una manera original". Podríamos interpretar esta última frase de Cuesta diciendo que el poema se inserta en la tradición de la poesía universal, y no sólo en una tradición poética latinoamericana, sino que, como los más grandes poetas del siglo XX, inaugura un camino.

Sucesivamente van apareciendo ante nuestros ojos los ensayos de Elizondo, Lizalde, Zaid, Alatorre, Huerta, Escalante, Stanton, Labastida, para sólo citar algunos; no obstante, podría concluirse que este poema, al decir de Alfonso Reyes, el ''diamante en la corona de la poesía mexicana", no ha encontrado como hubieran querido Jorge Cuesta o Villaurrutia la repercusión que merece ni siquiera totalmente en nuestro país, Ƒno lo insinúa así José Emilio Pacheco cuando ya en 1965 concluye, aunque explícitamente se refiera a la pluralidad de lecturas que el poema ha suscitado: ''El poema mejor estudiado de la lírica mexicana sigue siendo un misterio"?

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